A Alejandro
Dedicarse a mejorar la vida de los demás es algo tan gratificante como cualquier actividad artística. Es una buena receta para la felicidad
Esta carta es para ti, Alejandro, joven canario de quien acabo de recibir un e-mail. Muchas gracias. No sabes lo que valoro tu decisión de escribirme. Me encanta recibir cartas de lectores de mi libro. Me emociona verte como en un vídeo. Has acabado el libro, lo cierras, miras de nuevo la portada y, antes de dejarlo donde lo vayas a guardar, de pronto, tomas la decisión de teclearme tus pensamientos.
Gracias de nuevo, Alejandro. Es algo mágico lograr ese diálogo abierto que pretende la escritura, la literatura, y no siempre consigue. Los libros entran en nosotros. El razonamiento y la sensibilidad del pensamiento del que escribe se nos ofrecen como incitación a la reflexión. Después, en algunos casos, felizmente, también al diálogo. Me dices que te ha impresionado cuando, al hablar de la felicidad, os he dicho “a los que venís” que dedicarse a lo social, dedicarse a mejorar la vida de los demás, es algo tan gratificante como cualquier actividad artística. Pues sí, el emprendimiento social, pretender la modificación social del mundo es, como la arquitectura, la escultura o como todo lo artístico, algo enormemente gratificante. Vamos, una buena receta para eso que llamamos felicidad.
Al hilo de lo que me comentas, se me ocurre añadir que esto no solo lo digo porque yo así lo haya vivido, y lo siga viviendo ahora, sino porque tengo pruebas. Tengo también testimonios que me lo confirman.
He tenido la inmensa suerte de cruzarme, de encontrarme, de convivir, en fin, con personas que habían apostado sus vidas por mejorar el mundo, por contribuir a forjar la necesaria escultura social. Desbordaban vitalidad, irradiaban felicidad.
Son realmente muchos. Te cito algunos. Jugando con un orden de sus edades, te hablaría de Ana María, monja española de 80 años en la República Democrática del Congo. Recorrí con ella los tugurios de Kinsasa. Lograba lo mismo que se construyera un colegio, que alguien tuviera una nueva habitación o que aquel que le había quitado el móvil a otro se lo devolviera. También te puedo hablar de Dolores, con 75 años. Era mi secretaria y, cuando tenía 22, la Guardia Civil de la dictadura mató a su marido de un tiro. No solo salió adelante; se hizo oficial judicial y después abogada. Se convirtió en esa persona imprescindible que, allí donde esté, impide que la burocracia aplaste la vida. Lo constató conmigo en el Ayuntamiento.
Y no solo mujeres; también te hablaría de Luis. Exilado tras la Guerra Civil, dejó el buen negocio que se había labrado en México y volvió a España con casi 50 años para estudiar derecho. Se convirtió en ese magnífico abogado que defendía los derechos de los demás como si fueran suyos. Tuve la suerte de ser su amiga, cuando nos conocimos, ambos recién licenciados, él con 52 y yo con 22.
Alejandro, sí, en todas estas personas he visto su brillo en la mirada, su risa contagiosa, su calor en las manos. Sí, he vivido su felicidad.
Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid, es autora de A los que vienen (Aguilar).
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