Las locuras de Buckminster Fuller que hoy sabemos que fueron visiones de genio
Una exposición que se inaugura hoy en el Espacio Fundación Telefónica recupera la obra (y la vida) de este diseñador y arquitecto que se convirtió en icono de la contracultura
Había tocado fondo. Su hija había muerto. No tenía dinero. El futuro parecía un callejón sin salida. Richard Buckminster Fuller (Milton, Massachusetts, 1895 - Los Ángeles, 1983) no le veía sentido a continuar existiendo y trató de quitarse la vida, en 1927, a la orilla del lago Michigan. Fue entonces cuando llegó la epifanía: una voz que brotaba de dentro de sí mismo y le paraba los pies. Su vida no le pertenecía a él, sino al Universo. Y tenía una misión encomendada: descubrir qué puede hacer un solo individuo insignificante para cambiar el mundo. Para mejorar la vida de la Humanidad. Y así lo hizo. Se consideraba a sí mismo un comprehensive anticipatory design scientist (un científico del diseño anticipatorio integral).
Esta historia suena a cuento inspiracional para predicadores de la autoayuda, con sus elementos místicos y épicos. De hecho, uno de los trabajos más concienzudos de Buckminster Fuller, sobre cuya obra (y vida) se inaugura hoy la exposición Curiosidad radical. En la órbita de Buckminster Fuller, en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, fue el de crear su propia imagen, su propia mitología. “Fuller no pertenecía a la academia, estaba en contra de la especialización, de modo que necesitaba una forma de legitimarse y era esta: contar qué le había llevado a hacer lo que hacía”, explica Rosa Pera, comisaria de la muestra junto a José Luis de Vicente.
Sus historias no acababan ahí: después de aquellos dramáticos sucesos, Fuller entró en un periodo de introspección en el que pasó dos años sin hablar y escribió, como raptado por la inspiración, hasta 5.000 páginas con las que serían las ideas básicas de su pensamiento. Contaba que solo dormía 15 minutos cada cuatro horas, unas dos horas al día. O que era descendiente de los maoríes de Nueva Zelanda. Etcétera. Sabía que tenía algo de charlatán, pero que aquello era parte del show. En este sentido, fue un practicante temprano del storytelling.
Sin embargo, más que por estas curiosidades, la figura de Buckminster Fuller es recordada por sus aportaciones a diferentes disciplinas como el diseño, la innovación, la arquitectura, la futurología, la sostenibilidad, la ecología (hablaba de la Nave Espacial Tierra) o la economía circular. Aunque sus utopías fueran fallidas, su influencia está presente subterráneamente en muchas facetas del mundo actual. Curiosidad radical explora todas estas aristas del genio excéntrico y se complementa con un podcast del mismo título que puede escucharse en la plataforma Podium Podcast.
Buckminster Fuller creía que el diseño podía cambiar el mundo, cuando esta disciplina aún no estaba tan imbricada con la innovación. Su idea más famosa es la de la cúpula geodésica, símbolo futurista por antonomasia, una figura geométrica en la que la mayor área puede cubrirse con la menor cantidad de material y sin necesidad de cimientos. El modelo lo aplicó en la Biosfera de Montreal, el pabellón de los Estados Unidos para la Exposición Mundial de 1967. “No se puede hacer más con menos”, escriben los comisarios. Hoy proliferan cúpulas de este tipo por recintos feriales, instalaciones museísticas, sitios ecológicos o festivales como el Burning Man. Siempre dan un aire de innovación y sostenibilidad.
También los diseños de vivienda y coche llamados Dymaxion House y Dymaxion Car, hoy de aspecto aerodinámico y retrofuturista (la palabra dymaxion venía de “máxima tensión dinámica”, y pretendía, también, hacer más con menos). Llegó a imaginar una torre de apartamentos que se podría transportar de un sitio a otro en zepelín (4d lightful tower), hasta colocarla en la Antártida o en la Amazonia. En 1959 presentó en el MoMA de Nueva York una cúpula para cubrir parte de Manhattan, regular las condiciones climáticas y ahorrar gran cantidad de energía.
Imaginó, también, ciudades flotantes en el mar, como las que intentan construir ahora en Tahití los marevangelistas anarcocapitalistas de Silicon Valley. Pronosticó un sistema de enseñanza a distancia por televisión, donde los estudiantes pudieran acceder a la información mediante vídeos, lo que luego sería YouTube, los Mooc’s o la enseñanza a distancia en tiempos de pandemia.
