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Belén Rueda: “No tienen por qué decirme cómo vivir”

En la foto, tomada en el Rastro madrileño, Belén Rueda viste top y falda de Miu Miu, y pulsera y pendientes de Tiffany.
En la foto, tomada en el Rastro madrileño, Belén Rueda viste top y falda de Miu Miu, y pulsera y pendientes de Tiffany.Javier Salas
Jesús Ruiz Mantilla

Quiso ser bailarina y arquitecta, pero acabó con un Goya como actriz revelación a los 39 años. Su vida, que no siempre ha sido fácil, le enseñó lo frágil que puede llegar a ser la fortaleza. Maestra en el sutil arte de mantener el equilibrio vital, Belén Rueda, la protagonista de fenómenos televisivos como Periodistas y Los Serrano y de películas de éxito como Mar adentro y El orfanato, vuelve ahora con nueva serie y nueva obra de teatro.

Si algo puede permitirse Belén Rueda es darnos unas cuantas lecciones de equilibrio. No solo porque su formación lo permite, sino porque a lo largo de toda su vida, hasta los 55 años que luce ahora, apenas lo ha perdido pese a haber tenido que superar obstáculos de caballo y diversos tropiezos. Pero de algo le ha tenido que servir la vocación de bailarina y su antiguo deseo de convertirse en arquitecta. Ambas profesiones, una en movimiento y otra en sólido volumen edificante, tienen que ver con eso que define su personalidad: no caerse y construir. Acabó por convertirse en actriz, pero no se sintió plenamente con derecho a decirlo hasta pasados los 40 años: “No sabes lo que me costó ponerlo en el carnet de identidad. No me sentía digna de ello”.

El público, sí: la había bendecido en series de televisión como Periodistas o Los Serrano. Después se había coronado en el cine de la mano de Alejandro Amenábar en Mar adentro y más tarde con Juan Antonio Bayona en El orfanato. Fueron los dos chicos de oro de la taquilla española quienes advirtieron en ella una verdad y una elegancia que oscilaba entre el clasicismo de Grace Kelly y la fuerza más contemporánea de Sharon Stone. “Sin perder un punto castizo”, asegura Amenábar.

Pero el largo camino hacia el estrellato de Belén Rueda estuvo antes plagado de luchas, fracasos, bofetadas y puestas en pie. Un matrimonio del que escapó en Italia con 22 años; la muerte de su hija María con apenas 11 meses; los bandazos de quien antes de triunfar en televisión se casó por la Iglesia, pasó por un proceso de nulidad eclesiástica humillante, vendió pisos por Madrid —“se me daba muy bien analizar los planos”, dice—, montó una academia de baile o probó como modelo hasta convertirse en un icono natural y rubio de la mujer española a caballo entre dos siglos. Lo sigue siendo y lo demuestra ahora como personaje en derribo dentro de una situación límite en una serie que empieza a dar que hablar: Madres, de Aitor Gabilondo y Joan Barbero, ahora en Amazon Prime y camino de ser emitida en abierto por Telecinco.

Ahí, Belén Rueda vuelve a poner a prueba su particular sentido del equilibrio. Interpreta a la madre de una adolescente anoréxica que forma parte de un hábitat femenino dentro de un hospital con otras mujeres en situación límite. Con dramas y descalabros que pisan los talones y de los que es necesario escapar. Marián Ballesteros, el personaje de Belén, necesita su válvula de escape y para eso está Víctor, un fisioterapeuta de origen africano que alivia primero su dolor de cuello y después todas sus contracturas físicas mediante el sexo.

Ver la escalada de sus escenas reconforta: un icono femenino patrio que pierde el oremus con un inmigrante. Eso, que no debería llamar la atención, se convierte en todo un mensaje. Una especie de escena de lo que pudo ser el impacto de la secuencia de la mantequilla en El último tango en París, de Bernardo Bertolucci. “Me hace gracia que lo veas así”, dice Belén Rueda en la penumbra de su salón durante una tarde sofocante de confinamiento en Madrid. “Yo no me lo planteé. Emilio Buale [el actor que interpreta a Víctor] es bombero en la vida real y hace teatro de contenido social. Nos lo dijo durante el rodaje: que agradecía mucho encarnar a un personaje así y que no se aludiera a su color de piel. A mí me parecía más llamativa la diferencia de edad entre él y yo”, asegura la actriz. Él tiene 47 años.

