Al final te hiciste famoso, George Floyd
El nuevo símbolo de la lucha contra el racismo creció en un barrio pobre de Houston, quiso ser deportista y rapero, pero acabó pasando por la cárcel
El barrio de Houston en el que creció George Floyd está formado por hileras de casas shotgun (escopeta), como se conoce al tipo de vivienda rectangular y estrecha, de no más de tres metros y medio de ancho, que se popularizó en las comunidades negras del sur de Estados Unidos entre mediados del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial. Este pasado martes, sobre las tres de la tarde, podía uno sentir que había viajado en el tiempo paseando por esas calles desangeladas. Ni un alma paseando por ellas. Apenas comercios abiertos.
Al otro lado de la ciudad, a Floyd se le acaba de despedir entre música y oropel, en una ceremonia retransmitida por medios de comunicación de todo el mundo. Parecía otra galaxia, la de la celebridad que este hombre negro de 46 años quiso ser de joven, primero en el mundo del deporte y luego en el de la música rap, para acabar en la cárcel, salir de ella y empezar de nuevo, entregarse a la iglesia y finalmente morir en un arresto brutal por un supuesto billete falso de 20 dólares. “Tengo mis fallos y defectos, no soy mejor que nadie, pero esos tiroteos (…) No me importa de dónde seas, deja las armas”, decía en un vídeo dirigiéndose a los jóvenes de su comunidad.
La vida del nuevo icono mundial contra el racismo se parece más a su barrio, el Third Ward (Tercer distrito) de Houston, que a su funeral.
George Perry Floyd Junior nació el 14 de octubre de 1973 en Fayetteville, una ciudad de Carolina del Norte, pero se trasladó con su madre, Larcenia, a Texas cuando era apenas un niño. En lugar de instalarse en una de esas casas shotgun del Third Ward, lo hicieron en un edificio de apartamentos públicos llamado Cuney Homes, un edificio de ladrillo visto que esta semana parecía recientemente reformado.
La adolescencia de un chico negro en un barrio pobre, en plenos ochenta, era una especie de campo de minas, pero a George, un armario de dos metros de altura, se le dieron bien los deportes y a través de ellos pudo soñar. Fue una de las estrellas del equipo de fútbol americano de su instituto, el Yates, con el que jugó el campeonato de 1992. Al graduarse al año siguiente fue el baloncesto, sin embargo, lo que le proporcionó una beca para estudiar en el South Florida Community College, un centro público universitario de grados más cortos que los habituales.
Floyd, el mayor de cinco hermanos, había sido el primero también en poner los pies en la universidad. Dos años después, se trasladó a otra, la Texas A&M University en Kingsville, pero no se le dio bien y, a su regreso a Houston, trabajó en la construcción y en el sector de la seguridad. Durante aquella época, empezó a tener hijos. Según la agencia Associated Press, fue padre de hasta cinco. Quincy Mason, de 27 años, participó en los actos de homenaje la semana pasada. También Gianna, de seis.
La madre de George Floyd era muy conocida por su implicación en la comunidad, hasta el punto que, según contó AP esta semana, cuando una vecina fue a prisión por un delito de drogas, Larcenia puso al hijo preadolescente de esta bajo su ala y ordenó a George, ocuparse también de él. “Era como un superhéroe”, recuerda ese chico, Cal Wayne, hoy un rapero que atribuye a Floyd los ánimos para abrirse camino en el mundo de la música.
Big Floyd (el Gran Floyd), como lo llamaban en el barrio, lo intentó sin éxito. Grabó algunos temas con un rapero conocido como DJ Screw, pero nunca salió nada reseñable y a finales de los noventa empezó la caída en picado. Su historial recoge varios arrestos por delitos de drogas y robo. Una de las detenciones, citada por The New York Times, se debió a un trato de drogas de 20 dólares y le costó 10 meses de prisión. En 2007, fue acusado de robo con arma letal en el apartamento de una mujer, se declaró culpable y lo condenaron a cinco años de cárcel. Al salir, en 2013, se volcó en una congregación recién fundada en el distrito, la Resurrección, que solía realizar ceremonias en canchas de baloncesto cerca de su casa. Acababa de nacer su hija Gianna.
De aquella época datan algunos de los vídeos que estos días circulan en las redes sociales, alertando de que la juventud “está perdida”. La suya lo estaba. Hace pocos años se mudó a Minneapolis (Minnesota), donde su complexión y su calma le ayudaron a encontrar empleo como guardia de seguridad en un centro caritativo de la Salvation Army. Por las noches, trabajaba como vigilante de seguridad en un club latino llamado Conga Bistro. “Era muy agradable, bueno, tranquilo, llegaba y abrazaba a todo el mundo, muy alegre, era casi como un latino, solo que bailaba mal”, recordaba recientemente el dueño del local, Jovanni Thunstrom, en una conversación con EL PAÍS. La pandemia cerró el local y George se quedó sin trabajo.
“Papá cambió el mundo”
El día 25 de mayo murió frente a un comercio en el cruce entre la calle 38 y la avenida Chicago de Minneapolis. La policía acudió tras la llamada del establecimiento y lo arrestó como sospechoso de haber tratado de pagar con un billete falso de 20 dólares. Entre cuatro agentes, lo inmovilizaron en el suelo. Uno de ellos le apretó la rodilla contra el cuello durante ocho minutos y 46 segundos que ha visto medio planeta en vídeo. En su agonía, Floyd empezó a llamar a su madre, muerta dos años atrás. “Era un buen hombre, ojalá hubiese estado allí para ayudarle”, dijo a la prensa Roxie Washington, madre de su hija pequeña. El exjugador de la NBA Stephen Jackson, que le había conocido muchos años atrás, ha prometido ayudarlas.
Hoy un grafiti del hombre adorna una de las paredes del Third Ward. Cuesta encontrar en el barrio nombres tan célebres como el suyo, además del de Beyoncé, que también creció allí. “Papá cambió el mundo”, dijo Gianna en un acto de homenaje al fallecido la semana pasada en Minneapolis. De un modo muy distinto al que proyectara, el gran Floyd se hizo famoso.
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