“Suele presentarse a Fuller como un loco visionario, creador de grandes utopías fallidas. Pero su legado está en grandes arquitectos como Norman Foster o grandes artistas como Olafur Eliasson, que se reconocen como herederos de Fuller”, explica De Vicente: “¿Son realmente fallidas sus utopías?”.
Al ver sus notas y diagramas se tiene la misma sensación que al ver los bosquejos de Leonardo Da Vinci: esas ideas quizás demasiado avanzadas para su tiempo que algún día tal vez se hicieran realidad. Por ejemplo, Fuller ya previó la necesidad de hacer viviendas asequibles y sostenibles (cambiar la vivienda para cambiar la sociedad), que generasen su propia energía, o el modo de visualizar datos masivos, como hacen ahora las técnicas de Big Data.
“Podría decirse que se estaba enfrentando a problemas del siglo XXI con tecnología del siglo XX”, señala Pera, “cosas que entonces podían parecer estrafalarias, ahora no lo son tanto”. Una de sus nociones principales es la sinergia (“el universo es una sinergia de sinergia”, todo está interconectado) un término que hoy es de uso común en cualquier espacio de coworking.
Era un tiempo en el que (al menos visto desde ahora) el futuro era motivo de optimismo y se podía imaginar diseñado en suaves curvas orgánicas y superficies blancas, impoluto, como sacado de la mente de Fuller. Ahora el futuro es difícil de imaginar y, cuando lo imaginamos, lo imaginamos distópico. La misión de Bucky (como lo apodaban), en sus propias palabras, era “hacer funcionar el mundo para el 100% de la Humanidad en el menor tiempo posible mediante la cooperación espontánea, sin perjuicio ecológico o desventaja para nadie”.
Fue uno de los primeros conferenciantes estrella que recorrió el mundo hablando de lo humano y lo divino ante un público entregado. Sus contenidos podrían tener algo que ver con el de las actuales charlas TED, aunque sin confinarse al restringido formato de 18 minutos. De hecho, Fuller podía hablar durante horas y horas, como en una performance de resistencia. En una ocasión (la charla Everything I know –"todo lo que sé"–, en 1975), compareció durante 42 horas respondiendo las preguntas de los estudiantes, que eran sus principales seguidores.
“El entusiasmo mundial por las ideas de Fuller no se limita en modo alguno a los estudiantes universitarios, aunque actualmente son sus más fervientes seguidores”, escribe Calvin Tomkins en un perfil que le dedica la revista The New Yorker en 1966. De hecho, es fácil reconocer en Fuller (entre cuyos referentes estaban tanto Einstein como Henry Ford) a un precursor de los emprendedores-visionarios tan frecuentes hoy en Silicon Valley, como Elon Musk, un hombre excéntrico, de ideas excéntricas que a veces logra llevar a cabo. De hecho, Steve Jobs fue uno de los hippies contraculturales que, en la época, tomaron a Bucky como referencia.
“Fuller funcionó como un enlace entre dos tiempos: por un lado, el mundo de la posguerra y, por otro, el de la contracultura que acaba desembocando en el mito de Silicon Valley, en el movimiento hippie y la cultura digital”, explica De Vicente. Es extraño ver a un señor de aspecto tan sobrio y convencional convertido en un icono contracultural, pero él aceptó su nuevo estatus de buen grado. Si bien Fuller había trabajado para el gobierno y los militares, en las comunas hippies también se empezaron a levantar cúpulas geodésicas.
“La filosofía do it yourself entronca perfectamente con la idea fulleriana de que cualquiera puede cambiar el mundo utilizando lo que tiene a mano”, apunta Pera. Pero no todas sus aportaciones fueron positivas, según opina De Vicente: “El mundo de hoy es fulleriano para bien o para mal: creía en la tecnología por encima de la política, que despreciaba, y, de alguna manera, propiciaba el determinismo tecnológico”. Una semilla que ha germinado, precisamente, en lugares como Silicon Valley. El open source, o el código abierto, tampoco sería del gusto de Fuller, defensor acérrimo de las patentes.
La vida de Fuller está muy bien documentada gracias a uno de sus proyectos de proporciones épicas: el Dymaxion Chronofile. Desde 1917, con solo 22 años, hasta su muerte en 1983, Fuller coleccionó todos y cada uno de los papeles que pasaban por sus manos (cartas, dibujos, notas, planos, folletos, recortes de prensa y hasta billetes de avión o tren), hasta recopilar unos 140.000 documentos que se guardan en la Universidad de Stanford. Lo que resulta es una detallada radiografía de su peripecia vital y de su pensamiento. Quizás sabía que esto era importante para mantener el mito a través del tiempo.
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