Continúa extrañándonos
Lo normal es matar a escondidas, incluso a escondidas de uno mismo y con coartada moral: estaba asustado, fue en defensa propia, lo confundí con un asaltante, había bebido, qué sé yo. Para matar por matar y a la vista de todos, en directo, hay que tener una pasta especial y vivir en un contexto en el que esa pasta goce de algún prestigio. El tipo de la parte superior de la imagen es un psicópata y el contexto en el que actúa es Estados Unidos, así que se juntan el hambre con las ganas de comer. Por si fuera poco, el homicida va de uniforme, lo que le proporciona un plus de legitimidad. De hecho, no fue detenido hasta pasados cuatro días del cruel asesinato y debido a las manifestaciones de rechazo que empezaban a producirse aquí y allá.
La víctima, que se encuentra maniatada, trata de indicar al asesino con un hilo de voz que no puede respirar, lo que por otra parte se le ocurre a cualquiera. El lamento, lejos de conmover al depredador, lo excita. Observen, si no, el gesto de importancia que compone mientras mira al tendido, con las gafas de sol sobre la frente, sin despeinarse, diríamos, un pelo. Está pensando, si poseyera esa capacidad, la de pensar, en el telediario de la noche, que es el que ven sus hijos y sus nietos y su esposa, pero también sus vecinos, que lo recibirán sin duda como un héroe cuando vuelva a casa.
—¡Un negro menos! —exclamará él con el pulgar en alto.
De acuerdo con las estadísticas, el hecho de que un poli blanco acabe por puro gusto con la vida de un ciudadano de color no es excepcional. Pero por fortuna continúa extrañándonos.
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