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Columna
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Volantazo

La travesía de Latinoamérica hacia la estabilidad no será fácil pero los estragos del coronavirus facilitarán que se emprenda con determinación, reinventando objetivos y herramientas

Juan Jesús Aznárez
Personas con máscarIllas hacen fila en un mercado callejero de verduras en Caracas, Venezuela, el pasado 23 de abril de 2020.
Personas con máscarIllas hacen fila en un mercado callejero de verduras en Caracas, Venezuela, el pasado 23 de abril de 2020.MANAURE QUINTERO (REUTERS)

Los padecimientos que la pandemia infringirá a los grupos más vulnerables de América Latina serán acumulativos. Los Gobiernos deberán reconducir la convivencia entre capitalismo y Estado para aliviar ese doble castigo, y afrontar la recesión de economías con plomo en las alas desde hace siete años. El impacto no será el mismo en República Dominicana, Panamá y Bolivia, cuyo PIB crecía antes del virus, que en Venezuela, Nicaragua y Argentina, afectados por una pájara que no es consecuencia de los esfuerzos realizados sino culpa de la incompetencia y la generalizada malversación de recursos. Si la región sobrelleva el presente a trancas y barrancas, su futuro será accidentado, con palos de ciego y griterío político.

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Aunque heterogéneo en la organización de programas y actividades productivas, la avalancha de números rojos complica la vida de un subcontinente que registrará el mayor desplome del producto interior desde 1930, y sumará 29 millones de nuevos pobres, según la Cepal. El pandemónium de heridas causadas por el zarpazo de la Covid-19 agravan la fragilidad de naciones castigadas por errores crónicos, la servidumbre del endeudamiento y el poco margen para más gasto público sin la acción concertada de bancos centrales y organismos financieros multilaterales.

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La pandemia no hace sino exponer la indefensión regional y el retraso en la implementación de transformaciones estructurales imprescindibles. Si los indicadores de coyuntura del mundo desarrollado preocupan, el crucigrama latinoamericano agobia pues el bombardeo de millones no resolverá problemas que no solo son económicos: corrupción, inseguridad, riesgos financieros, pasivos empresariales, salidas de capital, miseria, depreciaciones y contracción de la demanda. UN largo etcétera se traducirá en familias sin ingresos, trabajo ni prestaciones, y más carne de cañón para el populismo y la delincuencia.

Los frenazos de las locomotoras estadounidense, china y europea causarán la caída del del turismo hacia el Caribe, y el abaratamiento del crudo azteca y de las materias primas que oxigenan las cuentas de Brasil, Argentina, Perú y Chile. Un alud de desgracias sobre países dependientes de la exportación de minerales, productos agrícolas, ensamblaje de manufacturas, y sin redes de protección firmes que amortigüen los previsibles descensos.

Sin margen para lo contrario, las entidades financieras habilitarán líneas de crédito y asumirán la restructuración de deudas que nunca podrán pagarse. El FMI, el BID y el Banco de Desarrollo de América Latina no tendrán otra opción que relajar la condicionalidad de créditos y transferencias destinados a la reconstrucción económica y el amparo de pymes y víctimas de la informalidad laboral.

Aun siendo así, los Gobiernos solicitantes de esas ayuda deberán garantizar que sean aprovechadas sin desviaciones hacia proyectos inútiles o espurios y cuentas en el extranjero, como ocurrió a los ochenta, cuando la deuda latinoamericana con los bancos comerciales llegó a significar el 50% del PIB regional. La travesía de Latinoamérica hacia la estabilidad no será fácil pero los estragos del coronavirus facilitarán que se emprenda con determinación, reinventando objetivos y herramientas. FIN

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