Flash Flash: 50 años del restaurante que desafió a la dictadura con diseño, libertad y 47 tipos de tortilla
Esta tortillería, del fotógrafo Leopoldo Pomés, se adelantó a todo: a la comida rápida, a la dieta 'healthy', a los bancos corridos y, en general, a la modernidad. Por algo reunió en torno a sus mesas a los más célebres diseñadores de Barcelona
En marzo de 1970, Joan Manuel Serrat incluyó en su disco IV una canción atrevida y adelantada: Conillet de vellut ("conejito de terciopelo"), en la que, más allá de la evidente referencia erótica del título, se hablaba de cosas como ménage à trois, Richard Avedon, Snoopy o las cámaras fotográficas Hasselblad. Todo para contar el amor fugaz y el consiguiente rechazo de una modelo que prioriza el éxito y sueña con ser portada de Elle, Vogue o Harpers, y que después de marear al chico para arriba y para abajo lo deja "solo y jodido".
En realidad, la joven era la sueca Susan Holmquist (inolvidable su mirada en aquella primera portada del novelón de Marsé Últimas tardes con Teresa, fotografiada en un descapotable por Oriol Maspons), que apareció por Barcelona en 1964 después de ser elegida Miss Naciones Unidas y desfiló en Bocaccio trastocando el norte de más de uno. Al final de la canción, el protagonista tiene un plan: para recuperar la atención del inquieto conillet se hará fotógrafo. Y avisa: "Me he comprado el libro La fotografía es un arte, y en menos de un mes seré mejor que Pomés".
Como solo los genios son capaces, Serrat cometió la imprudencia de recordar a la chica su número de teléfono en la misma canción por si cambiaba de parecer. Mon dieu... ¡su propio teléfono! (bueno, era el de casa de sus padres), que a los pocos días de que se publicara el álbum no paraba de sonar. Mientras todas las groupies de Barcelona marcaban el 203 82 82, el fotógrafo al que quería superar Serrat, el gran Leopoldo Pomés, terminaba de perfilar junto a sus socios los preparativos de la inauguración de la tortillería más excepcional que ha habido, hay y habrá en la ciudad: Flash Flash, la que, como no podía ser de otra manera, tanto frecuentaría luego el propio Serrat, y que abrió sus puertas el 3 de julio de 1970, hoy hace 50 años.
Celebrar el cumpleaños del Flash Flash es como celebrar el cumpleaños del estilo, del buen gusto, de la innovación, del cosmopolitismo, de la sofisticación. Dicho de otro modo, es como celebrar los 50 años del primer restaurante moderno de España. Para apuntalar el proyecto, al talento de Pomés, quien tanto contribuiría desde su mirada de fotógrafo y publicista a transformar y erotizar este país, se sumó el de tres buenos amigos: Alfonso Milá, Cecilia Santo Domingo y Karin Leiz.
Los arquitectos Federico Correa y Alfonso Milá se encargaron del interiorismo, Karin Leiz y Cecilia Santo Domingo elaboraron la carta: la primera con enfoque healthy, pionera en ensaladas, con su mítico bufé que por aquel entonces sonaba a chino, con zanahoria rallada, celery, rábano, remolacha… y que hoy ha adquirido aún más protagonismo.
Y Leopoldo Pomés creó la icónica imagen del local, la de Karin, su esposa, esa reportera gráfica vestida de negro, tan estilizada, que salta, se estira, se agacha o se sienta cámara en mano, siempre con el flash a punto (de ahí el nombre, cómo no) en busca del mejor retrato por un universo pulcramente blanco y diáfano con sofás corridos y mesas de formica. En 1970, ningún otro restaurante se hubiera atrevido con algo parecido.
“Queríamos un restaurante donde se respirara mucha libertad", dice hoy Karin Leiz, reputada gastrónoma especialista en verduras y autora de varios recetarios. "En 1970 España era una dictadura y entre los restaurantes de lujo, que eran muy serios, y las casas de comidas, más pensadas para alimentar el estómago que el espíritu, apenas había algo decente. Flash Flash fue una revolución y la gente la estaba esperando".
Medio siglo después, esa original idea de modernidad permanece inalterable –tan solo hubo una breve intervención en 2014, a cargo del estudio Llamazares Pomés, con la se que mejoró la iluminación y se ampliaron ligeramente los sofás–; como lo hacen la cubertería de acero, las lámparas M68 rojas de Miguel Milá, el pasillo con esa liviana forma de ese –zigzag que evita el exceso de fuga y calma la circulación–; el emblemático lavabo rojo, las dos terrazas al fondo desde las que, como pretendía Federico Correa, todo se ve y todos te ven; la cristalería fina y sin ornamentos, la excelente acústica o los camareros con chaqueta y corbata.
Y, por supuesto, una carta de comida rápida y desenfadada imbatible (algo impensable en los setenta). Los 47 tipos de tortilla (de trufa negra y queso, de espinacas, de bacalao... en fin, las hay hasta dulces, como la tortilla al ron o la tortilla con fruta escarchada y salsa de café) siguen aportando un buen rollo gastronómico del que nadie puede cansarse.
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