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Columna
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Certezas

Información de fuentes calificadas como un único salvavidas para actuar por encima de las vanidades de los mandatarios: así debemos entender esta labor

Diana Calderón
Una paciente de 92 años abandona el hospital colombiano que la trató tras recuperarse de coronavirus.
Una paciente de 92 años abandona el hospital colombiano que la trató tras recuperarse de coronavirus. Gobierno de Cundinamarca

En época de pandemia son pocas las certezas. Pero hoy tengo tres. Ya no soy libre en mis decisiones individuales, la opinión a menos que sea especializada es bazofia y la información tiene un valor privilegiado y, por lo tanto, el periodismo tiene en la actual coyuntura su principio y su fin filosófico y práctico.

Solo en la guerra fratricida de Colombia en su profundo conflicto, había experimentado un desafío y compromiso como los que nos plantea una situación como la actual, que escasamente depende de nosotros, y llama a despertar necesariamente lo ético en todas sus dimensiones. Por desgracia, que no por sorpresa, la pandemia está mostrando a muchos líderes del mundo aterrados y vulnerables, vanidosos y encantados con los reflectores de la televisión. A otros y otras en diversas partes del mundo, en cambio, nos ha permitido conocer de su rigor como el caso Angela Merkel y las gobernantes de Nueva Zelanda y Finlandia.

Y no es que, en Colombia, lo hayan hecho mal. Bastante bien para ser equilibrados. O por lo menos en lo que los números de las pruebas nos dicen sobre el porcentaje de contagiados con la covid -19. Pero realmente poco acertado en lo que tiene que ver con la comunicación consensuada por donde se ha filtrado las debilidades más contundentes y en general, naturales de los hombres y mujeres, que escogen el escenario público y político como plataforma laboral.

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¿Cómo desarrollar un postulado tan arriesgado y tan poco mesurado o considerado con quienes toman las decisiones con las mejores intenciones, pero esclavos al fin de sus vulnerabilidades humanas en el ejercicio de la política? Lo intentaré so pena de la vanidad de mi propio ejercicio, desde el cual es mucho más fácil juzgar sin suficientes datos pues ni la ciencia en pleno siglo XXI los ofrece. O al menos a mí, me ha parecido surrealista ir de una explicación a otra, de un síntoma a otro, de medicamentos que un día funcionan y otros no, de tantas teorías que solo muestran el fracaso de la comprensión o de lo superados por el patógeno que nos llegó.

No hay mayores certezas ni siquiera de parte de los epidemiólogos e infectólogos de las mejores universidades del mundo, y de quiénes hoy depende la humanidad. Por ahora solo sirve pensar que estamos ante otro virus que pone a prueba nuestra evolución como especie. Aunque por lo menos a mí, me parece obligatorio adentrarse en una investigación rigurosa sobre la aparición de este virus en Wuham y todos los manejos que China hizo del mismo.

Los políticos van tomando sus decisiones, dicen apoyados en los científicos de cabecera, hablan de aplanar la curva, de reactivar algunos sectores, defienden a capa y espada sus decisiones; los empresarios usan su sentido práctico por la reactivación, de la que dependen nuestros salarios, los educadores se ilusionan con los escritos humanos de sus pupilos en crecimiento, a los más realistas se les corta la voz en medio de su esperanza vital, los que tienen hambre desafían el orden y la sensatez que se les reclama.

Y entonces queda la información y el reto inspirador de cada día por darles a nuestras audiencias una respuesta. Quienes esperaban encontrarla en las redes, los invito a que las usen para otras cosas. Solo está el periodismo serio, capaz de cuestionar, en busca respuestas, que cuenta las historias de quienes han sido víctimas o recuperados, que debe investigar sin recato las teorías de la conspiración, advertir al mundo la estupidez de Trump proponiendo tragar desinfectante, saber si Ecuador se llenó de cadáveres por negligencia o ignorancia, porque la información que hoy llega a cada hogar en su diversidad determina cómo se toman decisiones, que tienen consecuencias directas sobre la vida o la muerte.

Colombia empieza una semana en la que las dos autoridades más importantes se comunican por una carta. A esta hora no sabemos si los dos sectores de la economía, construcción y manufactura, que implican a aproximadamente a cuatro millones de trabajadores, empezarán a reactivar su labor, saldrán a la calle cumpliendo los protocolos de bioseguridad que anunció el presidente ni cuántos podrán transportarse sin poner en riesgo a los demás.

Me apena que estemos en una discusión alimentada por las diferentes maneras de aproximarse al mismo problema, con la misma intención de hacerlo bien, y que, sin embargo, las lecturas de hoy se centren en la opinión de los expertos en acusar a los otros de acuerdo con el lugar del espectro político donde estén acomodados por su fracaso o triunfo electoral. De ahí que nos queda la búsqueda rigurosa de información que nos ayude a ayudar a tomar decisiones sensatas.

Información de fuentes calificadas como un único salvavidas para actuar por encima de las enormes vanidades de los mandatarios y quienes tenemos las letras y los micrófonos, así debemos entender esta labor que nos dejará muchas heridas y hasta quiebras en los medios de comunicación más pequeños, pero al menos habremos vuelto a encontrar el sentido de la profesión escogida y a honrarla.

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