La cerámica talaverana dice adiós al olvido gracias a la Unesco
Entramos en los talleres de los alfareros toledanos de Talavera de la Reina y El Puente del Arzobispo. Desde aquí, han conseguido que su oficio sea declarado patrimonio cultural inmaterial por la Unesco. Una oportunidad para salvar su tradición de la decadencia.
LA MEMORIA Y el presente se funden a veces. Sucede en un taller de cerámica artística de la localidad toledana de Talavera de la Reina, que ha quedado atrapado en la fecha del calendario que cuelga en la pared junto al cajón con las postales de vírgenes, santos y ángeles que se toman para pintar sobre los murales de azulejos. Era 2008, año maldito. La crisis económica vació de trabajadores el enorme hangar de Artesanía Talaverana, por el que trajinaban 130 personas hasta entonces. Hoy tres mujeres luchan para que el negocio no desaparezca. Entonces no era tan frío ni tan sombrío, y el horno eléctrico rendía por el día y por la noche. Judit Delgado, la dueña y segunda generación de alfareros de este taller, rememora cuando salían del almacén pedidos de 30 o 40 cajas cada día. Esta semana mandarán tres. Recuerda a su padre en un vuelo con destino a Japón para conocer a uno de sus mejores clientes. Era un hombre simpático y seductor, con miedo a volar. Para despistar la ansiedad, se centró en pintar el plato de su taza de café a lo talaverano. Pincel y azul. La tripulación agotó todos los juegos de la vajilla, y él, sus temores al trayecto. Judit sonríe, se emociona y suspira; en este lugar la memoria no es una facultad, es una maldición.
El suelo está cubierto del polvo de loza que se desprende al afinar los objetos que salen de la primera cocción. Hay estanterías repletas de cacharros que aguardan una nueva ola japonesa. Las mesitas con los aperos de los pintores esperan a los artesanos que se han marchado. Los colores se han cuarteado en el fondo de los vasos reciclados y los pinceles del bote están impecables. En el lugar más iluminado del alfar está Cristina Ceca; tiene 36 años y desde hace 15 se dedica a pintar cerámica. Es el relevo de Judit, pero se sabe excepción porque tras ella no viene nadie. Después del cierre masivo de talleres, apenas queda una veintena en pie. Muchos han abandonado el oficio.
Cristina está sentada en su torneta y se ayuda de una caña larga en la que apoya la mano para no fallar en el pulso al trazar las líneas de una Virgen del Prado, en blanco y azul, sobre el azulejo. Cuando remate la faena, volverá a cocer la pieza y ya se verá: “El horno manda. Lo va a alterar todo”, cuenta con admiración. “Ahora”, enfatiza, “todo va a cambiar”. La alegría empieza a asomar gracias a la Unesco, que declaró el pasado 12 de diciembre patrimonio cultural inmaterial de la humanidad la cerámica toledana de Talavera y El Puente del Arzobispo, junto a la de Puebla y Tlaxcala, en México. Supone el reconocimiento de su valor, que lleva implícita la importancia de su preservación.
El día de la gran noticia, Elena Rueda se encontraba con un grupo de turistas en el Barrio Rojo de Ámsterdam. Es guía turística y desde hace 30 años viaja enseñando el mundo. Ella ha sido clave en el reconocimiento internacional. Estudió periodismo, relaciones internacionales e historia del arte, y un buen día, mientras revisaba las listas de la Unesco para preparar sus visitas, vio que la cerámica artesanal de Horezu (Rumania) estaba incluida desde 2012. ¿Por qué no lo estaba la decoración de las lozas, azulejos y vajillas de las localidades toledanas? La tradición talaverana tiene una seña de identidad fuerte, que ha cruzado siglos e incluso océanos: se desarrolló en México gracias a una familia ceramista que llegó a finales del XVI y que libra ahora una nueva batalla por la supervivencia, esta vez contra la armada imperial de la copia china, la crisis financiera y la ausencia de repertorio moderno.
