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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Eurobonos, ya

La cumbre de los 27 debe abrir paso mañana a una apuesta ambiciosa y decisiva

Banderas de la UE y los Estados miembros, en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas.
Banderas de la UE y los Estados miembros, en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas.KENZO TRIBOUILLARD

Una severa recesión acecha a Europa, a lomos de la parálisis productiva provocada por el coronavirus. La reacción de los gobernantes para evitarla, o al menos minimizarla, debe ser mucho más ambiciosa y decisiva que hasta ahora, si se quiere mantener la confianza ciudadana en la Unión Europea (UE) y evitar su descrédito total, incluso su disgregación. La cumbre de líderes prevista para mañana debería en consecuencia abrir paso a la activación de todos los mecanismos disponibles, incluida la emisión urgente de deuda pública europea, los eurobonos.

Hoy por hoy, las decisiones fiscales (presupuestarias) tomadas son múltiples. Aunque insuficientes, descoordinadas, o ambas cosas. Varios Estados miembros han dispuesto ingentes líneas de avales a los créditos bancarios a empresas y autónomos (por más de 1,2 billones de euros), pero debe acelerarse su aplicación, y los recursos en dinero nuevo directo (subvenciones) son ralos.

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La Comisión ha promovido la suspensión de las reglas de rigor fiscal, facilitando mayores gasto público y déficit, al activar la cláusula de salvaguardia del Pacto de Estabilidad; ha permitido ayudas de Estado de hasta 800.000 euros por empresa; y ha garantizado la libertad de circulación de mercancías en toda la UE. Pero su oferta de apoyos por 44.000 millones de euros es escasa, solo reorganiza líneas presupuestarias, carece de dinero fresco y plantea problemas sobre cómo recuperar luego las partidas no urgentes. Su actuación, de momento, decepciona.

En cambio, el Banco Central Europeo (BCE), pese a un gravísimo tropiezo inicial de su presidenta Christine Lagarde, ha activado un sustancioso paquete de compra adicional de bonos públicos y corporativos por un total de 870.000 millones este año (primero fueron 120.000; ampliados con 750.000), lo que junto al vigente roza el billón de euros. Y ha flexibilizado su aplicación, a distintos activos y a los distintos países de la eurozona, en beneficio de los más vulnerables, controlando las subidas de las primas de riesgo periféricas. Otra vez la política monetaria ha parado el gran golpe inicial de la crisis.

Pero esta respiración asistida de liquidez no basta. Hay que facilitar la oxigenación económica a pleno pulmón, cauterizando todo riesgo de insolvencia. O sea, apoyar a los países que se han embarcado en la necesaria política de avales a costa de aumentos de la deuda pública que deben poder ser digeridos con fluidez. Y financiar mediante subvenciones directas a los sectores y empresas estratégicos más dañados que las requieran, para asegurar su supervivencia y activar su relanzamiento nada más se venza la epidemia.

La apuesta debe consistir en el maridaje siempre reclamado, y jamás conseguido, de las políticas financiera y fiscal. No vuela el presupuesto común, anclado en un ridículo 1% del PIB de los 27; ni siquiera basta la acción del BCE en solitario. Se necesita un instrumento combinado de alcance potencial ilimitado; de factura incondicional; de ámbito universal europeo; y de aplicación rápida. Y eso solo tiene un nombre: deuda europea. Eurobonos.

Su instrumentación admite distintas vías. Pueden ser bonos creados por la Comisión/Tesoro/Eurogrupo con garantía del presupuesto (ya existen en pequeñas cuantías para países terceros y los europeos ajenos al euro): es el esquema más claro, inteligible y experimentado (EE UU), también el que más resistencias genera. Pueden ser bonos emitidos a enorme escala por el Banco Europeo de Inversiones, respaldados por el Mecanismo de Estabilidad (fondo de rescate) y a comprar por el BCE, cuyo importe se dedicaría a reasegurar avales y/o dispensar créditos directos a tipos decimales y plazos de decenios. Existe un amplio menú académico de opciones, sobre todo desde la Gran Recesión, en el que escoger.

Pero que no se dé gato por liebre, consagrando insuficiencias o bautizando como bonos a meros programas de rescate individual y condicionado; a modestas líneas de préstamo exclusivamente para sortear el problema sanitario; o a apoyos de coste inasumible para sus beneficiarios. Eso no sería honrar el prometido “hacer todo lo que convenga” para esterilizar la recesión. Sino desacreditar ese propósito al vaciarlo de contenido sustantivo.

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