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REPORTAJE

La gran lección del pequeño colibrí

Paisaje de Punta Islita, en la provincia costarricense de Guanacaste.Vídeo: Ana Nance

Tras la pandemia, el país centroamericano se prepara estos días para la vuelta de los turistas. Su radical apuesta ecológica ha mostrado que desarrollo y conservación pueden ir de la mano, y ahora trabaja para profundizar en sus logros con un plan de descarbonización de los transportes y proyectos que salvaguarden la biodiversidad.

Las flores rosas de los robles sabana iluminan el paseo de Colón en San José en medio del tráfico denso de la mañana. Son los días previos al cierre de las fronteras, decretado el 18 de marzo ante el avance de la pandemia del coronavirus en todo el mundo. Se escucha el canto de los pájaros mientras los vendedores callejeros ofrecen galletas de jengibre y los policías vigilan las avenidas principales en bicicleta. La prensa local destaca en la portada una balacera con tres muertos, en un barrio próximo a la capital. Los muertos o heridos por disparos entre bandas son habituales en los informativos, pero el país, que abolió el Ejército en 1948, tiene la mayor esperanza de vida de Hispanoamérica (79,6 años) y cobertura total en escolarización y agua potable para los casi cinco millones de habitantes. En 1865 se instaló la primera cañería y la Constitución reconoce el agua como un derecho humano. Su sistema de salud universal y la rápida respuesta de su Gobierno ante los primeros contagios (11 víctimas mortales y 1.263 infectados al cierre de este reportaje) le han permitido sortear la pandemia de un modo ejemplar frente a sus vecinos panameños y nicaragüenses, donde el Gobierno de Daniel Ortega no ha impuesto restricciones ante el avance de la covid-19. El paraíso del ecoturismo mundial anuncia la apertura de sus fronteras a los extranjeros para el 30 de junio. Mientras estudian medidas de última hora, parece que serán obligatorias las mascarillas, mantener distancias, higiene de manos y desinfección de equipajes a la llegada al país. De momento, las compañías aéreas ya ofertan viajes con cuentagotas a Costa Rica para la primera semana de julio, aunque pasarán meses hasta recuperar el flujo normal de turistas.

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Costa Rica: radical apuesta ecológica

Costa Rica alberga el 5% de la biodiversidad mundial, en un territorio que supone el 0,03% de la superficie del planeta, gracias a la práctica continuada de la preservación de sus espacios naturales. El país centroamericano se divide en dos vertientes, el bosque seco en el lado del Pacífico y el bosque lluvioso en la parte del Caribe y con bosque nuboso en las alturas, lo que supone un 25% del territorio, protegido por el Sistema Nacional de Áreas de Conservación. En ese escenario sobreviven un millón de especies multicelulares, que van desde orquídeas hasta jaguares, perezosos, ranas de ojos verdes y mariposas azules. El cierre total de las áreas silvestres protegidas frente a la covid-19 ha provocado que animales como los monos carablanca, mapaches y garrobos, acostumbrados a las visitas de turistas y los restos de alimentos que dejan a su paso, se adentren en los bosques en busca de comida, y se han registrado avistamientos en núcleos urbanos de tapires, venados y hasta un jaguar. El costarricense (tico) percibe la naturaleza como algo intrínseco a la sociedad y no como algo externo. Ahí radica la diferencia con otros países, según el escritor Carlos Fonseca. “No es simplemente la tierra mansa, lista para ser explotada, sino también la tierra repleta de vida, detrás de la cual late cierta violencia y cierta historia. Y eso es importante, pues también hay que batallar contra la idea persistente de que América Latina solo genera productos naturales listos para ser explotados: ese imaginario que muy particularmente en Centroamérica se cristalizó bajo la idea de las banana republics y la presencia de la United Fruit Company. No es tanto la tradición del jardín al que se va en un ejercicio de romanticismo, sino una realidad integral a la vida. Y la educación pública ayuda a promover esos valores”.

