Respuesta a la emergencia por la covid-19: lecciones aprendidas del ébola
Apenas teníamos información pública sobre cómo equipar a los trabajadores o sobre cómo proteger a los ancianos, las mujeres embarazadas u otras personas vulnerables. Esto es lo que ha cambiado
En marzo de 2014, cuando comenzó el brote del ébola, la emoción que predominó fue el miedo. Apenas teníamos información pública sobre cómo equipar a los trabajadores sanitarios que estaban en primera línea o sobre cómo proteger a los ancianos, las mujeres embarazadas, los niños, niñas u otras personas vulnerables. Los medios de comunicación destacaban los peores escenarios y prevaleció el pánico.
Los organismos de ayuda humanitaria centramos nuestra respuesta inicial en proteger al personal de las oficinas, las familias y las organizaciones asociadas, y en aplicar las medidas de higiene y saneamiento. Conforme la crisis comenzó a escalar, los equipos que trabajan directamente en terreno sintieron la necesidad de ir a las comunidades y concienciar sobre higiene y, concretamente, sobre el lavado de manos y el aislamiento.
La pandemia de covid-19 ha revivido esa misma sensación de incertidumbre, aunque existen diferencias entre una emergencia y otra. Sabemos, por ejemplo, que la tasa de mortalidad del ébola era mucho más alta. La prevención era vital en la fase inicial. Cuando todo estalló, desde Plan International ofrecimos nuestro apoyo a las autoridades sanitarias, que tenían muy pocos recursos, particularmente en las comunidades donde trabajábamos.
Proporcionamos fondos y recursos para aspectos esenciales de la respuesta: infraestructura de centros sanitarios, suministros de rehidratación, agua y alimentos para pacientes y personal sanitario, información o instalaciones para el lavado de manos en los mercados locales, escuelas y otros lugares de reunión.
Después, creamos centros de atención comunitaria para proteger a la infancia y sus comunidades. Eran necesarios para asegurar que las víctimas no colapsasen los centros de salud y pusieran a otras personas en riesgo. Había que mantenerlas aisladas, pero en espacios seguros donde el personal sanitario pudiera hacer el triaje, las pruebas y comprobar sus síntomas.
Las familias bajo presión financiera empezaron a recurrir a matrimonios forzados o precoces y la tensión familiar aumentaba el riesgo de violencia sexual o de género en el hogar
También teníamos la obligación de apoyar a la infancia más golpeada por la crisis: los niños recién huérfanos o aquellos que fueron estigmatizados porque alguno de sus familiares estaba enfermo. Recuerdo el trauma que suponía para la infancia ver a sus seres queridos morir y estar aislados sin el apoyo para cuidarlos. Los niños no iban a la escuela, tenían acceso limitado a la comida. Necesitábamos asegurarles normalidad, así que les proporcionamos alimentos, cuidados y espacios seguros, y trabajamos para reunirles con familias o cuidadores mientras la crisis continuaba.
El tratamiento para el ébola es diferente al de la covid-19. Sin embargo, hay un aspecto idéntico: la importancia de la higiene. En ambos casos, se necesita desesperadamente mandar mensajes de concienciación, especialmente relacionados con el lavado de manos: recordar a la gente que use toallas de papel o que puede cerrar los grifos usando el codo en vez de las manos. Y en ambos casos, comprender que, si tienes síntomas, debes aislarte.
Del ébola aprendimos la importancia de un control estricto de las multitudes, de medir la temperatura y asegurar el lavado de manos regularmente. También que en los campamentos de refugiados o desplazados hay que considerar que las familias no pueden practicar el distanciamiento social, pero sí pueden, en cambio, mantener protocolos de higiene rigurosos. Sin embargo, establecer medidas de aislamiento no resulta sencillo. A pesar de los esfuerzos, el aislamiento fue una de las mayores dificultades para las familias, especialmente en Sierra Leona, Guinea y Liberia, los países más afectados.
Hoy ocurre lo mismo debido al grave impacto financiero que esto implica, especialmente en los países más vulnerables. Si bien actualmente los gobiernos del norte del mundo pueden prometer medidas para los trabajadores, no fue así en África occidental con la crisis del ébola. Allí los medios de vida dependían de la venta de productos cara a cara en el mercado y, si cerraban, no tenían ninguna seguridad económica. Como ahora.
El virus también tuvo repercusiones en otras áreas de la salud. La malaria es una de las mayores causas de muerte en África. Durante el brote de ébola, la gente intentaba tratarse a sí misma en casa o simplemente no se trataba. Las niñas y las mujeres jóvenes se vieron especialmente afectadas, ya que los recursos esenciales que estaban destinados para su atención rutinaria, por ejemplo, del embarazo, fueron desviados.
Las familias bajo presión financiera empezaron a recurrir a matrimonios forzados o precoces y la tensión familiar aumentaba el riesgo de violencia sexual o de género en el hogar. También hubo un aumento de las relaciones sexuales a cambio de bienes o comida para sobrevivir.
Los impactos de la covid-19 también irán más allá del virus. Debemos reconocer que las jóvenes y las niñas son las más afectadas por los impactos secundarios de este tipo de enfermedades. La pérdida de los ya precarios servicios de salud, la cohesión de la comunidad y las necesidades básicas como la alimentación tendrán efectos devastadores.
Las comunidades necesitan asistencia concreta. Las familias sin redes de seguridad necesitan transferencias de efectivo para asegurar su liquidez y acceder a productos básicos y suministros. Naciones Unidas ha anunciado un plan de respuesta mundial de 2.000 millones de dólares. Algunos gobiernos ya se han comprometido a aumentar la ayuda exterior. Otros países deben hacer lo mismo. Pero no es suficiente. Si vamos a derrotar a este virus, necesitamos solidaridad mundial.
Desde Plan International, estamos proporcionando información sobre salud pública y suministros de higiene, apoyando el sistema sanitario, concienciando sobre los riesgos para las niñas, influyendo en las estrategias de respuesta y adaptando nuestros programas para apoyar mejor a las niñas.
Este virus es universal, no respeta fronteras. Europa y América del Norte son los epicentros actuales. Es comprensible que los gobiernos, donantes y otras empresas se preocupen por combatirlo en sus propios países. Pero, por lo rápido que se intensifica, mientras el virus siga en cualquier lugar, ninguno estamos a salvo. Debemos seguir esforzándonos en contener su propagación en los países más pobres con sistemas de salud frágiles. Si el COVID-19 se intensifica en el Sur Global, como ya ha ocurrido con otras enfermedades, las consecuencias serán verdaderamente devastadoras.
Damien Queally es director de programas globales de Plan International.
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