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carta blanca
Columna
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Orgullosos de ti

Compartir mesa contigo siempre era una experiencia, nunca tenía idea cuándo acabaría, pero sí que me reiría y saldría sabiendo algo más

Dad’, pues ya llevamos más de un mes y decir que esa mezcla de tristeza y orgullo ha disminuido sería mentira. Sería mentira porque aún no nos situamos sin ti, la razón de ello es porque sigues tan presente que muchas veces pensamos que vas a entrar por la puerta… Te sigo viendo por la tele, Gabriela apunta reconociéndote, y le digo que luego nos llamarás…

El otro día fui a grabar algo y te eché muchísimo de menos. Eché de menos nuestra rutina del café debajo de la radio y hacer algún chiste de la última comparecencia de nuestro amigo Donnie Trump. Subir al estudio y grabar y escaparnos de inmediato a comer. Nunca fallaba tu pregunta casi irónica: ¿qué me apetece? Como si mi antojo fuera a cambiar donde fuéramos cuando siempre era uno entre dos sitios, no fuera que cambiáramos algo la rutina, una rutina que aún me resulta difícil reencontrar.

Solo al escribir esto me sale una sonrisa: nuestra costumbre de empezar con la buena intención de pedir agua al centro cuando en el fondo esperábamos a ver quién sería el culpable de pedir esa cerveza o un vino… Haciendo que ya avisaríamos en casa de que llegaríamos tarde a causa de hablar de todo y concluir en una sobredosis de entretenimiento con historias infinitas, alguna repetida con algún retoque novedoso, pero igual de divertido.

Creo que será lo que más echaré de menos, donde más voy a notar tu ausencia, no solo porque las comidas y cenas serán más cortas. Era esa manera de encapsular a todos en la mesa (incluso, a veces, mesas vecinas) con tu forma de compartir historias y entretener al entorno. También es el único ambiente donde siempre veía que te dejabas conocer y compartirías tu tiempo con quien estuviera, sin estar pendiente de la hora, cosa que a la gente le encantaba. A mamá no tanto, ni a los maîtres, pero ese eras tú.

Lo irónico es que es como decías: “El deporte es la excusa o pretexto perfecto para contar historias”. Yo creo que comer contigo suponía lo mismo. No sé lo que pedimos en nuestra última comida, pero sí sé de lo que hablamos. Para que luego digas que no te escuchaba… Y sí: ¡Estoy en ello!

Compartir mesa contigo siempre era una experiencia, nunca tenía idea dónde y cuándo acabaría, pero sí estaba seguro de que me reiría y que saldría sabiendo más que unas horas antes.

No sé si desde donde estás has podido apreciar todo lo que se ha dicho de ti. Como exclamarías tú con las manos en la frente: “Unbelievable!”. Hemos vivido toda una celebración de tu persona con tantas muestras de cariño detallando lo que has significado para mucha gente. En casa no sabes lo orgullosos que estamos de ti. ¡Te aseguro que ni con tres gin-tonics me creerías!

Para acabar, te digo que veo que sí tenías razón cuando nos repetías en casa: “Ofreceros, que la gente os devolverá. Eso es la generosidad”. Y ahora entiendo perfectamente a lo que te referías cuando hablabas de esos dos impostores de la vida que hay que tratar por igual: “Ganar y perder”. Estamos intentando tramitar ambos de la misma manera, pero últimamente gana uno más que el otro… Y no vamos a entrar en bucle porque, como nos dirías tú: “Es lo que hay”. Y lo que ha habido es muchísimo.

Te querremos eternamente y luego nos uniremos a tu sobremesa, pero aún queda un poco más.

 Liam Robinson, hijo de Michael Robinson, es productor de televisión.

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