El año pasado visitaron Costa Rica más de tres millones de personas, muchos de ellos expertos pajareros, cargados de enormes teleobjetivos y capaces de reproducir o reconocer el canto de las aves más exóticas. En la zona boscosa de Monteverde se encuentran parques que se atraviesan caminando sobre puentes colgantes, lo que permite distinguir cómo las plantas toman el tronco de los árboles, ocupando cada espacio disponible hasta convertirse en un jardín colgante con orquídeas, bromelias, helechos y musgos. Y entre ellos, insectos polinizando flores, mirlos construyendo nidos o quetzales sobre las ramas de un árbol de nuez moscada. Si uno camina por senderos nocturnos, acompañado de un guía “con estudios universitarios”, se sumergirá en una oscuridad iluminada por el vuelo de las libélulas entre el canto de los grillos, bañado por una tenue lluvia que denominan pelo de gato. Para penetrar en la reserva de Curi-Cancha hay que firmar un documento en el que, entre otras muchas normas, el visitante se compromete a no salir del recinto con una serpiente. Los guías le contarán que las mariposas (hay más de 14.000 especies) no viven más de dos meses, que tienen la sangre fría y que para sobrevivir necesitan una temperatura de entre 22 y 35 grados, o que un murciélago puede comer hasta 2.000 mosquitos en una noche.

Un presidente para la descarbonización. La peculiar relación del tico con los animales explica que una manada de mapaches se colara por la noche en el edificio de la Presidencia del Gobierno para beber agua. La expulsión de los mapaches del recinto no deja de ser una anécdota en la apretada agenda del presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, de 40 años. La prioridad de este escritor y politólogo del centroizquierdista Partido de Acción Ciudadana, que se encuentra en el meridiano de su mandato, pasa por sacar adelante el Plan de Descarbonización del país, que, entre otros logros, quiere borrar la mancha de carbono que deja el transporte. “Si hubiera que buscarle una analogía”, dice el mandatario, “habría que compararlo con la sombra de un gran árbol que protege la biodiversidad y captura mucho carbono. Pero un árbol en algún momento fue una semilla y luego un tallo. Y ese momento de plantarlo es clave porque supone poner la simiente del futuro. El plan se encuentra en esa etapa primigenia, aunque, como dice un adagio, el momento de plantar un árbol fue hace 20 años. Ahora es la ocasión de dar ese paso. El mundo y nuestro país lo necesitan”.

Una iguana en el parque nacional de Santa Rosa.
Una iguana en el parque nacional de Santa Rosa.Ana Nance

¿Un país apenas un poco más grande que la región de Aragón podría convertirse en un modelo de sostenibilidad mundial? “Nos dicen que somos un país pequeño, pero escuché una analogía de un cineasta francés que me gustó”, recuerda Alvarado. “Una vez estalló en el bosque un gran incendio y todos los animales grandes huyeron menos el colibrí. Desde su escondite, los otros animales lo veían que cogía agua de un charco y lo arrojaba al fuego. ‘¿Qué haces?’, le preguntaron. ‘Yo estoy haciendo mi parte’, respondió. Y bueno, ese es nuestro rol dada nuestra escala. Podemos demostrar que se puede revertir la deforestación, que puede haber crecimiento con sostenibilidad. Nuestra filosofía es liderar con el ejemplo. Aquí el colibrí ya voló”.

Costa Rica genera un 99,5% de energía limpia renovable, pero en lo que se refiere al transporte el 70% sigue siendo sucia. Para cambiarlo han proyectado la construcción de un tren eléctrico interurbano de más de 70 kilómetros que cruzará los principales centros de población, atravesando cuatro provincias del país para acercar a los miles de trabajadores que cada mañana acceden a la capital. Sacar adelante el Plan de Descarbonización, que ha sido alabado por Macron y Leonardo DiCaprio, que posee una casa en una de las playas del país, supuso también abordar una contestada reforma fiscal que ayudará a la estabilidad de las finanzas públicas, implementado el IVA y el impuesto sobre ganancia de capital. Ya disponen de un crédito de 1.300 millones de dólares (unos 1.150 millones de euros) del Banco Interamericano de Desarrollo, apoyo del Fondo Verde y del Gobierno de Corea del Sur para ejecutarlo. “La idea es que el transporte público quede articulado en torno a ese espinazo, mejorando las rutas, el tiempo de desplazamiento y reduciendo las emisiones”, añade Alvarado. “El plan implica también la electrificación de los otros transportes; ya ha arrancado el primer piloto de los autobuses eléctricos y se ha aprobado una ley que facilita la compra de vehículos eléctricos”.