Eso le hace incluso mostrarse más agresiva en la relación. Dejar todo claro: “Si me dices que me quieres, se acabó”, le suelta después del primer beso, antes de entrar al vestuario y quitarse la ropa. Una escena que se le hizo corta, pero que al verla con sus hijas, Belén y Lucía…, “Dios mío, no recordaba que fuera tan larga”. Ellas quitaron hielo al asunto: “¡Anda, mami, menuda fiesta!”. Fue su reacción.

Belén Rueda, con vestido de Loewe, sandalias de Dior, pulsera de Elsa Peretti para Tiffany y pendientes de Tifanny.
Belén Rueda, con vestido de Loewe, sandalias de Dior, pulsera de Elsa Peretti para Tiffany y pendientes de Tifanny.Javier Salas

Otro episodio más en una vida discreta pero con paso firme. De aparente lentitud pero con meta clara en el caso de la actriz. “A la chita callando he ido haciendo determinadas cosas que no son lo típico de mi condición de mujer ni de mi edad”, asegura Belén Rueda. “Llegar tarde, se puede decir que he llegado tarde a ciertas cosas en mi carrera. Actriz revelación en los Premios Goya con 39 años, por ejemplo. Pero lo logré en el momento justo de madurez como intérprete y como mujer”.

A su ritmo, descartando con eso tan suyo, el equilibrio, cualquier atisbo de inseguridad, que lo tiene. También de elasticidad, una cualidad felina que le viene además de sus años de danza y despliega de manera informal en su casa, y muy profesional, días después, durante la sesión de fotos. Y de impulso, cómo no. “Soy muy pasional pero entro en razón. Verlo me cuesta, sin embargo… Ahora que hemos pasado tanto tiempo encerrados, he ahondado en lo frágiles que somos. Pero no muestro eso y a menudo he conseguido engañar”.

Ese lugar de fuerza hace mella y afecta a lo que busca desde niña: “Quiero quitármelo de encima. El equilibrio no es fuerza, se basa en la vulnerabilidad. Los fuertes son débiles que no lo saben. De tanto decirte que eres fuerte, te pesa. La educación en pro del éxito no lo es todo. Eso de que te caes y te levantas y que no ocurre nada, no es cierto. Sí pasa… Y es bueno que pase”.

A tal actitud le podríamos llamar lección aprendida. Incluso la que su madre, profesora de baile, no le quiso dar. Ella fue la hija que se planteó seguir su camino: “La niña que quiere ser bailarina… Hice carrera de clásico y español. No tenía mucha facilidad física, pero era muy cabezota, el ballet me dio disciplina. Le echaba muchas horas”. Sin embargo, a la hora de tomar la decisión de prepararse para entrar en la Escuela de Ballet de la Ópera de París, su madre se apartó. “Lo tienes que elegir tú”, le dijo. “Yo me veía pequeña para guiarme aún por mí misma. Nunca me resolvió la duda”. Por tanto, sin la seguridad que necesitaba para dar el paso, decidió estudiar Arquitectura en Madrid. Al tiempo se metió en una agencia de modelos. Al tiempo, también, se enamoró perdidamente de Massimo, un italiano. La pasión demolió el equilibrio.

Alejandro Amenábar: “Encarna esa naturalidad que muchas veces damos por sentada y no existe; pero en ella, sí”

Se casó con 20 años. “En la catedral de Urbino. Su tío era alcalde y queríamos celebrarlo a lo grande”. El plan de vida resultaba extraño: de Madrid a Gallo di Petriano: “Un lugar cuyo nombre es más grande que el pueblo mismo”. Ambiente católico y cerrado para una joven que ya había perdido la fe en Cristo, pero no en el amor que sentía por su marido, heredero de un fabricante de muebles de la zona. “Hubo desgracias, pérdidas de gente a la que quería y que me habían apartado de mis creencias, además de experiencias desagradables que sufrió algún familiar próximo”, asegura. “Todo eso me hizo desconfiar”.

Y sacar conclusiones que la llevaron a un credo propio: “Yo no creo en la Iglesia, pero sí en algo, tengo mis reglas morales. No me gusta el dogma impuesto, me rebelo contra algo más general, no tienen por qué decirme cómo vivir”. Con esa visión ya arraigada en ella, se vio obligada a lidiar y retomar algunos Santos Sacramentos. Primero confirmarse para contraer matrimonio. Una vez rompieron, pasó por pruebas para obtener la nulidad. “Tuve que hacer una declaración ante un abogado de derecho canónico. Me preguntó cosas muy personales y relacionadas con el sexo, salí indignada y asustada. Que si hacíamos sexo oral y cómo, ahí, apuntando con la máquina de escribir. Me pareció muy invasivo”.

