Pensar (y construir) como los animales
Juhani Pallasmaa defiende en el libro 'Animales arquitectos' la necesidad de aprender de la racionalidad ecológica de nidos y madrigueras
Varias especies de animales han inventado la puerta. Las avispas emplean discos circulares para cerrar sus nidos tubulares. Y el vencejo rabihorcado —que construye su nido de arcilla bajo los salientes de los acantilados— tiene una entrada ficticia para engañar a las aves depredadoras y construye la suya por debajo del nido.
En 1995, la revista Science News publicó que una tela de araña con un grosor de hilo y tamaño similares a una red de pesca podría atrapar un avión de pasajeros en pleno vuelo. Esa tela se produce con poca energía mientras que para fabricar el kevlar —el material que se emplea en los chalecos antibalas— se han de verter las moléculas en un contenedor presurizado de ácido sulfúrico y calentarlas a varios cientos de grados para convertirlas en cristal líquido.
Ninguno de los metales creados por el hombre o ninguna de las resistentes fibras modernas se aproxima siquiera a la combinación de resistencia y elasticidad del hilo de tracción de una tela de araña. La resistencia de ese hilo es tres veces superior a la del acero. Es incluso más fuerte que el kevlar.
Fascinado por la arquitectura del reino animal, el arquitecto y ensayista finlandés Juhani Pallasmaa ha recopilado en su libro Animales Arquitectos (Gustavo Gili) datos curiosos, técnicas constructivas, observaciones y análisis del comportamiento de los animales cuando construyen sus moradas. Las conclusiones son sorprendentes.
Pallasmaa apunta que los animales no construyen solo nidos y madrigueras, y que muchas de sus obras superan en escala a las humanas. El dique más largo levantado por castores mide 1,2 kilómetros de largo. Y los túneles que las termitas horadan en el desierto alcanzan los 40 metros, lo que equivaldría a nueve kilómetros en la escala humana, sostiene el arquitecto.
Apunta que los avisperos, formados por capas de papel, llevan intercaladas capas de aire estanco como aislante térmico. Pero lo más sorprendente es que, las avispas —que necesitan mantener 35º para la secreción de la cera—, han inventado un sistema de calefacción autosuficiente. En la zona de incubación, un grupo de obreras actúan de radiadores vivos y mantienen la temperatura a 30 grados. Lo consiguen realizando un ejercicio muscular constante: contrayendo y ensanchando sus abdómenes. Como en el verano los nidos pueden sobrecalentarse, las avispas transportan agua para humedecer las celdas y refrigerarlas por evaporación. Para ventilar el panal, agitan las alas.
Parece ser que los humanos somos los seres vivos que menos hemos aprendido a aprovechar el sol. Las hormigas obreras mantienen las pendientes del hormiguero en el ángulo adecuado para obtener la máxima cantidad de calor solar. También toman el sol y regresan con esa energía calorífica cargada en su cuerpo para, también ellas, actuar de radiadores vivos.
Pallasmaa apunta que los animales emplean los mismos materiales que muchos pueblos aborígenes y unos métodos de trabajo similares. Por eso el arquitecto se pregunta qué podemos aprender de las adaptaciones ecológicas que demuestran las construcciones animales. Su conclusión es una advertencia: “El comportamiento humano y las construcciones humanas se han distanciado peligrosamente de su contexto ecológico”. Pallasmaa se remonta a la idea que el cirujano francés Ambroise Paré escribió en el siglo XVI. “No es posible construir mejor que un animal. No hay hombre capaz de hacer una casa mejor adaptada a sus necesidades y las de sus crías que las que se construyen los animales”. Más allá de recordar el reto de conseguirlo y la obligación de intentarlo, Pallasmaa recuerda al filósofo Karsten Harries, que escribió sobre la función ética de la arquitectura: “La arquitectura es una profunda defensa contra el terror del tiempo”. Y pone esa idea en palabras de Alvar Aalto: “La forma no es más que el deseo de una vida eterna en la Tierra”.
Babelia
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