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Todas las caras de la creatividad

Que una comunidad tenga en su seno individuos creativos no sirve solamente al propósito de estos, sino a la sociedad misma. Es un seguro de vida y de futuro para toda la humanidad

Una tribu Ju/’hoansi simula su estilo de vida para los turistas en el museo vivo de Grashoek, en Namibia.
Una tribu Ju/’hoansi simula su estilo de vida para los turistas en el museo vivo de Grashoek, en Namibia.Fernando Quevedo de Oliveira (Alamy Stock Photo)

La creatividad no existe para solucionar problemas. Llama la atención que, tras décadas de investigación sobre esta habilidad, se siga oscureciendo su esencia relegándola únicamente a la resolución de un dilema, por importante que este sea. La gran mayoría de creaciones del ser humano no nacieron para resolver contrariedades o aprietos, entre otros motivos porque un amplio porcentaje de ellas son artísticas. Es decir, ni la Quinta sinfonía, ni El nacimiento de Venus ni Hamlet resuelven nada en sí mismas. Por otro lado, gran parte de las genialidades que no son artísticas, ya se trate de la penicilina, del velcro o del mismísimo descubrimiento de América, tampoco pretendían resolver ningún problema específico, sino que surgieron más bien por casualidad. Y muchas otras invenciones tampoco buscaban solucionar ningún problema, porque un problema es únicamente algo que dificulta el logro de un objetivo o causa un daño. Como por ejemplo, las enfermedades, la corrupción, la desigualdad o las guerras. Así pues, no tener horno microondas, carecer de fotocopiadora o vivir sin teléfono móvil no pueden ser considerados, en sí mismos, problemas. La gran ventaja de no ver la creatividad solamente como una habilidad que resuelve un problema es que amplía la visión y permite especular sobre sus otros semblantes.

La inventiva puede desarrollarse aun sin un beneficio claro e inmediato para quien la ejerce

Resulta asombroso cómo, entre los millones de estímulos que recibe a diario, el cerebro es capaz de identificar cuándo algo se sale de lo normal, por nimio que sea: un grifo con menos caudal de lo habitual, una persona que se peina de manera distinta o un ruido diferente en un automóvil. Es probable que, desde el origen de los tiempos, el ser humano aprendiera a atender prioritariamente a aquellos fenómenos que se salían de su predicción, porque en esas distorsiones podía ir embebido un peligro. Por ejemplo, un alimento con olor desagradable, un río con más caudal de lo habitual o un animal agresivo en exceso. Y es igualmente probable que, desde tiempo inmemorial, los seres humanos aprendieran a utilizar este fenómeno a la inversa, es decir, provocando ellos mismos alteraciones para llamar la atención de los demás. Tal vez estos fueron los primeros actos de creatividad humana: maneras de actuar sorprendentes, atuendos llamativos e incluso sonidos peculiares que, instantáneamente, hacían volver la mirada de quienes rodeaban a aquellos primeros creativos. Los beneficios de esta manera de actuar son obvios, porque capturar la atención de alguien es, a menudo, la antesala de una interacción provechosa. Así pues, los que llamaban más la atención seguramente podían tener más opciones para reproducirse, más capacidad de influir o más posibilidades de intercambiar su mercancía.

Sin embargo, y a pesar de la probable certeza de esta conjetura, hay actos creativos que escapan a esta explicación. Cuando su hermana Emily falleció, Lavinia Norcross Dickinson encontró la asombrosa cantidad de casi 1.800 poemas que la eminentísima poetisa había elaborado a lo largo de una extensa y voluntaria reclusión. Emily Dickinson, quien pensaba que “la publicación es la subasta de la mente del hombre”, se afanó durante toda su vida en transcribir las sensaciones que la realidad dejaba impregnada en ella, elaborando una de las más trascendentes imaginerías creativas de toda la historia. Sin embargo, es muy evidente que no lo hacía para atraer la atención de nadie, más allá de su reducido círculo cercano. Salvando todas las distancias, un caso similar podría ser el de J. D. Salinger, el célebre autor de El guardián entre el centeno, quien afirmó que la publicación era una invasión de su vida privada y que escribía únicamente para sí mismo.

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Enfrentarse a estímulos sorprendentes puede tener un efecto revitalizante sobre la capacidad mental

Aunque extremos, estos ejemplos muestran con claridad que la creatividad puede desarrollarse, y de una manera ciertamente prolongada e intensa, a pesar de no conllevar beneficio claro e inmediato para quien la ejerce. Decía el ensayista inglés William Hazlitt que “el genio actúa inconscientemente, y que aquellos que han producido conocimiento inmortal lo han hecho sin saber cómo ni por qué”. Desde esta óptica, es posible que la capacidad de crear sea algo congénitamente impreso en la naturaleza del ser humano, acaso porque su papel excede el beneficio meramente individual.

Las investigaciones realizadas con tribus ancestrales como los Ju/’hoansi o bosquimanos del desierto de Kalahari revelan la importancia de las historias compartidas al final del día, a la luz de una fogata. Manifestaciones creativas en las que la realidad y la ficción se entremezclan para entregar un relato que congrega a todo el clan. Estas narrativas tienen dos características que explican su origen e importancia. En primer lugar, su simplicidad y coherencia, cualidades ambas que, según el Nobel de Economía Daniel Kahneman, están en la base de la atribución de certeza. En segundo lugar, su fuerte carga emocional, una cualidad que las hace memorables. En otras palabras, al construir estos artefactos narrativos, el ser humano hace que la información importante perviva en la memoria de sus congéneres, a través de la sencillez coherente y de la emocionalidad. Por ese motivo los relatos épicos siempre hacen alusiones constantes al heroísmo, la lealtad, la valentía o incluso el amor. Valores que, sin duda, necesita cualquier sociedad para incrementar sus probabilidades de supervivencia. Y quizá esta sea una de las más geniales y ancestrales paradojas de la creatividad humana: el contagio de verdades a través de la invención de ficciones.

Otra investigación parece desvelar un aspecto diferente, aunque relacionado, sobre la importancia de la creatividad en una sociedad. Mostraron a dos grupos de personas una serie de fotografías de boda. En un caso eran convencionales, pero en el otro se salían de la expectativa. Por ejemplo, la novia vestía de verde y el novio de púrpura. A continuación sometieron a ambos grupos a una prueba de razonamiento y observaron que el grupo expuesto a las imágenes inesperadas la resolvía mejor. Lo que este estudio parece indicar es que enfrentarse a estímulos sorprendentes e imprevistos puede tener un efecto revitalizante sobre la capacidad mental, otro motivo para creer que la creatividad está nativamente implantada en el ser humano para el avance de toda la especie.

Siempre se ha reconocido el potencial de la creatividad para la autorrealización. Y de ahí, tal vez, el lamento de que la escuela no sea un caldo de cultivo ideal para su desarrollo. Sin embargo, visto con la adecuada perspectiva, favorecer la creatividad de cada uno para su beneficio o desarrollo personal, aunque interesante, resulta tangencial y casi nimio. Porque la gran ventaja de que una comunidad tenga en su seno individuos creativos no sirve solamente al propósito de esas personas, sino de la sociedad misma. Bajo esta mirada la creatividad de todos, niños y adultos, es un seguro de vida y de futuro para toda la humanidad. Protejámosla.

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