Dragones eléctricos, animadoras vestidas de ‘cosplay’ y comida rosa. ¿Es este sitio el infierno o el paraíso?
Frente al minimalismo que tradicionalmente ha exportado Japón y que diseñadores como Charlotte Perriand abrazaron sin ambages, la filosofía opuesta se extiende en sus distritos nocturnos. Los expertos reflexionan sobre qué es el mal gusto
Recorrer el barrio de Shinjuku, donde se concentra la mayor parte de karaokes, restaurantes y bares de moda de Tokio, es una experiencia abrumadora de luces, sonidos y personajes únicos. Pero cruzar las puertas del Robot Restaurant supone entrar en otra dimensión, de forma literal. Es una de las atracciones de obligado cumplimiento de este distrito nocturno que desde hace ocho años propone el bizarro espectáculo de cenar mientras un equipo de robots y una suerte de animadoras vestidas de cosplay mantienen la velada bien arriba.
Pero esto no es lo más fabuloso de este insospechado espacio que mezcla elementos propios de un parque de atracciones con detalles que parecen rescatados de un bingo o una sala retro para guateques. Si a esto se le añade el barroquismo de Liberace, podrás hacerte una idea aproximada del ambiente que desprenden sus interiores.
"Robot Restaurant está ubicado en el corazón de Tokio, y desde todos los ángulos es una obra maestra epiléptica única", asegura Ksenia Shestakovskaia, decoradora y autora de la cuenta de Instagram Decor Hardcore, donde revelaba hace unos días el fantástico interior, que pocas veces se puede contemplar sin bailarines, coristas y rayos de luz de por medio. "Son famosos por sus espectáculos diarios de láser de dragones eléctricos y la comida, que parece una creación infantil en colores pastel. Este lugar tiene que ver con la distracción y es probablemente lo que lo hace tan increíble".
¿El templo del mal gusto?
Brocados con profusión dorada, elementos del estilo Luis XV y otros que recuerdan al Space Age, con la calidad que se espera de un salón de ocio. "Todo en este sitio me parece fabuloso. Desde los asientos en forma de caracol de la sala de espera, a los urinarios dorados, las luces de neón y todas las superficies reflectantes y holográficas. Este lugar ofrece una experiencia inolvidable y eso lo hace memorable", comparte Shestakovskaia.
El Robot Restaurant propone una realidad absolutamente opuesta a todas las referencias derivadas del universo Ikea que ocupan casas y locales de Oriente a Occidente. Ni elementos honestos, ni espacios que dejen descansar a la mente, sino todo lo contrario. Este lugar, pesadilla para funcionalistas como Charlotte Perriand, podría leerse como un templo del mal gusto según los códigos decorativos contemporáneos.
"Parecería que en nuestro tiempo se aspira a la coherencia como valor indiscutible en decoración de interiores. Siguiendo esa lógica, los interiores con elementos disonantes serían, de menor valor estético o de peor gusto", opina Pablo López Navarro de Casa Josephine. "El segundo valor acerca del cual parece haber cierto consenso es el de la autenticidad como un opuesto de la pretenciosidad. Un plástico que imita oro nos parece de mal gusto porque reniega de su naturaleza plástica. Hay que mirar con mucha atención y sin condescendencia las manifestaciones del mal gusto: a veces son ideas buenas mal ejecutadas".
No obstante, las decisiones estéticas de este insólito lugar parecen cumplir con creces su cometido: evadir a sus clientes de la realidad en un mundo dominado por circuitos electrónicos. El canon al que se atiende es al del artificio. "Yo misma, elijo lugares para cenar o beber esencialmente por su decoración, todo lo demás es secundario para mí. Quiero que mis ojos coman y beban belleza, y es mi único enfoque. De hecho, me entristecen los muebles o interiores diseñados para mezclarse, desprendiéndose de su encanto por el bien de los demás", asegura Shestakovskaia.
