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Tribuna:CLAVES PARA UNA PROSA
Tribuna
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Para entender a Virginia Woolf

Hace cincuenta años, el 28 de marzo de 1941, la escritora inglesa Virginia Woolf moría ahogada en el río Ouse. Tenía. 59 años y se había convertido en una de las mentes más polémicas y profundas de la literatura inglesa contemporánea.

Los dos novelistas en lengua inglesa más innovadores de este siglo nacieron en el mismo año, 1882, y murieron en el mismo año, 1941. Por tanto, conmemoramos ahora el 500 aniversario de las muertes, ambas prematuras, de James Joyce y de Virginia Woolf. Joyce se libró de la guerra europea refugiándose en Suiza, donde murió de peritonitis. Virginia Woolf se libró de ella arrojándose a las aguas del, río Duse. Esa guerra iba mal para su Inglaterra natal, pero la desesperación que la llevó al suicidio no tuvo nada que ver con el futuro del Imperio Británico. Su abatimiento no resulta fácil de explicar, ni siquiera en los términos de su carrera literaria. Su última novela, Between the acts (Entreactos), es tan admirable como la primera que escribió, Jacob'sroom (El cuarto de Jacob); su reputación estaba asegurada y su matrimonio era feliz. De hecho, Leonard LeonardWoolf, su marido, era la roca a la que asirse en la vorágine de su inestabilidad mental. Nunca estuvo loca, pero era hipersensitiva. Heredó de sus antepasados, la familia Stephens, un excesivo refinamiento de la sensibilidad. Su talento era un talento muy sensible. A Virginia le parecía tosca y grosera buena parte de la literatura contemporánea; sus propias contribuciones a ésta estaban escritas desde el deseo de purificar, sensibilizar, airear.

Su refinamiento no era un reflejo del puritanismo victoriano. Nunca fue puritana. Nadaba desnuda con el joven y bello poeta Rupert Brooke; su sexualidad era ambivalente; pertenecía al grupo social más progresista de Europa si no del mundo. Era de Bloomsbury. Bloomsbury es, topográficamente hablando, el distrito de Londres donde se encuentra el Museo Británico. Fue una casualidad que se convirtiera en el centro de una vida intelectual que debió su ethos a las enseñanzas del filósofo G. E. Moore, cuya obra Principia ethica parecía postular un hedonismo atenuado. Cualquier modo de acción era justificable si proporcionaba al actor un placer refinado y no ocasionaba dolor a los demás. En las vidas de algunos de los principales componentes del grupo de Bloomsbury había una refinada pauta de comportamiento homosexual, especialmente en las del biógrafo Lytton Strachey, el novelista E. M. Forster y el gran economista Maynard Keynes. Existía un cierto esnobismo, una conciencia de superioridad. La Universidad de Cambridge era la madre intelectual del grupo. Cuando Virginia Woolf leyó por vez primera el Ulises de James Joyce, lo condenó como la obra de un "obrero autodidacto… de un adolescente que se rasca las espinillas". La adoración que por el libro tenía T. S. Eliot no le hizo titubear en su juicio. Eliot, director gerente de Faber and Faber en Russell Square, muy en el territorio de Bloomsbury, aun cuando era estadounidense, resultaba aceptable para el grupo. Tenía el refinamiento y la débil heterosexualidad requeridos. Pero Joyce no podía pertenecer a él.

Y, sin embargo las innovaciones de Joyce en la novela estaban próximas en espíritu, y a veces en técnica, a las de Virginia Woolf. Esta rechazaba la novela tal como la practicaban H. G. Wells, Arnold Bennett y John Galsworthy. Debió haber visto que Joseph Conrad era de una pasta diferente a la de éstos, más innovador que ella misma, pero Conrad era un polaco, un extranjero, y, por tanto, estaba fuera de los límites de su puro gusto inglés. Además, Conrad, como los otros eduardianos, inventaba las tramas de sus novelas, y Virginia Woolf era resueltamente opuesta a las limitaciones de la narrativa tradicional. Lo mismo le pasaba a Joyce, pero ella no fue capaz de verlo. Joyce consideraba la trama narrativa como vulgarmente periodística, interesada por el sensacionalismo de la acción y el clímax, y la vida real no era así. Virginia Woolf estaba de acuerdo, pero creía que había llegado a esa conclusión por sí misma: Mrs. DalIoway, lo mismo que Ulises, cuenta buena parte de su historia mediante el monólogo interior, pero, a diferencia de Ulises, evita esas traicioneras áreas de la mente donde el ello freudiano emite sus mensajes cloacales o lúbricos. Ulises tiene toda la honestidad de una creación masculina que reconoce la importancia de los aspectos más groseros de la vida del cuerpo. En Virginia Woolf, el espíritu vuela sobre el esperma y la orina. Esto constituía una limitación, impuesta menos por su sexo que por su buena crianza. Era demasiado señora como para permitirse recoger en sus obras los olores del callejón de la parte de atrás o las inmundicias de los al bañales.

