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ideas | un asunto marginal
Columna
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El realismo y lo otro

En el gran experimento idealista del mundo contemporáneo, la Unión Europea, no existen líderes solventes

Angela Merkel, detrás de Vladimir Putin y Xi Jinping durante el G20
Angela Merkel, detrás de Vladimir Putin y Xi Jinping durante el G20DOMINIQUE JACOVIDES (AFP via Getty Images)
Enric González

La gente avezada en asuntos librescos habrá oído hablar de la vieja bronca entre Arnold Bennett y Virginia Woolf. De un lado, el hijo de un abogado pobretón y provinciano. Del otro, la hija del ilustre sir Leslie Stephen. De un lado, un escritor prolífico y, en su tiempo, de inmenso éxito comercial. Del otro, una escritora exquisita y, en su tiempo, con muy pocos lectores. De un lado, el realismo. Del otro, el modernismo. Bennett y Woolf nunca dejaron de apreciarse y de criticarse. Ambos siguen encarnando las dos opciones fundamentales de quien se enfrenta a la creación literaria: o asomarse al mundo, o asomarse a uno mismo.

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La dialéctica entre el realismo y lo que no es rea­lista va mucho más allá de las letras. También ha marcado las trincheras teóricas del debate político. Realismo e idealismo libran una continua batalla. La escuela realista (no confundir con el pragmatismo) tiene al Estado nacional como referente supremo, los hechos demostrables como único material de trabajo, los resultados positivos (también llamados bien común) como marco ético minimalista, y a Maquiavelo y Spinoza como patrones. El variopinto mundo de los idealismos (desde el liberalismo wilsoniano hasta el marxismo, que, por muy materialista que se considere, solo es realista en su crítica al capitalismo) se remite a Kant; cree en las leyes, en la cooperación internacional, en la paz y en la bondad humana, y, sobre todo, quiere enarbolar valores éticos absolutos. Como esos valores son absolutos, a veces puede justificar en su nombre las cosas más horrendas: lo que le ocurrió al comunismo con la Unión Soviética, por ejemplo.

En el ámbito realista caben orates mentirosos como Donald Trump, sátrapas criminales como Vladímir Putin o mandarines totalitarios como Xi Jinping. Nótese que los tres, tan criticables por tantas razones, tienen objetivos políticos y estratégicos muy claros y ejercen el poder de forma solvente. En el gran experimento idealista del mundo contemporáneo, la Unión Europea, no existen en cambio líderes solventes. Ni siquiera sistemas solventes. Podríamos exceptuar a Angela Merkel, si no estuviera tan sumergida en el magma de un continente que partió del realismo posbélico y emprendió viaje hacia un destino que ya no recordamos. Desprovistos de un poder central efectivo (algunos inocentes creíamos que algún día existiría algo parecido a un Estado federal europeo), con los antiguos Estados nacionales privados de sus atributos e impotentes, comprometidos con unos presuntos valores éticos absolutos que no dejamos de traicionar (desde la inmigración hasta la venta de armas) y sacudidos por fenómenos nacionalistas (la forma más pueril del idealismo), somos ranas en una olla de agua cada vez más caliente. En su momento prescindimos del realismo y ahora nos hemos quedado sin ideal.

La Unión ha encallado. Ni podemos desandar lo andado, ni sabemos hacia dónde nos dirigimos. El relativo bienestar nos permite ir tirando, como si la crisis no fuera tan evidente, pero los recursos dialécticos del idealismo europeo empiezan a parecerse preocupantemente a los del independentismo catalán: negamos la evidencia si hace falta y asumimos las incoherencias si hace falta, porque tenemos razón. Se nos han llevado la escalera y nos agarramos a la brocha. No sé cómo va a acabar todo esto. Mientras tanto, les recomiendo que lean a Arnold Bennett si encuentran alguno de sus libros: ese modesto realista es muchísimo más divertido que Virginia Woolf.

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