Así es la normalidad en Tokio
Aunque en occidente este local rompería con lo canónico es algo habitual en determinados barrios de ciudades japonesas como Tokio u Osaka. Robot Restaurant se suscribe a un estilo similar al de los pachinkos (salones tragaperras), maid cafés o karaokes, que pueden encontrarse también en otros distritos tokiotas como Akihabara. Todos ellos han convenido en una fórmula que combina lo cibernético con la forma en la que los japoneses entienden la fantasía.
Basta con establecer un vínculo con la influencia del universo otaku en la sociedad japonesa para explicar la normalización de estos códigos estéticos. Manga, anime, videojuegos y otras expresiones de contracultura nipona son parte de la inspiración cotidiana de la ciudad. El crítico cultural Hiroki Azuma, en su libro Otaku: Japan's Database Animals expone la estrecha relación entre la cultura otaku y la posmodernidad: "La pérdida de referencias, el fin de los grandes relatos, la difuminación de la frontera entre autor y consumidor, entre el original y su copia hace que sea la primera cultura posmoderna".
Asimismo, Sharon Kinsella explica en Adult Manga: Culture and power in contemporary Japanese society cómo el mundo de los mangas y animes abre un espacio de libertad, autoriza la desobediencia, las debilidades y los placeres, mientras que la sociedad japonesa dirige a los adolescentes a un destino delimitado.
Para entender esta amalgama estilística desde el ojo occidental es necesario que recurrir a argumentos más próximos a la sociología. "Si las expresiones visuales maximalistas están a la baja en el interiorismo de buen gusto en Europa es porque queremos creer que nuestro tiempo se resume en ideas de ligereza, esencia, pureza y liviandad", explica López Navarro. "Esos conceptos crean un campo semántico muy acotado y muy fácil de reflejar en diseños de interior monacales, que son en realidad aspiracionales: hablan de los sueños más que de la realidad, como hace con frecuencia el interiorismo. Por el contrario, mucho arte de nuestro tiempo refleja el panorama opuesto: ruido, confusión, explosión y mezcla aleatoria en un paisaje visual sin centro ni jerarquía".
Una alternativa a la propaganda minimalista
Trascendiendo las valoraciones estilísticas, Robot Restaurant puede ser el desencadenante de una reflexión sobre el concepto de interiorismo que prevalece en la cultura occidental. Como ocurre en moda, el diseño atraviesa una etapa tímida, con un carácter desdibujado que insiste de forma recurrente en las referencias a décadas pasadas. Proyectos como Decor Hardcore, del que se prepara su edición impresa, son un manifiesto a la singularidad, la experimentación y a lo extraordinario. Sus más de 285.000 seguidores avalan que existe cierto hastío ante lo que Shestakovskaia considera una propaganda del minimalismo como parámetro del buen gusto.
"La experiencia nos enseña que con frecuencia son las expresiones maximalistas las que pasan a la historia porque resumen su momento, sin que la noción de buen o mal gusto intervenga en esa selección que hace naturalmente el paso del tiempo. No recordamos tanto los interiores moderados de gusto fino y delicado del pasado como expresiones de su tiempo, pero el Gabinete de Porcelana del Palacio Real de Aranjuez, la casa de Jayne Mansfield en Los Ángeles (EE.UU.), demolida en 2002, la Cámara de Ámbar [en el Palacio de Catalina en Tsárskoye Seló, cerca de San Petersburgo, Rusia] o Taliesin [la escuela de Arquitectura de Frank Lloyd Wright en Arizona, EE.UU.] son referentes incuestionables, y son puro maximalismo en concepto y realización", añade el interiorista.
No cabe duda de que el Robot Restaurant, en esencia, tiene la capacidad de romper esquemas. Cuando se invita al ojo a salir de su zona de confort se despierta el sentido crítico y la creatividad y se fomenta el diálogo. "Merece la pena estudiar esos interiores, sin duda. Comparar es pensar, y los ejemplos extremos nos ayudan en ese ejercicio. ¿Qué funciona? ¿Qué manifestación exacta del mal gusto vemos? ¿Es el kitsch, es lo cursi, es lo vulgar? ¿Por qué es así? Al fin y al cabo, cabe preguntarse ante esos interiores: ¿los miraríamos igual si fueran propuestas de diseño experimental?", concluye López Navarro.
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