Berenjena, flamenca, caca sonriente. El arte de decir cualquier cosa con ‘emojis’
Estos pequeños dibujos que han invadido nuestras vidas a través de la tecnología logran algo que ni las pinturas prehistóricas ni el esperanto consiguieron: un lenguaje universal que resulta práctico y atractivo a mucha gente muy diferente. Son capaces de hablar de cosas, de acciones y, sobre todo, de emociones. Además, la Fundéu BBVA eligió emoji como la palabra del año 2019.
ESCRIBIR CON emojis supone volver a nuestros orígenes. Hace más de 40.000 años en Indonesia nuestros antepasados dibujaban escenas de caza, animales y personas. Hace unos 20.000 en el norte de España, en Altamira, pintaban bisontes. Mucho antes de que aparecieran los primeros alfabetos, la humanidad se comunicaba a través de dibujos, ideogramas, jeroglíficos… En el inicio representaban objetos ordinarios y, poco a poco, también ideas. Como dijo el historiador de arte austriaco Otto Pächt, “en el principio fue el ojo, no el verbo”. Esas pinturas rupestres se podrían considerar el primer intento, sin saberlo, de un lenguaje universal, una suerte de protoemoji del bisonte.
Muchos siglos después, y ahora sí con una intencionalidad clara, Newton hizo un intento en la misma dirección, creando categorías con las que los nombres del mismo tipo de cosas comenzasen por la misma letra (todas las frutas con la a, por ejemplo). La empresa resultó ser demasiado compleja y el físico abandonó.
El tanteo del autor de la ley de gravitación universal no había sido el primer empeño, ni fue el último. Muchas otras lo intentaron antes y después. Sin mucho éxito. Lo más logrado ha sido por el momento el esperanto: un idioma artificial creado a finales del siglo XIX y que, se estima, hablan unos dos millones de personas en el mundo.
Palabras e imágenes aparte, tan solo las matemáticas y la música han sido consideradas como lenguajes universales. Las primeras porque, desde los tiempos de Galileo —“las matemáticas son el lenguaje con el que Dios ha escrito el universo”, decía—, creemos que todo está basado en ellas. La segunda porque está demostrado que nuestras respuestas emocionales y conductuales frente a una misma melodía son, por muy diferentes que sean quienes la escuchen, notablemente similares.
La utopía visual. La búsqueda de un lenguaje universal tuvo otro momento cumbre en los pasados años treinta con el proyecto Isotype. Alentados por las utopías de entonces, el sociólogo austriaco Otto Neurath y el dibujante alemán Gerd Arntz quisieron crear un lenguaje visual global basado en imágenes. No lo lograron, pero su trabajo todavía puede rastrearse en los libros de texto actuales, las interfaces de los ordenadores, la infografía e, incluso, la señalética de los aeropuertos. Razón por la que encontramos con la misma facilidad los baños de un aeródromo en Ciudad de México y en Seúl.
El proyecto Isotype demostraba el poder de lo visual. Las ideas de Neurath son las mismas que nutrieron parte de los intentos del Gobierno del Reino Unido para arrebatar al idioma francés el título de lengua franca internacional. Entre otras medidas, utilizaron un libro, Basic by Isotype, en el que se enseñaba inglés con unos 850 dibujos. Era rápido y sencillo.
La iniciativa también sirvió para comprobar una de las dificultades clásicas de la comunicación visual: los sustantivos y algunos adjetivos eran más fáciles de representar que las acciones o las características menos materiales de los objetos. A pesar del peligro de la ambigüedad, lo visual funcionaba en un mundo global.
Sin embargo, una cosa es representar objetos e indicaciones y otra sentimientos y emociones. A partir de los años sesenta y setenta, la aparición del smiley, una cara sonriente que se convirtió rápidamente en icono universal, anticipaba ya la necesidad de la sociedad para transmitir emociones de forma sencilla y simbólica.
