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Las abuelas revolucionarias que iluminan el África rural

Cuatro mujeres sin estudios se convierten en expertas en energía solar y llevan la luz, y la vida, a su pueblo en el sudoeste de Madagascar

Marie (izquierda), Marinasy (centro) y Tsiampoizy (derecha) son tres mujeres de Ranomay. En la foto, muestran los paneles y las lámparas solares que ellas mismas instalan y reparan. Viajaron hasta India para formarse como ingenieras solares.
Marie (izquierda), Marinasy (centro) y Tsiampoizy (derecha) son tres mujeres de Ranomay. En la foto, muestran los paneles y las lámparas solares que ellas mismas instalan y reparan. Viajaron hasta India para formarse como ingenieras solares.Juan Maza

Parece inverosímil que una persona analfabeta pueda dominar los intríngulis de la energía solar. Sin embargo, son muchas las ingenieras iletradas que iluminan y mejoran la vida de sus comunidades. Marie Tsimadiro tiene 47 años, nueve hijos y 12 nietos. No sabe leer ni escribir y ha dedicado toda su vida a cultivar el campo para el sustento de su familia. Pero, ahora, esta abuela malgache compagina la azada con la reparación e instalación de paneles y lámparas solares en Ranomay, una comunidad rural remota de 670 habitantes en la región de Atsimo-Andrefana, en el sudoeste de Madagascar.

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Marie junto a Marinasy, Tsiampoizy y Modestine, abuelas las dos primeras y madres las dos segundas, fueron elegidas por sus vecinos para emprender una aventura intercontinental que cambiaría la vida cotidiana de su comunidad. En septiembre de 2018, las cuatro mujeres que apenas se habían alejado 10 kilómetros de Ranomay, viajaron 6.000 hasta Tilonia, en India. Allí asistieron durante seis meses a la formación sobre energía solar fotovoltaica que imparte la Universidad Pies Descalzos (Barefoot College), fundada por el activista social Bunker Roy. “Mi familia al principio se opuso, decían que los aldeanos nunca habíamos estado fuera, que yo no sabía hablar ni inglés ni francés. Fue mi madre la que les convenció diciéndoles que se mirasen a ellos mismos, que por no salir no habían progresado y que yo debía ir para traer el desarrollo”, dice muy seria Tsiampoizy, la más joven de todas.

El programa Mamás Solares, iniciado en 2008, tiene como objetivo formar en el diseño, instalación y mantenimiento de sistemas solares a madres y abuelas iletradas para iluminar de forma sostenible las áreas remotas e inaccesibles de las que provienen. Deben tener entre 35 y 50 años, no estar embarazadas o en periodo de lactancia y contar con la aprobación familiar. Puesto que la gran mayoría nunca fue a la escuela, el método de enseñanza se basa en el lenguaje cromático: “No conocíamos su idioma, pero aprendimos las palabras importantes, nos enseñaron los colores para distinguir los materiales y así nos comunicábamos”, relata Marie.

Según un estudio realizado en 2015 por la Agencia de Desarrollo y Electrificación del Medio Rural (ADER), el 84% de la población de Madagascar, uno de los países más pobres del mundo, no tiene acceso a electricidad. La tasa de accesibilidad en el medio rural no supera el 6%. Para hacer frente a esta pobreza energética y promover las energías renovables, Barefoot College Madagascar se asoció con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en 2012 y, juntos, implementaron el proyecto Mamas Solares en la cuarta isla más grande del mundo. Hoy, con ayuda del Ministerio de Agua, Energía e Hidrocarburos del país, el binomio ha formado a casi 40 mujeres, dado luz a más de 2.000 hogares y puesto en marcha doce centros de formación. La presidenta de Barefoot College Madagascar, Voahirana Randriambola, afirma que su objetivo, de aquí a 2030, es formar a 744 mamás solares que acabarán de manera sostenible con la penumbra de 630.000 hogares.

Y se hizo la luz en Ranomay

Son las siete de la tarde y la oscuridad se cierne sobre Ranomay. Tovondray (18 años) y Lahininiko (16) estudian para su examen de matemáticas, mientras una gallina revolotea a sus anchas por la estancia. Una lámpara solar portátil ayuda a los jóvenes a realizar sus ejercicios sin tener que descifrar los números en la lobreguez. Antes de tener acceso a esa bombilla, ambos estudiaban a la luz de una linterna de pilas, siempre y cuando hubiesen conseguido encontrar las baterías (un bien común en Occidente, pero de difícil acceso en las zonas rurales malgaches). A 20 metros, Noëlson (55), su padre, regenta la típica tienda africana: un tenderete con “un poco de todo”. “Mi tienda es la única que hay en las cuatro aldeas que forman Ranomay. Antes cerraba a las seis de la tarde, pero gracias a los kits de energía solar puedo abrir hasta las diez”, afirma con una sonrisa que deja entrever su orgullo de ser empresario.