Antes se había vuelto a Alicante para sentirse segura con sus padres. “Prácticamente me escapé. Necesitaba recuperar la sensación de libertad. Era un mundo muy machista y muy atrasado respecto a España. No hablamos de Roma o Milán, estaba en los alrededores de Pésaro. La Italia profunda y grandiosa. Me sentía asfixiada, bajo vigilancia. Pero estaba ciegamente enamorada, como no me he vuelto a enamorar después. En ese momento fue así: juntos al río. No lo he vuelto a ver. Tampoco acabamos mal, pero no me atreví a decírselo allí”. Cierto miedo, contó: “Con 22 años tienes mucha imaginación. Hui, de alguna manera, como metida en una peli. Me largué, el ambiente era extraño. Me había impresionado una frase de un tipo cercano a la familia: ‘Los italianos no nos divorciamos, nos quedamos viudos’, dijo. Eso me acojonó”.

Derribo y vuelta a rehacer la vida: Alicante. Una escuela de danza propia… Pero Madrid, ay, cuánto tiraba Madrid. Volvió a la capital. “Podía haber sido camarera, pero no, era un buen momento para vender pisos. Con ello me mantenía, como se me daba bien mirar planos…”. Lo alternaba con trabajillos que le salían en la agencia Bel Air. De pronto, surgió uno, en Telecinco. Algunas dirían que comenzaron directamente como presentadoras: “Pero nada de eso, fue como azafata”, asegura.

Tampoco tardó mucho en pasar de azafata a presentadora en Vip noche. Primero, con José Luis Moreno. Después, con aquel Emilio Aragón que saltaba al plató en esmoquin y zapatillas de deporte. Ahí fraguaron una amistad que dura hasta hoy: “Ella es un perfecto ejemplo de profesionalidad y actitud. De espíritu de superación con una sonrisa. Si tenía algo que objetar, esgrimía una sonrisa. Si había que quedarse a meter horas, lo hacía con una sonrisa. No tiene esquinas, es tal como la ves, y por eso llama la atención en este mundo del espectáculo, lleno de tantas complejidades y retorcido a veces”.

La actriz con top y short de Salvatore Ferragamo.
La actriz con top y short de Salvatore Ferragamo.Javier Salas

La cámara la quería. Había llegado el momento de saber si aquella Belén Rueda transparente podía dar credibilidad a personajes con otro nombre: el salto a la ficción. Para entonces formaba pareja ya con Daniel Écija, que entonces dirigía Periodistas. Eso le suponía superar un doble obstáculo: “He tenido que buscar mi sitio como mujer en una sociedad no igualitaria. Aquel paso implicaba una lucha muy grande para imponerme al rechazo que significaba en este mundo ser presentadora, por un lado. Pero es que, además, era la mujer de…”.

El público dio su veredicto. Después llegó otro éxito con Los Serrano. Su paso al cine, después. Amenábar la llamó cuando ella estaba en medio de la serie. Buscaba una actriz fresca para la gran pantalla, pero que, a la vez, le gustara a su madre, dijo. “Eso buscaba en ella, lo que tiene. Una naturalidad que muchas veces damos por sentada y no existe; pero en ella, sí. Quería una actriz que al cerrar los ojos y escucharla no sintiera que me estaba recitando”, afirma el director. Esa naturalidad no la perdió nunca. Fue algo que recuperó de manera orgánica después para seguir haciendo series. “Muchos actores y actrices dan el salto al cine y después se olvidan de la televisión. Ella, no. Fue muy hábil en eso”, dice Amenábar.

“No podía decir que no”, comenta Belén Rueda al recordar aquella llamada para Mar adentro. Sencillamente. Su debut en el cine de la mano de un grande acabó con un Oscar de Hollywood para él y uno de los 14 goyas de la obra como actriz revelación —con 39 años, insistimos— para ella. Hasta en la cadena de televisión se aliaron por que saliera adelante el proyecto. El propio Paolo Vasile lo permitió. “Que se inventen algo…”. Y así fue cómo los guionistas la arrancaron del escenario principal para que atendiera a su exmarido enfermo en la ficción mientras rodaba Mar adentro. Lazos y conjuros en pro de quien se merecía un favor así. Todos contentos y Belén, en equilibrio, ya sin miedo a poner en el carnet de identidad: actriz. Así, con todas las letras.