Personajes

Su opinión sobre el personaje como un componente de la novela estaba muy por delante de la de Joyce y, en realidad, se acercaba al fenomenalismo del antiroman francés. Los personajes de la novela tradicional no se correspondían, en su opinión, con la realidad observada. La noción de identidad era para ella muy artificial. En las novelas de Joyce, los personajes están dibujados con tanta firmeza que excusan la voluntariosidad del estilo. Estamos dispuestos a luchar con su excesiva excentricidad verbal para aceptar de buen grado a Leopold Bloom o a Humphrey Chimpden Earwicker. Estos personajes son plenamente memorables; de hecho, parecen ser separables de las novelas en las que están incrustados —lo mismo que Hamlet y Don Quijote—. Pero en The waves (Las olas), de Virginia Woolf, el simbolismo destruye al personaje tal como anteriormente lo hemos conocido. O mejor, se muestra que el personaje no existe. Todo lo que tenemos son fenómenos.

Estoy afirmando una masculinidad totalmente inaceptable cuando sostengo que las novelas más grandes tienen un empuje hacia adelante, una fuerza como la de los pistones. Esto se interpreta como falocéntrico. Nuestra época está registrando una fisión en la que, en lugar de la calidad felina de Jane Austen complementando la sensación masculina es condenada por las feministas, y la novela femenina, leída en taciturno silencio, sin protesta, por los varones. Virginia Woolf es la novelista femenina por excellence. Su sensibilidad es exquisita, pero a un varón grosero, como yo, le gustaría arrastrarla a un tabernucho para celebrar una orgía nocturna. A algunos de nosotros nos parece que sus novelas constituyen una difícil andadura debido a la enorme cantidad de espacios de la vida que dejan fuera. Para las mujeres de letras, Virginia Woolf se ha convertido en una santa matrona. Ha dejado como legado una especie de biblia literaria titulada Una habitación propia.

Defendió, mucho antes de la explosión de la bomba del feminismo militante, el derecho de la mujer a la autoexpresión. Nunca cedió ante la tradicional pretensión de que la escritura profesional era un campo reservado al varón.

Una mujer

Virginia Woolf entró en las listas literarias totalmente como una mujer. Era incluso una mujer casada; y .el uso del apellido de su marido no era un disfraz, sino una convención aceptable. El que nunca llegara a ser madre puede ser glosado como la sustitución de los hijos por los libros. Podría haberse comportado como la sumisa ama de casa, pero el hecho de escribir no le vino impuesto: fue una elección personal.

Para mí sigue siendo una novelista difícil, aunque también un crítico literario muy accesible. Los volúmenes de The common reader ponen al descubierto lo que podemos llamar una sensibilidad hermafrodita, en la que no hay ningún eje femenino que chirrie. Esto ha quedado para sus seguidoras, que la embastecen comprometiéndola en una tendencia que ella, demasiado señora, no podía haber aprobado.

Virginia Woolf amaba los libros, siempre que fueran suficientemente refinados —en el sentido de Bloomsbury—. Sus devotas son menos literarias. Llamarla un gran escritor mujer, como estas devotas hacen, es hacerle de menos. No llamamos a James Joyce un gran escritor varón. Ella es una gran escritora, tout court. Si yo encuentro 'sus novelas difíciles de leer, esto expresa mis propias limitaciones, no las suyas. Virginia Woolf es uno de los creadores del alma moderna.

® Anthony Burgess, 1991. Traducción: M. C. Ruiz de Elvira.

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