Frente a los detractores de las políticas medioambientales, el presidente sostiene que la conservación en Costa Rica no solo no ha reducido empleos, sino que ha sido el motor de la industria limpia del ecoturismo y ha hecho crecer la economía. De hecho, las áreas que más se desarrollan son el turismo y las asociadas a las zonas de alto valor de conocimiento. “Hace 40 años exportábamos café y bananas, ahora también dispositivos médicos [stent, piezas para sustituir caderas, instrumentos dentales] y hay una industria incipiente de fármacos”.

En muchos aspectos los ticos, más que centroamericanos, parecen nórdicos. Al saludo típico de “Hola, ¿cómo estás?” responden con “Pura vida”. Hay cubos de reciclaje hasta en la selva y su cultura antitabaco aleja a los fumadores de las plazas: no hay ceniceros ni colillas por el suelo. Como otros países —al menos antes del coronavirus—, viven inmersos en novísimas tendencias gastronómicas que buscan actualizar las raíces de su cocina. Destacan sofisticados restaurantes como Sikwa, donde se recupera el arte culinario indígena, con platos como la sopa de piedra, una receta de hace 3.000 años que se sirve humeante y con roca incluida. O Silvestre, centrado en reconvertir los platos tradicionales en alta cocina, como sus esferas precolombinas de Osa, una representación estelar de la Tierra fundida con guayaba y maíz crujiente.

Un país sin Ejército. Suena idílico, especialmente porque este país centroamericano con una democracia asentada tiene vecinos como Honduras, Salvador o Guatemala con maras, asesinatos y milicias armadas hasta los dientes. “La tradición civilista del país es muy fuerte. Desde el siglo XIX hubo políticas muy importantes dedicadas a debilitar al Ejército”, cuenta el historiador Vladimir Cruz. “Ya en la época colonial, el país contaba con una milicia, no hubo una fuerza militar a la que combatir cuando se declaró la independencia en 1821. La derrota fue un acto político que supuso el inicio de un proceso de construcción democrática. Tradicionalmente, en Costa Rica las crisis militares no han contado con la participación de amplios sectores sociales o masas populares. El Ejército era una institución débil. Tras sucesivas reformas y peleas por el territorio de Nicoya o la batalla de Santa Rosa, el Ejército, que estaba dominado por civiles, fue perdiendo influencia para favorecer una tradición cultural y educativa, hasta su abolición por José Figueres”. La época de los cuarteles había pasado a la historia y se iniciaba la de las escuelas, colegios, universidades y museos. A partir de esa fecha, los cuerpos militares que se formaron fueron entrenados, al menos durante tres décadas, en las academias militares de Estados Unidos, ubicadas en la zona del Canal. “La oficialidad de la Fuerza Pública se formaba en distintas disciplinas de carácter militar, incluso de guerrillas y contraguerrillas. La asesoría militar norteamericana nunca ha faltado en la preparación de la Fuerza Pública costarricense, aunque también se enviaron a entrenar oficiales o cuerpos especiales a Israel, China, Panamá o Chile”, aclara el historiador.

Árbol de guanacaste en Nicoya.
Árbol de guanacaste en Nicoya.Ana Nance

Algo de razón tiene el presidente de Costa Rica cuando asegura que “el mundo que nos toca es bien enredado”. Y más si se piensa que este país es también uno de los puentes del narcotráfico, cuyas redes usan sus bosques como uno de los lugares de paso en el tráfico de drogas hacia el norte. “La Fuerza Pública y hasta los guardaparques han tenido participación en enfrentamientos armados. Nos hemos blindado con apoyo y cooperación con otros países y con nuestros propios recursos. Se trata de uno de nuestros grandes retos como país y como región; quizá si lográramos consolidar un bienestar compartido en toda la zona, se evitarían los peligros que representa exponerse a eso”, dice Alvarado.

Apenas 450 kilómetros separan San José de Managua. Históricamente, Nicaragua ha supuesto siempre un contratiempo. Desde la disputa por el territorio de Nicoya, que provocó un enfrentamiento armado, hasta la utilización de su territorio como base de la guerrilla sandinista en su lucha contra el dictador Somoza o la utilización posterior de su territorio, después de su derrocamiento, como una de las bases del Ejército contrarre­volucionario, conocido como “la Contra”, creado por Ronald Reagan. Y últimamente, las crisis de refugiados que provoca la represión de cualquier protesta por parte del Gobierno del presidente Daniel Ortega, a la que se ha unido la ausencia de medidas para proteger a sus ciudadanos ante el coronavirus. Las cifras oficiales pasan del millón de refugiados (un 20% de la población) y su presencia es constante, especialmente en el campo, la construcción o el servicio doméstico. “Para que la región cambie como una, necesitamos encauzarlo como un movimiento regional”, concluye Alvarado.

