En la frontera entre México y EE UU: “¿Alguien necesita un médico?”
La comunidad de exiliados cubanos que aguardan asilo de EE UU al norte de México forma un grupo vulnerable con muchos sanitarios dispuestos a ayudar.
Los miles de cubanos que esperan en la frontera mexicana para exiliarse en Estados Unidos podrían fundar un pueblo. Y no sería pequeño. Contarían con carpinteros, albañiles, abogados, periodistas, músicos y bailarines, y a buen seguro sería una de las poblaciones del planeta con más médicos por habitante. En esta emergencia pandémica, el número de facultativos no sería el principal problema, ni tampoco su experiencia, formados como están en el combate del dengue, el zika, el chikungunya y todas las fiebres que es capaz de transmitir la picadura ponzoñosa del Aedes aegypti. En lugar de eso, este pueblo de migrantes con nombre propio, el exilio cubano, tiene estos días sus manos ocupadas en otras cosas, como cortar trapos de ropa vieja para las maquiladoras o servir copas en un bar. O mucho peor aún: están mano sobre mano, porque los negocios que les proporcionaban unos pesos para comer han cerrado las puertas. Los ahorros se les van agotando. Y también la paciencia. Y seguro que la esperanza.
Cuatro hombres sobreviven cómo pueden en una especie de garaje con muebles desvencijados al que se llega por caminos de tierra y baches en Reynosa, en el Estado de Tamaulipas. Uno de ellos es Yoandry Bolaños, un artista plástico que salió de la isla y su vida naufraga ahora en México. Él conoce bien a la comunidad cubana en la frontera norte, “unos 24.000 debe haber”. Algunas decenas son enfermeros o personal sanitario. El celular de Yoandry está lleno de contactos, muchos médicos entre ellos.
Al otro lado de la línea contesta Yoleisy González, desde Juárez. Y Adriel Ávila y Martha Rodríguez, desde Reynosa. Y Raúl Pino descuelga en Nogales. La frontera habla cubano y sabe de medicina. Todos se ofrecen a trabajar como voluntarios contra el coronavirus. Con ese objetivo contactaron de diferentes formas con las autoridades de Salud de sus municipios, pero las dificultades burocráticas, el desinterés o vete a saber qué les mantienen en casa y sin respuestas. Yoleisy ha estado en misiones médicas en Venezuela y Brasil. Allí aprendió de pandemias y podría aportar sus conocimientos “en cualquier situación de emergencia”. “De epidemiología sabemos mucho en Cuba”. Tiene 15 años de experiencia profesional.
Hasta México ha llegado en días pasados un contingente de médicos enviados por el régimen castrista, aunque el Gobierno ha aclarado que no atenderán a los enfermos, sino que prestarán apoyo en las políticas públicas de salud. Cuba ha enviado médicos por medio mundo para colaborar en el combate a la covid-19. En la frontera de México también los hay, pero estos salieron huyendo.
Al acabar los estudios universitarios en 2014, Adriel también participó en misiones médicas en Venezuela. Conoce el zika, el chikungunya y el dengue de primera mano, porque era responsable de higiene y epidemiología de un centro médico allí. Pero su destino en México, envidiable para muchos de sus paisanos, es servir mesas en una casa de comidas. En sus horas libres colabora con una organización humanitaria que está censando a la comunidad cubana de Reynosa en busca de sus vulnerabilidades ante la pandemia: niños, embarazadas, mayores.
En Nogales, Raúl y su esposa, Mildrey, también médica, han tenido que recortar la fruta del desayuno de sus hijos. “Estamos apretados, no puedo decir otra cosa, estiramos los alimentos”. Tuvieron un negocio de venta ambulante de pan con lechón en Tabasco, ese fue su último empleo. “En Nogales hemos ofrecido nuestra ayuda contra el coronavirus, tenemos nuestros títulos en regla, antes de llegar aquí hemos ejercido la medicina en Ecuador y en Colombia”, asegura. “Si protegemos a los demás, nos protegemos a nosotros mismos, porque los migrantes somos una población vulnerable; si se propaga el virus, corremos mucho peligro”. Lo dice un médico.
La casa-garaje donde viven los cuatro cubanos del inicio de este relato está en una periferia miserable de Reynosa, en los últimos metros del norte de México, a un tiro de piedra de la digna vida estadounidense. Llevar el confinamiento contra el coronavirus no entraña dificultad para ellos. Están desempleados y el miedo al crimen organizado —“y a los tentáculos de la dictadura”— los mantiene en casa y calladitos. Billy Joe Landa, de 40 años, se mueve de un lado a otro como animal enjaulado. Está muy delgado y en su melena esférica rebotan negros rizos de muelle. Ahora se sienta al lado de Raúl Martínez, de 51 años, opositor político al que “las amenazas” obligaron a salir de la isla dejando allí un hijo adolescente, preso por la misma razón. Su empleo en la construcción se ha acabado. Es un hombretón hipertenso con mascarilla.
Billy Joe se levanta y se apoya en un mueble junto a Liván Ceiro, un joven de 30 años con el pelo en trencitas teñidas y recogidas en un ramillete en la coronilla. La sonrisa perfecta, la mirada clara. Encaramado en un taburete. Estuvo secuestrado por el narco seis días antes de llegar a Reynosa. El rescate lo buscaron debajo de las piedras, porque en la isla lo habían vendido todo para la travesía al exilio. “Nadie se imagina el hambre y la miseria que pasábamos en Cuba. Nos han tronchado la vida y encima México no es un país seguro. Esto es peor que Cuba en la parte del miedo”, dice Billy Joe. Mil veces agradecen todos a la señora que les ha prestado el local donde malviven. Porque algunas casas de acogida, dicen, son religiosas y, si no vas a misa, no tienes derecho a nada. Ellos se ayudan como pueden.
Si el mundo quedara congelado en este momento, las artificiales y dolorosas fronteras que las guerras han ido trazando en el mapa serían las zonas de mayor riqueza humana y cultural. Pero el mundo sigue su curso y en estos límites que dividen dramáticamente la tierra de los pobres y de los ricos no hay más que miedo y depresión, rejas físicas y psicológicas y una burocracia interesada. La ginecóloga Martha confía en el “Dios todopoderoso” para salir de esta, pero más parece que sea el poder de los virus el que dibuje los mapas del futuro.
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