La protagonista de la serie 'Madres' luce top y falda de Givenchy, pulsera de Elsa Peretti para Tiffany y pendientes de Tiffany.
La protagonista de la serie 'Madres' luce top y falda de Givenchy, pulsera de Elsa Peretti para Tiffany y pendientes de Tiffany.Javier Salas

Luego llegó otro éxito de masas: El orfanato. Para entonces, Belén pudo meter dentro de su personaje la última gran tunda que le había dado la vida: la muerte de su hija María, sin que llegara a hacer un año. “Nació malita. Y es una lección que me podía haber ahorrado, la verdad”. La tuvo con 32 años. “He pensado mucho en ella al hacer Madres: creo que lo tengo ya bien colocado, equilibrado, pero hay momentos en los que lloro mucho. María cumple años conmigo, me vienen a la memoria momentos de alegría: cuando engordaba, las pocas veces que estuvo en casa. El ruido de las máquinas, con los cardiópatas, es una revolución, cuando lo oía me aterrorizaba; ahora, en el rodaje de Madres, aún me sobresaltaba. Cuando la recuerdo, lo hago muy profundamente. Hay momentos en los que me ha dado mucha fuerza, cuando hice El orfanato fue una. Los éxitos que tienen que ver con aferrarse a la vida”.

Madres también conduce a eso. Cuando Aitor Gabilondo, creador de la serie junto a Joan Barbero, le ofreció el papel, quiso asegurarse de que volver a ese lugar, aunque fuera imaginariamente, no iba a resultar demasiado doloroso. A él mismo le ocurría. Madres es consecuencia de su experiencia como chaval enfermo en un hospital. Su homenaje a esas mujeres que nunca faltan al pie de la cama, ni al otro lado de la puerta de la habitación o en la sala de espera de un quirófano. “Nos conocimos él y yo. Me contó que había tenido una experiencia así y que apostaba por el punto de vista de las madres para contarlo. Me preguntó: ‘¿Crees que con la experiencia que tuviste vas a poder estar viviendo en un hospital aunque sea en ficción?’. Sí podía…”. El equilibrio, una vez más.

La serie 'Madres' es el homenaje a esas mujeres que nunca faltan al pie de la cama del hospital o en la sala de espera de un quirófano

El reparto roza abismos complejos. Pero Belén Rueda sabe conjugarlo con el arte y el dominio de ser una actriz que se nutre de la vida sin que eso la conduzca al barranco. “Para mí, lo más importante de un actor es la memoria emocional, no la mental. Meterte en ese lugar y poder salir. Hay momentos en que entras en sitio malo, que digo yo. En Madres me pasó una vez. Entrar en sitio malo es mantener una emoción demasiado tiempo. Llega un momento en que te atrapa la realidad misma en vez de aquello que quieres utilizar de la realidad en concreto para tu trabajo. No quieres, no conviene seguir ahí. No puedes parar de llorar. Has caído. Necesitas coger un pellizquito de esa realidad, pero, de pronto, te engulle”.

Madre es. Y entregada. Pero hace algunos años llegó a un pacto con sus hijas: “Ahora me toca a mí”, les dijo, cuando quiso aceptar algunos proyectos que la mantendrían fuera de casa alguna temporada. En casos como el teatro, por ejemplo, donde debutó en Closer y que ahora retomará en la piel de Penélope, la mujer que espera, en una versión de la Odisea dirigida por Magüi Mira para el Festival de Mérida.

Sus hijas la motivan y la fuerzan a ir más allá. “Estamos en nuestro mejor momento, tenemos muy buena comunicación. Con la edad que tienen, 25 y 21 años, me sale fuego por la cabeza. Son personas a las que has enseñado a pensar. La pequeña estudia Psicología y a veces la tengo que parar para que no me aplique terapia. Me permito el lujo de dudar delante de ellas, a ver, qué hago. Ser fuerte es mostrarse vulnerable”. La conciencia también de que todo puede venirse abajo. Y que en el caso de los avances logrados en este país, no están asegurados. “Todo puede volver atrás”, les advierte a sus hijas.

Lo dice también cara al otro género. Sobre todo en la era del Me Too. “Debemos volver a construir un equilibrio. Noto miedo y a veces demasiada agresividad. Los extremos no me gustan. Pero vivimos una época de confusión y catarsis. Si sales con un hombre más joven que tú, eso se convierte en titular. Persiguen también mucho más a las mujeres que han sacado los pies del tiesto por adicciones. ¿Te acuerdas de esa cantante…? ¿Cómo se llamaba? Ay, ¿te acuerdas de esos años en los que hablábamos seguido…? ¿Amy Winehouse?”.

Estilismo: Enrique Campos

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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