Conservacionistas internacionales. Cerca de la frontera nicaragüense, en el parque nacional de Santa Rosa, en la zona denominada como bosque seco en el noroeste del país, se repelió en marzo de 1856 la invasión de las tropas de William Walker y sus filibusteros que partieron desde el país vecino. Entre este paisaje arbolado se desarrolla la labor de los científicos que han impulsado las políticas de restauración y conservación de los bosques tropicales de Costa Rica de las últimas décadas.

Los murciélagos vuelan por el techo y el teléfono fijo ha quedado inutilizado porque un caracol ha decidido anidar en el aparato. Los ecólogos Daniel H. Janzen (Mil­waukee, 1939) y su esposa, Winnie Hallwachs, viven en la misma cabaña desde que llegaron hace 35 años. Los eminentes naturalistas renuevan el visado cada seis meses y no son propietarios de nada, ni siquiera del coche. Tampoco desean la doble nacionalidad. Se definen como “guiris”. Tras décadas de deforestación, su trabajo en el área de conservación de Guanacaste la ha convertido en una de las reservas tropicales más exitosas del planeta. Han recuperado 130.000 hectáreas con la complicidad de la población, que ha encontrado en los laboratorios, donde se investiga sobre fauna y flora en colaboración con la Universidad de Costa Rica, un puesto de trabajo que les permite implicarse en el proceso de resguardar el último reducto del bosque seco en Centroamérica.

Lejos de las grandes urbes y a kilómetros de distancia de las plantaciones, alimentadas con pesticidas, de los que Costa Rica es un gran consumidor, “el bosque cortado puede repoblarse, dejando que la naturaleza crezca”, dice Janzen, premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de biología. “Cuando llegamos en 1985 ya habían arrancado las expropiaciones y la recuperación de algunos terrenos que antaño se usaban para pasto de animales. Fue muy fácil poner en marcha todo esto porque estábamos muy lejos de San José; entonces nos comunicábamos por radio y no había ni electricidad”, cuenta Hallwachs, sentada en el porche de la cabaña. Durante la conversación, una manada de monos se acerca, saltando entre las ramas y dando alaridos, a beber agua de la fuente. Aquí reciben a biólogos y ecólogos de universidades de medio mundo, especialmente de Canadá, Estados Unidos y Suecia. Los científicos viven con lo justo entre libros y un amasijo de bolsas de plástico que lo mismo guardan anotaciones que muestras relacionadas con alguna investigación o bombillas de repuesto. Parecen dos niños felices persiguiendo mariposas.

Visitantes en la reserva de Curi-Cancha.
Visitantes en la reserva de Curi-Cancha.Ana Nance

La pareja divide su tiempo entre la cátedra de Biología de la Universidad de Pensilvania y su investigación en Costa Rica. Ahora andan enfrascados en el proyecto BioAlfa, una especie de enciclopedia verde con el ADN de las especies. No basta, dice Janzen, con la protección de los bosques, ni con tener árboles muy bonitos que sirvan como atracción turística. “Después de 35 años, con un 25% del país silvestre y toda una estructura de parques ya establecida, planteamos hacer inventario de lo que hay, evaluar la biodiversidad”. Ya ha empezado a mostrar a los empleados de más de un centenar de parques cómo poner una trampa Malaise con la que capturar insectos que se envían semanalmente a Canadá para sacar su código de barras. Hace 15 años la estimación era de 500.000 especies, hoy día hay un millón, pero calculan que superarán el millón y medio, sin incluir microorganismos; lo importante no es el número, sino poder discriminarlos. “BioAlfa, un proyecto apoyado por el Gobierno que lo ha declarado de interés nacional, podría equiparase a un proceso de alfabetización que enseñará a leer el bosque, como si de un libro se tratara. Facilitará información a los cinco millones de personas que viven en Costa Rica, desde el agricultor, que lo puede usar para obtener mayor rendimiento a su campo de piña, hasta los científicos que estudian el cambio climático, los escolares o una farmacéutica que quiera exportar un genoma para fabricar un medicamento. Tomando la biodiversidad como una comunidad de especies, con códigos de barras se puede documentar las migraciones, la salud y la dispersión de comunidades biológicas por los cambios del clima. Este biomonitoreo será importante a la hora de mitigar el efecto del cambio climático en los cultivos o en la salud”.

