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Medicina | Digitalizar para transformar

Ilustración de Diego Mir.
Ilustración de Diego Mir.
Rafael Bengoa Rentería

Preparar el sistema de salud para el futuro exige un cambio de estrategia y presupuesto. Debemos evitar a partir de ahora una secuencia de improvisaciones en las decisiones y planificar el cambio hacia un modelo más preventivo

En el contexto más desestabilizador de las últimas décadas en el sector social y sanitario debido a la pandemia, la tecnología digital ha servido de contrapeso aportando cierta estabilidad y continuidad de cuidados. No será el único factor, pero será una pieza clave en la inevitable redefinición del sistema de salud y social. Conviene recordar que hay otros retos: el demográfico, el que plantean las enfermedades crónicas y el derivado de la degradación medioambiental.

Previamente a la covid-19, la revolución digital no se estaba implantando con fuerza en el sector social y de salud en España. Prueba de ello es que las residencias estaban desconectadas del sistema de salud, lo cual ha provocado un drama que en gran parte se podría haber evitado. El coronavirus ha transformado esa tendencia, desencadenando un cambio muy profundo en la forma en que se relacionen los pacientes con los cuidadores y los profesionales de la salud. En cuestión de meses se ha producido un cambio cultural acelerado y se ha desestigmatizado todo lo digital. La principal razón para esta aceleración ha sido la necesidad de poder mantener el contacto con los pacientes, lo que ha permitido que todos los actores del sistema asimilaran y aceptaran como necesaria la medicina no presencial. Conviene constatar que todos perciben la medicina no presencial como complementaria a la medicina presencial. No es sustitutiva.

La conclusión de estos meses confirma que la pandemia ha expuesto numerosos retos pendientes en nuestro sistema de salud y social y, por encima de todo, que se puede innovar y transformar rápidamente cuando es necesario. Hemos visto cómo se ha dado una expansión en las consultas digitales con enfermos desde la atención primaria y los hospitales, cómo se han establecido grupos de apoyo virtuales a enfermos de salud mental, cómo se ha extendido la monitorización remota, cómo ha aumentado la prescripción electrónica de medicamentos, cómo los clínicos especialistas de atención primaria y los hospitales se han conectado virtualmente para formarse sobre el diagnóstico y tratamiento de enfermos covid, y también cómo los centros de atención telefónica han apoyado a los ciudadanos en los procesos relacionados con los test, el rastreo y los confinamientos.

La cuestión ahora es poder mantener ese cambio como una modalidad de cuidados que se ofrezca a los ciudadanos de manera permanente. Es evidente que durante la pandemia todos estos cambios han sido improvisados y no han funcionado en todo el país con la agilidad ni con la equidad necesarias. No todos los pacientes disponen de acceso digital, de igual forma que no todos los niños han podido afrontar en igualdad de condiciones la educación no presencial. Disminuir esas inequidades con relación al acceso digital no ocurrirá por accidente o laissez faire. Se necesita un diseño, un plan. Si no se planifica, un cambio de esta envergadura creará poco a poco dos sistemas: unos pacientes tendrán acceso digital y otros no. En ese caso, el Sistema Nacional de Salud no se podrá seguir considerando de acceso universal.

Por ello, en estos momentos es necesario convertir la improvisación digital en un plan, creando condiciones para un cambio sostenido y equitativo desde el ámbito de la Administración. Ese esfuerzo organizado deberá contribuir además a reformar el sector de la salud y social. El modelo asistencial actual es fragmentado y no proporciona la calidad y seguridad clínica ni los resultados esperables. Por ello, no es conveniente digitalizar el modelo asistencial actual, sino, por el contrario, usar el potencial digital para transformar y reformar el sector. El modelo asistencial actual no es el adecuado para el siglo XXI. Necesitamos un modelo más comunitario, más preventivo, más centrado en atención primaria, con una salud pública reforzada.

Una lección evidente de esta pandemia ha sido comprobar que una intervención preventiva —con detección, rastreo y aislamiento de personas infectadas— sumada a las medidas higiénicas —de lavado de manos, mascarillas y distanciamiento social— consigue controlar los brotes. Asimismo, la vacuna también será una intervención preventiva, por lo que se puede confirmar que la crisis de salud más grave de los últimos cien años se soluciona esencialmente con medidas preventivas.

La misma lección se puede aplicar a todas las enfermedades crónicas prevenibles, como las cardiovasculares y respiratorias, la diabetes, las de salud mental y el cáncer. Son las principales causas de muerte prematura en nuestro país. Actuar proactivamente en todas ellas salvaría innumerables vidas, además de ayudar a la sostenibilidad económica del sector. En ese contexto cabe preguntarse por qué nuestro modelo sanitario y presupuestario es tan poco preventivo.

La covid-19 nos brinda la oportunidad para cambiar esta situación y dirigirnos hacia un modelo más poblacional, más preventivo. Es en ese contexto en el que debemos razonar la digitalización, como una herramienta clave para transformar, no para enraizar el modelo actual. Una sanidad como la actual pero digitalizada no será más preventiva. Será simplemente una medicina de agudos muy centrada en los hospitales y digitalizada. Mejorará ciertos procesos asistenciales, pero no nos prepara para la siguiente pandemia ni previene las enfermedades crónicas, que causan el 91% de las muertes en España.

Sabemos cómo avanzar hacia un nuevo modelo asistencial usando ejemplos prácticos para los próximos meses. La probable vacunación contra el SARS-CoV-2 puede ser un gran ejemplo de prevención digital. Sin embargo, debe asegurarse en ese proceso que se compense la brecha y garantizar la vacuna a los más necesitados y vulnerables.

Más allá de las herramientas que permiten prestar servicios clínicos y preventivos a distancia, disponemos de herramientas para convertir pacientes pasivos en activos en el control de su enfermedad, de nuevos papeles profesionales para la gestión de casos, de trayectorias integradas de cuidados, de incentivos y desincentivos para actuar preventivamente, lo cual reducirá ingresos hospitalarios, y de nuevas formas de contratación de servicios que aportan más valor.

Para avanzar con ese plan transformador y no seguir improvisando el esfuerzo digital conviene no retornar a las rigideces y excesos burocráticos. Es necesario retener aquellos arreglos más flexibles que han permitido a pacientes y clínicos relacionarse en estos meses. La conexión digital, por ejemplo, puede ser un gran aliado en los próximos meses cuando sea necesario animar a los pacientes de riesgo a vacunarse tanto de la gripe como del SARS-CoV-2. Si se revierte al modelo burocrático anterior, se ralentizará la implantación digital y esa oportunidad de conexión con los pacientes se perderá. También se perderá el potencial transformador.

La crisis mundial del coronavirus no se ha acabado y aún cuesta vislumbrar su impacto en todas las esferas de la sociedad. La covid-19 nos ha recordado que nuestro sistema de salud y de servicios sociales no es coherente y que en el estado actual no solo no podrá responder a futuras pandemias, sino que tampoco podrá responder al reto demográfico y al reto de las enfermedades crónicas. Debemos evitar a partir de ahora una secuencia de improvisaciones en las decisiones en el sector y planificar el cambio. La lección de la crisis económica de 2008 confirma que el sistema de salud no se autoorganizará en la dirección deseada, sino que tiende a mantener el statu quo. Sin más dilación, se impone un cambio estratégico y presupuestario en España.

Rafael Bengoa es codirector del Instituto de Salud y Estrategia (SI-Heatlh) de Bilbao.

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