Teclas que dibujan. La llegada —y posterior popularización y masificación— de los teléfonos móviles y las computadoras cambió el panorama. A principios de la década de 1980, cuando los ordenadores solo podían trabajar con los caracteres latinos y los números y signos ortográficos, el profesor estadounidense Scott Fahlman pensó que estos no eran suficientes para expresar de manera rápida las emociones en comparación con los textos, que además podrían ser confusos y ambiguos. Su propuesta fue combinar signos para expresar:
:-) alegría
:-( tristeza
;-) ironía y complicidad
Fueron los primeros emoticonos. ¿Y su éxito? Rotundo. Fruto de estas combinaciones que, más o menos, todo el mundo comenzó a entender pronto, aparecieron miles de compuestos nuevos, obra de la imaginación de millones de personas frente a un teclado. Hubo incluso quien consiguió hacer una caricatura de John Lennon.
Poco después de la aparición de los emoticonos, en los años noventa se creaba una organización mundial clave para el desarrollo de lenguajes en el entorno digital, el Consorcio Unicode. Un grupo de voluntarios empezó a unificar y desarrollar los diferentes caracteres existentes para que el desarrollo de las computadoras no dependiera solo de los alfabetos más poderosos (el latino y el chino) y cualquier lengua tuviera oportunidades por igual. Hoy las tablas de Unicode son la piedra de Rosetta de nuestra cultura informática. Si le llega un mensaje con algún cuadratín (algo así: 𞹨), significa que en algún lugar del trayecto entre teléfono y teléfono alguien no ha respetado el Unicode.
La era de los emojis. Más de 20 años después, ¿cómo han evolucionado los emoticonos? Justo en este momento, cualquier persona, con o sin especiales habilidades, puede comunicarse con otra acompañando sus palabras de audios, vídeos y, sobre todo, emojis, los cuales están sustituyendo a toda velocidad a sus ya abuelos, los emoticonos. Fue en el año 2000 cuando el operador japonés de telecomunicaciones Docomo ofreció la primera colección de 176 emojis a sus clientes de telefonía.
Al igual que con los emoticonos, su éxito fue rotundo e inmediato. El Consorcio Unicode no tardó en reaccionar y prácticamente en paralelo empezó a utilizar también colecciones de emojis y a definir estándares para que, por fin, cualquier teléfono, programa o aparato pudiera reconocer estos dibujos que ya no eran solo una combinación de signos como los emoticonos.
Veinte años después, los emojis están por todas partes. En las pantallas de los teléfonos móviles, claro está, pero también en películas, juguetes infantiles e incluso en el mundo de la literatura y el periodismo. Todas las compañías de software y sus programas los utilizan. Hay artistas, como el chino Xu Bing, que han creado novelas escritas solo con estos pequeños iconos.
También se puede encontrar Moby Dick, y un colegio de Talavera la Real se ha atrevido a componer una nueva versión del libro más traducido del mundo: la Biblia. No por desanimar a los escolares talaveranos, pero ya en 1788 el impresor estadounidense Isaiah Thomas había producido una versión para el público infantil llamada la Biblia jeroglífica que sustituía algunas palabras por imágenes para hacerla más atractiva.
Sensibilidad social. Lo visual es universal, pero los emojis no viven ajenos a su tiempo. Desde hace unos meses estos dibujos buscan, además de comunicar, hacerlo de forma inclusiva. A diferencia de las dificultades que tienen algunos idiomas como el español para representar adecuadamente el género, los emojis disponen de variantes para diferenciar, por ejemplo, las profesiones según la desempeña una mujer, un hombre o una persona de género neutro. Lo mismo sucede con las razas, las edades e incluso las discapacidades.
No hace falta pensar si se escribe “cocinero” o “cocinera” porque tanto un término como el otro, además del género neutro, existen en el universo emoji (con más de 3.600 dibujos diferentes sin contar variantes como el cambio de color de piel). Desde un astronauta a un trébol, pasando por todas las banderas del mundo, se encuentran emojis para casi todo.
Un futuro digital. Más de 40.000 años después, las pinturas de Indonesia siguen transmitiendo un significado, y hasta el 18 de mayo el Museo Reina Sofía de Madrid acoge una exposición del poeta y filósofo Ignacio Gómez de Liaño, titulada Abandonar la escritura, que refleja el trabajo del artista en el campo de la poesía visual. Es demasiado pronto para considerar que los emojis se van a implantar de manera definitiva, pero quizá sea ese nuestro futuro. O quizá podamos evolucionar y avanzar hacia una escritura multimedia en la que combinemos los alfabetos de nuevo con imágenes, audios, vídeos y memes en los canales, presentes, futuros y sobre todo digitales, en los que nos expresemos.
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