Desde el siglo XIX, naturalistas europeos y locales participaron en expediciones para recolectar información sobre las especies vegetales y animales de Costa Rica. En el siglo XX, su lugar fue ocupado por los investigadores y las instituciones públicas y privadas, pero esos estudios se mantenían ajenos e invisibles a la conservación y la vida del país. Hace 16 años, su amigo el biólogo Paul Herbert y su equipo de investigadores de la Universidad de Guelph en Ontario se dieron cuenta de que un pedacito de rata o de cualquier insecto permitía conocer su código y entrar en su base de datos. Secuenciar el ADN de un espécimen distinguiría las especies. El Área de Conservación de Guanacaste fue uno de los pioneros en participar en esa clasificación, y ahora construyen esa base de datos con los insectos. “Nos cuesta un dólar por insecto, eran 20 dólares cuando empecé. Cualquier laboratorio puede hacerlo, pero es mucho trabajo. Paul Herbert lo hace para todo el globo, ya han datado cinco millones de muestras y entrar en su base de datos, con toda la información acumulada, es público. Ahora, solo un estudioso puede identificar cualquier tipo de alacrán en África, pero en 10 años cada niño en el planeta podrá reconocerlos con un golpe de tecla”.

Tras saciar la sed, cuando los monos se alejan de la casa, Janzen los mira de soslayo. Se trata, dice, de una especie amenazada por el cambio climático. “Para ellos 2015 fue apocalíptico debido a la gran sequía. Hace unos años me hubiera apostado una caja de cervezas a que las lluvias empezaban un día concreto, pero ahora no se me ocurre”, añade. “¿Ven ese arbustito? Es el árbol del chicle. Los mayas y los aztecas masticaban el látex que sale al cortarlo, hasta que los americanos lo procesaron y le añadieron azúcar. Y lo mismo con el origen del café silvestre. Bastaba masticar una semilla de café para obtener unas gotas de cafeína. Todo eso se encuentra ahí, pero el mundo no puede leerlo; el concepto BioAlfa significa conocer lo suficiente, saber la historia natural de cada especie”.

Naturalistas locales. Abandonar el bosque seco para entrar en los bosques nubosos de Monteverde supone un cambio de paisaje. Por carreteras accidentadas se asciende a 1.500 metros de altura. En el camino se alza majestuoso el guanacaste —un árbol nativo de las zonas tropicales— en campos amarillos donde pastan vacas y caballos. Ubicado en la sierra de Tilarán, donde se concentra el 2,5% de la biodiversidad del mundo con un 10% de su flora endémica, la reserva biológica de Monteverde fue levantada durante los últimos 30 años, cuando sus habitantes decidieron cambiar el uso del suelo, de mayoría agrícola o ganadera, y promoviendo la conservación adquiriendo terreno y replantando más de un millón de árboles.

Guillermo Vargas, ingeniero forestal de 69 años, fue uno de los impulsores de las reservas biológicas de la zona. Vive en Santa Elena, el pueblo más desarrollado de esta área de más de 6.000 habitantes. En 1985, recién licenciado, Vargas regresó al pueblo donde había nacido y junto con otros 300 socios emprendieron el cambio para rehabilitar un espacio degradado. Ya existía una base legal de conservación en Costa Rica: se creaban los parques, pero faltaba el marco teórico para mantenerlos. Así que compraron tierras, en muchos casos con ayudas de donaciones, y emprendieron la reforestación. En Monteverde no había terratenientes, el terreno pertenecía a empresas locales de pequeños propietarios, la mayoría productores de leche y agricultores. Y estaban organizados en una cooperativa. “No hicimos la conservación para que vinieran los turistas, pero llegaron”, relata Vargas. A pesar de la carretera, que cuesta imaginar cómo sería hace un par de décadas, primero recibieron 6.000 visitantes y ahora casi rozan los 200.000. Cerca de 500 casas se anuncian en la plataforma Airbnb, y los hijos del lechero o los de los cazadores se dedican ahora a fabricar jabones de mango o han estudiado para ser guías que conducen a los turistas por los bosques.

