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El canto del cisne como canto

La metáfora del último gesto antes de morir se ajustaría más a las onomatopeyas de aves como el yacabó o la ayaymama.

Un grupo de cisnes, en el lago Kussharo, en Japón.
Un grupo de cisnes, en el lago Kussharo, en Japón.Jeremy Woodhouse (Getty Images)

Vaya por delante que los cisnes voznan, pues como todo el mundo sabe las alondras trisan, los cuervos crascitan, los búhos chuchean y las cigüeñas crotoran, ya que no hay que confundir el sustantivo de la voz del ave con la onomatopeya del canto del ave. Por ejemplo, los patos parpan y solo en español suenan cuac, porque en francés suenan coin, en rumano mac, en danés rap, en japonés ga y en ruso krya. Sin embargo, el canto del cisne es una expresión que alude al último gesto realizado por alguien a punto de morir o a punto de jubilarse, metáfora que proviene de los bestiarios medievales que aseguraban que “cuando se aproxima el final de su vida [el cisne] canta mejor y más fuerte; y, así, cantando, él acaba su vida” (Bestiario toscano).

Lo que ocurre es que las distintas tradiciones literarias europeas han acuñado desde hace siglos nombres sonoros para las voces de las aves, pero en otros continentes las lenguas europeas han desplazado a las lenguas locales y así nos hemos quedado sin la posibilidad de saber qué diferencias existían entre los cantos de los pájaros y sus onomatopeyas, aunque lo peor es cuando la onomatopeya pone en peligro la integridad de las propias aves y por eso en ciertos casos el canto del cisne puede convertirse en un canto peligroso. Los pájaros que cito a continuación se llaman como su onomatopeya decodificada desde la lengua española y su supervivencia se ve amenazada cada vez que abren el pico.

Huerequeque (Burhinus superciliaris). Es una especie de cormorán que vive en la costa del Pacífico desde Ecuador hasta el norte de Chile. Sus hábitos son nocturnos, se alimenta de insectos y es ave más corredora que voladora. Los campesinos solían usarlos como guardianes porque cuando ven merodeadores lanzan su grito característico: hue-re-que-que, hue-re-que-que, hue-re-que-que. Los arqueólogos también los utilizan para mantener a raya a huaqueros y saqueadores de tumbas, lo que ha incrementado el número de enemigos del huerequeque.

Ayaymama o Ayayaymamay (Nyctibius griseus). Ave amazónica nocturna y emparentada con los chotacabras, capaz de mimetizarse con las ramas de los árboles y la madera en general. Su canto parece un lamento humano y más exactamente infantil —¡Ay, ay, mamá! o ¡Ayayay, mamá!—, persuasión que lleva a muchos campesinos a matarlas para liberar las almas prisioneras de los niños. En guaraní su nombre es uruatú, que significa “pájaro anciana”. Como se puede apreciar, su canto lastimero y melancólico se asocia a los trasmundos.

Yacabó (Herpetotheres cachinnans). Ave rapaz que muchos confunden con una variedad de mochuelo (Glaucidium), pero que en realidad es de la familia de las falcónidas. La última edición del DRAE lo define erróneamente así: “Pájaro insectívoro de América del Sur, con pico y uñas fuertes, pardo por el lomo, rojizo por el pecho y los bordes de las alas, y blanquecino con rayas transversales oscuras por el vientre, al que los indios tienen por ave de mal agüero”. ¿Por qué se le considera un pájaro de mal agüero? Porque su canto, ¡ya acabó!, le anuncia la muerte a los enfermos y le corta el rollo a los amantes. Como es de suponer, los segundos son los más agresivos con la especie. En un pasaje de Doña Bárbara (1929), Rómulo Gallegos escribió: “De pronto cantó el yacabó campanadas funerales en el silencio desolador del crepúsculo de la selva, que hielan el corazón del viajero. Ya… cabó, ya… cabó…”.

Los cantos del yacabó, la ayaymama y el huerequeque son menos poéticos que los del cisne, pero le hacen más justicia a la metáfora.

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