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“A las mujeres en Congo nos violan por la batería de tu teléfono”

Masika coordina desde hace tres décadas la mayor red de apoyo a víctimas de violencia sexual en su país como consecuencia de la guerra abierta por el control de los recursos minerales

Justine Masika, en su visita a Bilbao hace unas semanas.
Justine Masika, en su visita a Bilbao hace unas semanas.Iñaki Makazaga

Justine Masika (Mutembo, República Democrática del Congo, 1965) tardó 21 años en conocer la verdadera situación de las mujeres en su país, donde más de 40 son violadas al día. El mismo tiempo que le costó comenzar a trabajar en apoyo a mujeres campesinas, tras graduarse en desarrollo comunitario. “Me quedé en shock, desde entonces no me he separado de ellas”.

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Masika tan solo tuvo que recorrer su provincia, Kivu, para conectar con la realidad invisible de las mujeres de su país. “En mi familia nunca había visto machismo. De hecho, yo era una consentida”. Sin embargo, las campesinas estaban “atrapadas” por una violencia dictada por las costumbres de sus comunidades. “Tenían las agresiones tan naturalizadas que no eran ni conscientes de ellas. Aceptaban que sus maridos las pegaran, que controlaran su dinero, que no participaran en los gobiernos locales”.

En ese primer año, su organización detectó un trauma común en estas mujeres: la gran mayoría había sufrido agresiones sexuales. Así que decidieron, realizar un diagnóstico completo sobre este tema en toda la región. “Con discreción y apoyo de la cooperación suiza ampliamos el trabajo”.

Durante un año, Masika recorrió cerca de medio centenar de comunidades, todas ellas incomunicadas unas de otras y con accesos tan complicados le obligaban a dedicar días a recorrer los caminos. “Después dormía en sus casas, sobre hojas de banano, y comía su misma sopa de agua hervida con una patata para toda la familia”. Así se ganó sus confidencias.

Por sus propios vecinos

“Muchas de estas mujeres eran violadas de camino a los campos de cultivo por los hombres de su propia comunidad, sus vecinos. Si lo contaban, sus maridos las abandonaban y sus familias las repudiaban por deshonra. Así que todas callaban y seguían con su vida, cómo podían”.

Tras el diagnóstico, reunió a las 35 organizaciones que trabajaban en la zona para coordinar su respuesta. “Volvía a estar en shock por la cantidad de violaciones que había cada día en las zonas rurales”. Su diagnostico concluía que debía coordinar el trabajo en apoyo a estas mujeres: la asistencia médica tenía que ir ligada a la psicosocial y el apoyo en el campo, unido a conseguir una independencia económica real de sus maridos para que pudieran abandonar los hogares, si fuera necesario”.

Un año le costó tejer la red de organizaciones. Necesitó de nuevo tiempo y paciencia para ganarse la confianza de todas ellas. Y explotó la guerra por el control de los minerales. "Las organizaciones habíamos levantado casas de acogida para las mujeres victimas de violencia que, por fin, daban el paso de salir de sus comunidades para recuperarse. Los grupos armados las confiscaron. Y lo que es peor, comenzaron también a violar a las mujeres".

Le tocaba de nuevo, sentarse a dialogar para no abandonar a las mujeres: esta vez, al otro lado de la mesa estaban el ejército de su país, las guerrillas y al gobierno. Todavía hoy se sigue reuniendo con todos ellos. “Con todos los que quieren”, matiza.

Su país es el principal productor de coltán del mundo, una mezcla de columbita y tantalita que resulta fundamental para fabricar los teléfonos móviles, los ordenadores, las tablets y hasta los vehículos eléctricos. El control de estas minas ha provocado la aparición de grupos armados dedicados a la explotación ilegal de los minerales.

Aun así Masika recuperó el control de 12 de las 35 casas que la red mantenía abiertas en la región de Kivu. En ellas ha acompañado ya a más de 18.000 mujeres y niñas víctimas de agresiones sexuales. Un trabajo basado en la escucha que también la convirtió en blanco de amenazas tanto de los líderes de las comunidades campesinas en las que denunciaba las costumbres machistas, como de los grupos armados a los que llevaba a los tribunales por el uso de la violación como arma de guerra. “Un día, un grupo de hombres entró en mi casa y secuestró a mi familia. Me buscaban a mí. A los 45 minutos se fueron”. No ha vuelto a esa casa. Hace ocho años de este incidente.

Muchas de estas mujeres eran violadas de camino a los campos de cultivo por los hombres de su propia comunidad, sus vecinos. Si lo contaban, sus maridos las abandonaban

Durante todo 2012 tuvo que exiliarse a Bélgica para ponerse a salvo. Aprovechó para incorporar a las instituciones internacionales en sus conversaciones y así internacionalizar también el apoyo a las mujeres víctimas de violencia sexual de su país. “Europa debe sumarse a la lucha contra las violaciones”.

Justine visitó recientemente Bilbao. Presenta la campaña de la ONG Alboan Mujeres en Marcha con el que recibirá apoyo de la entidad para sus actividades en las casas de acogida. Tiene un único mensaje para el auditorio: existe una relación directa entre la guerra por el control de las minas de coltán y la violencia sistemática contra las mujeres de su país. "¡Reciclad, alargad la vida útil de vuestros teléfonos al máximo! No sois los culpables pero sí que podéis ser parte activa de la solución". "A las mujeres de Congo nos violan para controlar las minas ilegales de coltán. Y con ese mineral fabrican después vuestros móviles. Reciclad. Consumid con criterio. Nos están matando por ellos".

Sus palabras generan un incómodo silencio durante la presentación. El año que viene una directiva europea exigirá la trazabilidad de todos los minerales utilizados para la fabricación de tecnología. “Sin embargo, la orden no conlleva sanciones económicas a aquellos que utilicen minerales ilegales”. Confía en que todo llegará. En su agenda, se encuentran ya marcadas diferentes cumbres internacionales a las que acudirá para exigir sanciones económicas a las empresas que no cumplan con la directiva.

Mientras tanto, Masika sigue caminando por las comunidades de Kivu. Y seguirá escuchando a las víctimas y seguirá conversando con los victimarios, lo que haga falta para ahorrar nuevo sufrimiento. “Cuando veo a una joven que pasa de querer suicidarse a tener ganas de vivir, pienso que todo ha merecido la pena. Y esto ocurre en nuestras casas de acogida. Sumaos a esta lucha también desde Europa con vuestro consumo responsable”, cierra la entrevista realizada en un francés suave y amable, como han sido sus formas de trabajar durante las últimas tres décadas y como seguirán siendo, con firmeza, hasta devolver la dignidad a todas las mujeres de su país.

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