Un quetzal en la reserva de Curi-Cancha.
Un quetzal en la reserva de Curi-Cancha.Ana Nance

Vargas ha centrado su actividad en la conservación de la naturaleza, el comercio justo y la agricultura sostenible. Los tres factores se dan en la finca Life Monteverde, una cooperativa de la que forma parte dedicada al cultivo del café, de la que extraen 80.000 kilos al año. Ahora, su principal preocupación parece centrada en la salida de la crisis que ha generado el coronavirus y la limitación de visitantes que se avecina: “¿Cuánto tiempo soportará Costa Rica vivir sin turismo? No lo quiero ni imaginar”.

Hace apenas tres meses, Vargas reconocía que, desde el punto de vista global, el gran reto es el cambio climático, que impacta directamente en los bosques, donde los cambios de temperatura supondrían el fin de su flora y su fauna endémicas. Algunas de esas especies amenazadas sobreviven en reservas biológicas como el Bosque Eterno de los Niños, de 23.000 hectáreas. La reserva privada más grande del país pertenece a la Asociación Conservacionista de Monteverde, que se mantiene con el dinero que generan las entradas de los visitantes (un 25%), donaciones y servicios ambientales del Gobierno, que paga a los propietarios por la conservación de lo que antaño eran cafetales o tierras agrícolas. Los ecoturistas recorren los senderos de lo que se denomina bosque secundario, rodeados de mariposas azules o pájaros campana, pero el grueso de la selva se mantiene cerrado para garantizar su conservación. No poseen capacidad para investigar, pero sí monitorizar con cámaras trampas lo que sucede en las profundidades. En 1995 desapareció el sapo dorado y otras 25 especies por culpa de un hongo, pero algunas familias, como la rana de ojos verdes, han reaparecido. Y con ellas, seis especies de felinos, incluido el jaguar”, añade Lindsay Stallcup, directora ejecutiva.

Alta esperanza de vida. Costa Rica figura también como uno de los cinco países del mundo donde se puede vivir más de 100 años. El informe del demógrafo Luis Rosero sobre la salud de este país centroamericano, realizado en 2007, permitió constatar que la península de Nicoya, corazón de la nación chorotega, concentra un índice de longevidad tan elevado como para que ese territorio tenga el calificativo de Zona Azul, una cualidad que solo poseen cuatro lugares más en el mundo. De los 170.000 habitantes de los cinco cantones que conforman la península, 950 superan los 90 años, 247 tienen más de 95 y 48 son centenarios.

Daniel H. Janzen y Winnie Hallwachs, delante de su casa.
Daniel H. Janzen y Winnie Hallwachs, delante de su casa.Ana Nance

Dora Amparo Bustos, de 101 años cumplidos el pasado marzo, vive en su casa de madera y techo de hojalata en San Blas. En el patio se movían tranquilas las gallinas, y el maíz esperaba en remojo para ser cocinado en un fogón alimentado con leña. Dora es menuda y se mueve despacito: viste falda con enagua debajo y un suéter blanco, el pelo recogido en un moño. Desde que quedó viuda a los 29 años, ha sacado a sus seis hijos adelante vendiendo rosquillas y limpiando allá donde la llamaban. Todavía se ducha sola, aunque necesita la ayuda de su hija, de 73 años, para abrocharse el sujetador. “Gracias a Dios que me dio fuerza para darles de comer. Desde el principio decidí que no volvería a casarme. Nadie quiere llegar donde una mujer y no tener hijos y ellos hubieran quedado relegados”. Siempre le ha gustado bailar y ahora todavía sigue el ritmo con los pies si suena un bolero en la marimba, pero su principal distracción es ir a misa.

Dora es católica, como buena parte de los costarricenses, aunque en los últimos dos siglos se establecieron nuevas iglesias cristianas (luteranos, calvinistas, bautistas) y posteriormente otra oleada de iglesias que han llegado al país más recientemente. Su fuerza crece especialmente en las zonas alejadas de la capital. Carlos Alvarado ganó las elecciones frente a su contrincante, el predicador evangelista Fabricio Alvarado. No habrá reelección. La Constitución lo prohíbe. El mandatario confía en el poder de las ideas y en su contagio para que el Plan de Descarbonización sea una realidad en 2050. Porque en Costa Rica ya vuela el colibrí.

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