La tradición de la cerámica talaverana tiene una seña de identidad fuerte, que ha cruzado siglos e incluso océanos
A Talavera de la Reina le está costando despertar de la pesadilla de la crisis: el desempleo duplica al de la media de España, está al borde del 30%, y es la novena localidad española con menos trabajadores en activo. “Tal vez lo único que pueda sacarnos del atolladero sea la lista de la Unesco”, dice Elena, a quien le gusta pensar que sus planteamientos son “un poco espíritu 15-M”, porque el movimiento que fundó junto con otras cuatro personas ha surgido entre las vecinas y sin políticos. Cada una con su ideología, todas con el mismo objetivo: “Valorar la cerámica, nuestra historia y nuestro orgullo”, así resume esta larga travesía la historiadora y portavoz del grupo, Pilar Campillejo. Se unieron con la idea de “demostrar cómo la sociedad civil organizada puede lograr cosas”. Arancha Camacho, periodista, cuenta que muchos creían que no conseguirían que la cerámica de su tierra fuera un referente inmaterial de la humanidad. Y un motivo para la esperanza. Juntas formaron la asociación ciudadana Tierras de Cerámica, que ya tiene 200 socios y una junta directiva compuesta por cinco mujeres y tres hombres, y que las distrajo de sus familias mientras urdían el plan para sacar a Talavera de la Reina de la depresión.
Su sueño se fraguó, como tantos, con vino, cerveza y patatas fritas. En torno a una mesa del taller San Ginés, de Mónica García del Pino —premio Nacional de Artesanía 2010 y autora del mural cerámico hecho a mano más grande del mundo, en Orán (Argelia)—, se sentaron hace siete años Elena Rueda, Pilar Campillejo, Manuel Rico y Pedro Bastidas. Salvo la propia Mónica, ninguno de ellos era especialista y sabían más bien poco del oficio. Cada día, a la salida de sus jornadas laborales, se les hacía de noche mientras se convertían en expertos capaces de redactar un informe técnico para que Castilla-La Mancha declarara la cerámica bien de interés cultural inmaterial en 2015 y, cuatro años después, el expediente que la llevó a la Unesco. “Hemos soñado a lo grande y lo hemos conseguido”, dice Elena, que está recopilando la memoria de un grupo de artesanas retiradas, con entrevistas grabadas para conservar sus testimonios.
“En 27 años que llevamos aquí, jamás ha venido nadie a preguntarnos qué problemas tenemos. Hasta que lo habéis hecho vosotros”, reconoce Ramón González al grupo, con un tono amargo por el trato recibido por parte de las autoridades. Está al frente del Centro Cerámico Talavera, junto con sus socios Juan Carlos Albarrán y Ana Fernández. Hace cuatro años han empezado a cuadrarles las cuentas, pero reclaman, para sobrevivir, una rebaja del IVA (se les aplica el 21%) porque opinan que la suya debería ser considerada “una actividad cultural y artística” como el cine (al que se le aplica actualmente un IVA del 10%). “Esto no es solo un negocio, es parte de nuestra identidad, y lo que importa ahora es salvarla”, dice González.
La de bien cultural inmaterial es una categoría moderna y escurridiza. En España, cerca de 120 bienes están considerados como tal, pero no existe ningún catálogo que los reúna. El plato talaverano es material, pero es inmaterial la tradición, la artesanía, la forma de vida y el lenguaje. La asociación ha elaborado un diccionario con todas las palabras propias del oficio en peligro de extinción. Por ejemplo, a la operación de moler los colores a mano se le llama “acecar”; a la abertura desde la que se alimentaban los hornos árabes se le conoce como “echadero”. Los alfareros siempre han tenido útiles muy sencillos: la “alaría” es un trozo de hierro para alisar, y la “badana” o “alpañata” es un trozo de cuero para afinar; el “albañal” es un barreño con barbotina, la papilla que une distintas partes de una pieza cerámica. Moldean con sus manos el barro y el lenguaje.
Magdalena Corrales trabaja en un centro de salud; es la presidenta de Tierras de Cerámica, asociación que quiere participar en el diseño de medidas para salvaguardar la tradición — marketing, difusión, comercialización y distribución— sobre las que deben reflexionar todas las Administraciones. “Hasta el momento hemos trabajado con pasión, humildad y a solas. Ahora toca profesionalizarse”, apunta. A los artesanos les toca poner la imaginación y evolucionar el tópico de los platos azules y amarillos. En el escaparate del Centro Cerámico Talavera hay una cabeza de galgo decorada con los motivos vegetales talaveranos, en azul. “La cerámica se acomoda a los gustos de cada época y no a la inversa”, explica Juan Carlos, que mantiene contacto con una veintena de artistas contemporáneos, como Aitor Saraiba y Rubenimichi. Están abiertos a tendencias que les permitan huir de fórmulas enquistadas, sin olvidar la tradición. Artesanos y artistas que se cruzan y borran los límites que los acotan. ¿Qué son? “Yo soy artesana”, dice Judit, “pero, si tengo un día bueno, inspirado, puedo ser artista. Si tengo un día malo…”.
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