España, por fin, propone
Eso que algunos llaman ‘el Estado’ habló ayer en territorio catalán, catalanísimo, al parecer adverso. Y dijo. Probablemente abrumó
Por fin España propone. Y desborda a propuestas. Con extraordinaria y detallada concreción.
Eso que algunos llaman el Estado —y que tantas veces es el Gobierno—, habló ayer en territorio catalán, catalanísimo, al parecer adverso. Y dijo. Probablemente abrumó. Hay Estado. Y se persona también en Cataluña.
Algunos querrán ver en la formación solemne de gala de los Mossos ante Pedro Sánchez una ensoñación bilateralista “de Estado a Estado”. Peor para sus complejos de inferioridad, el espectador cabal ve normal esa rendición de honores a una más alta autoridad del Estado.
Otros pasarán por alto que el encuentro lo presidieran la rojigualda y la senyera. Al catalán respetuoso con su Estatut le satisfizo que la cuatribarrada oficial se izase al mástil, como es debido. Ni se vio su ubicua versión minoritaria estelada.
Excusen esas nimiedades procedimentales en tiempos de zapatillas deportivas, tejanos destartalados y sudaderas, pero el protocolo sigue siendo el alfabeto del poder, y de cómo los poderes se relacionan entre sí.
El encuentro se prefiguraba desde la Cataluña oficial como un severo examen al presidente del Gobierno. Desde la fracción posconvergente del Govern, como un acto para condicionar el diálogo y erigirse en árbitro de la negociación. Y desde la presidencia de la Generalitat, como una ocasión de oro para domeñar al socio legalista —Esquerra— que tuvo la osadía de renegar de lo unilateral y proponer sin licencia previa la mesa de diálogo.
Como oportunidad, pues, para capitalizarla. Como método de trocar lo que se adivinaban probables negativas de Sánchez en material inflamable para la inminente campaña electoral.
No hubo tal. El —digamos— pequeño detalle de presentarse con 44 concretas posiciones de principio sobre temas bilaterales conflictivos fue decisivo. Convirtió al Gobierno en delantera sólida, y al Govern, en una defensa gaseosa (de la autodeterminación). Y ya se sabe cuál es el estado físico más tangible.
El caso es que el paseo de Sánchez por el palacio gótico del autogobierno catalán no solo despertaba el respeto de todos los afectos al designio de autorregularse. También destruyó tres —enormes— falsos mitos secesionistas en la dinámica entre catalanes y el resto de españoles.
El primero es que, más allá de Cataluña, España carecería de autonomismo, de federalismo y de sensibilidad con los poderes subestatales. Como si no existiese el PNV ni la declaración de Granada del PSOE. Sin decirlo, Sánchez los afirmó.
El segundo es que el Gobierno español nunca dialogaba y por eso era enemigo: a falta de caldo, tantas tazas, y en casa.
Y el tercero es que “España” no formulaba propuestas “a Cataluña”, al contrario de al revés.
Ya no vale: de los 44 puntos de la agenda del reencuentro —hermoso apelativo— que contestaban peticiones autonómicas, 35 iban con un sí inicial, y 9 con un se estudiará.
Particular interés tiene el punto 8, que invita a la Generalitat a plantear ideas de financiación en el Consejo de Política Fiscal y Financiera. Y el 10, que franquea el lógico traspaso de becas, entre otras compensaciones.
Primum vivere, deinde filosophari. Antes vivir que filosofar. Lo sólido, antes que lo gaseoso.
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