La electrificación de Ranomay ha sido un sueño hecho realidad. Hay menos robos de patos y ha mejorado la vida de todos

En la aldea de Ranomay de Arriba, a pocos metros de los ultramarinos de Noëlson, se erige la Casa Solar, un edificio modesto que funciona como centro de operaciones. Es allí donde Marie, Marinasy, Tsiampoizy y Modestine reparan, montan y manipulan los diferentes componentes fotovoltaicos que instalan para sus paisanos. Trabajan en semanas alternas en equipos de dos, así pueden seguir dedicándose a sus quehaceres agrícolas. Las mamás solares han iluminado 155 hogares en solo seis meses. Nantoany Sitra (50), secretario general de la Asociación comunal TSIFA Ranomay, es el encargado de distribuir, gestionar y coordinar los pagos e instalación de los sistemas: “La electrificación de Ranomay ha sido un sueño hecho realidad. Hay muchos menos robos de patos y ha mejorado la vida de todos. Por ejemplo, ya no tenemos que comprar petróleo para las lámparas de queroseno, que son un gran gasto para la economía familiar y los niños pueden hacer los deberes por la noche”.

La población de esta comunidad rural se dedica, principalmente, al sector primario. Los medios de subsistencia son muy limitados o casi nulos. Por eso, para adaptarse a todo tipo de bolsillos, el proyecto ofrece varios equipos de energía solar fotovoltaica a diferentes precios: desde una linterna solar portable con panel solar incluido por 0,70 euros (3.000 MGA), hasta un kit muy completo que incluye un panel solar, baterías de 40W, cuatro linternas portátiles y un regulador de carga solar por el precio de 2,41 euros (10.000 MGA). Cada vecino tiene un contrato que incluye las reparaciones en caso de rotura y debe pagar la cuota mensual de forma presencial.

Realison acude a la Casa Solar con su lámpara. Aunque deja el panel en la puerta de su choza para que atrape todos los rayos del sol, no consigue cargar la batería y su lámpara no se ilumina por las noches. Marie y Marinasy se ponen manos a la obra para devolverle la luz a su vecino. El pescador de 23 años cuenta que los niños enfermaban por el humo de las lámparas de queroseno y la quema de madera, y que la luz solar ha ayudado al desarrollo de su pueblo. Así lo ve también Marinasy: “Ahora nuestro pueblo brilla por las noches. Estoy muy orgullosa porque gracias a nosotras, las técnicas solares, nuestra vida ha cambiado, la luz nos ha cambiado”, cuenta con el rostro iluminado de felicidad. Un cambio que no se manifiesta solo en forma de luz, sino que también ha permitido a las mujeres empoderarse y adquirir otro papel en la sociedad rural. Se han convertido en embajadoras del progreso de sus comunidades: “Creo que ahora los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos”, afirma Marie.

Alumbrar el futuro de manera eficiente

Uno de los infinitos usos que tiene la luz, y quizás el más obvio, es el de alumbrarnos. En los países con más recursos, el hecho de encender y apagar un interruptor es un acto que pasa desapercibido en nuestra cotidianidad. Sin embargo, tal y como apunta el Banco Mundial en un informe publicado en 2019, 840 millones de personas en todo el mundo no tiene acceso a electricidad, y más de la mitad se concentra en las zonas rurales del África subsahariana (573 millones). Para iluminarse por las noches utilizan velas, madera y lámparas de queroseno que provocan la muerte de más de un millón de personas cada año. Por eso, la transformación de luz solar en energía es una manera eficiente y saludable de alumbrar el futuro de estas poblaciones.

Tovondray y Lahininiko estudian en el salón de su casa.
Tovondray y Lahininiko estudian en el salón de su casa.Juan Maza

La directora general de la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Audrey Azoulay, afirma que los beneficios naturales y las aplicaciones científicas y tecnológicas de la luz son muy importantes para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. La implementación de la energía solar fotovoltaica no solo contribuye a lograr el objetivo 7 de los ODS, que pretende garantizar el acceso a una energía asequible, fiable, sostenible y moderna para todos, sino que incluye beneficios colaterales. Reduce la pobreza, evita la exposición de las personas a humos insalubres, al mismo tiempo que reduce la contaminación del aire, juega un papel esencial en el mundo de la educación y empodera a las mujeres en el medio rural.

La luz es una fuente incansable de energía, ventajas y beneficios que hay que celebrar. Por eso, cada viernes por la noche, en Ranomay le rinden un homenaje muy especial. Gracias a un generador solar instalado por las cuatro expertas, grandes y pequeños se aglutinan en torno al único televisor que hay en la comunidad. Nunca antes habían visto una película, nunca se habían expuesto a las luces, colores y formas que emergen de la pantalla. Los niños, embobados, celebran cada sonido que emite la televisión. Y así, con este particular ritual, se hace tangible el poder de la luz, que no solo genera desarrollo, sino que también dibuja sonrisas e irradia felicidad.

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