El cartógrafo de lo invisible
Andrés Fernández siempre tuvo espíritu explorador. Nació con una discapacidad intelectual y cuando descubrió los mapas se le abrió un mundo. Hoy, este artista rompe fronteras con su obra.
EN UN RINCÓN del antiguo matadero de Madrid, escondiendo el cuaderno entre los brazos, un hombre pinta un mapa de memoria. En la portada de la libreta un título reza: La vida de los bebés recién nacidos en el otro mundo antes de su nacimiento. Dentro, las páginas están llenas de atlas. Atlas de lo visible: Atocha, Madrid, el mundo, el espacio. De lo oculto: la concepción, la infancia, un videojuego, la madurez. Y de los lugares donde ambos mundos se encuentran. Un prólogo, compuesto por una sola frase y escrito en mayúsculas, describe a lo largo de varias páginas una isla llena de niños que juegan. Representa el origen de la vida y supone el núcleo de la obra de este artista. Del estuche azul sobre el pupitre cuelga una etiqueta. Escrito hay un nombre: “Andrés”.
De vez en cuando levanta la mirada hacia la mesa atestada de vasos llenos de pinceles y cajas de rotuladores donde una decena de adultos consagran la mañana al arte. Cada cual de una manera muy concreta. María Gracia Sánchez, rodeada de cuadernos con recortes de prensa rosa, trabaja en otro retrato de Rocío Jurado. José Miguel Hernando se vuelca en su especialidad, una suerte de puntillismo, encorvado sobre un lienzo que seguirá bastante blanco cuando llegue la hora de comer. Luis Miguel Edjabua retoca una miniatura de la actriz Toni Acosta mientras recrea para sí un diálogo de Hospital Central: “Bueno, Kimberly”, pregunta, “¿cómo llevas el embarazo?”. Su musa, la tele.
Todos ellos son integrantes de la asociación Debajo del Sombrero, un proyecto que busca acercar el arte a personas con discapacidad intelectual. En la práctica funciona como un taller para quienes, de otra manera, no tendrían dónde ni cómo desarrollar sus capacidades creativas. Y como una lanzadera para dar a conocer su obra. “Creemos que estos lenguajes son importantes y que hay que abrirles hueco en el arte contemporáneo”, explica Lola Barrera, 59 años, directora de la asociación. En sus 12 años de vida, Debajo del Sombrero ha ido abriendo esos espacios en los circuitos culturales y actualmente varios de los 40 alumnos que en total trabajan con Barrera en Matadero venden su obra a miles de euros y exponen por todo el mundo.
Ese creciente interés de las instituciones culturales ha consagrado a Andrés Fernández, madrileño de 46 años, como una de las revelaciones artísticas del proyecto. La mirada tímida que se refugia tras las gruesas gafas hace las veces de saludo. Fernández vive ensimismado, apenas se comunica con quienes le rodean, suele mirar al suelo y solo a veces pronuncia palabras sueltas. Cuando quiere decir algo más largo, lo escribe. Su carta de presentación son sus mapas. Se venden por hasta 2.000 euros y figuran en libros, como X, Y , Z, t (Caniche), y pinacotecas, como el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona o el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac), donde hasta el 12 de enero se han expuesto varias obras suyas (entre ellas, un mapa de 21 metros).
En sus mapas, Fernández plasma la geografía gracias a una memoria fotográfica y vuelca en ella sus creencias
Estas obras, como el resto de su trabajo, se caracterizan por mezclar realidad e imaginación. Realidad de la que se empapa durante sus paseos por Madrid y las horas que dedica a explorar la geografía a través de atlas e Internet y que, gracias a una memoria fotográfica, logra plasmar en el papel. E imaginación que nace de una curiosidad por lo desconocido. Una curiosidad que cobra su máxima expresión al tratar lo que Barrera llama “el misterio del nacimiento”: ¿de dónde viene la vida? Las obras de Fernández que más interés han generado son lo que en la introducción de X, Y, Z, t se denominan “mapas del canal del parto”. En ellos figuran los caminos por los que los niños llegan al mundo, presuntamente desde esa isla descrita en el prólogo del cuaderno. En su travesía, que no siempre es la misma, atraviesan diversas estaciones —Cundinamarca, Sumatra o París— hasta que llegan a su destino: la vida.
Esa universalidad es, según Barrera, una de las claves que explican el éxito de artistas como Fernández en la escena actual. “El arte contemporáneo se ha ido alejando de la gente y entrando en sitios difícilmente comunicables”. “Ellos”, dice señalando a sus alumnos, “nos abren sitios que son de todos y lo hacen desde una pureza excepcional, que solamente desde ese sitio donde están ellos se puede tener”. Mery Cuesta es crítica de arte especializada en outsider art, término que agrupa a artistas al margen de la sociedad, por ejemplo, personas con discapacidad. El quid, explica, está en esa pureza: “Estas expresiones artísticas están recibiendo más acogida dentro de los programas culturales porque ofrecen la honestidad que se echa de menos en lugares como Arco o Art Basel”. También se echa de menos originalidad, asegura Manuel Olveira, director del Musac. Y Fernández la tiene, asegura: “Su arte no pertenece a un estilo, no sigue modas. No pertenece a los circuitos comerciales del arte. Surge de la pura necesidad expresiva para comunicarse con el mundo. Y hay una dosis de verdad muy grande en eso”.
En el caso de Fernández, esa verdad encierra sobre todo una cosa: ganas de explorar. “Siempre le ha encantado”, asegura su madre, Inocencia Gómez, 78 años, desde el humilde piso cerca de Atocha donde ella y su marido conviven con Fernández y su hermano menor. “De pequeño, venía del colegio a las cuatro de la tarde y ya salíamos. He recorrido Madrid entero con él, andando”. Hoy, Fernández recorre en el salón el circuito de un videojuego. Es, junto a navegar por Internet, su gran afición. Entre sus pertenencias, que como cada tarde ha desplegado sobre el sofá agrupadas por categorías, constan: cuatro guías de Madrid, tres brújulas, tres calculadoras, dos GPS, dos cámaras de fotos, dos reglas, un amperímetro y decenas de cuadernos. Todos llenos de mapas.
Esas ansias de conocer mundo se ven coartadas por una discapacidad, fruto de un percance durante el parto. “Falta de oxígeno en la sangre al nacer”, explica su madre. “Retraso intelectivo y del lenguaje”, según los médicos. Una etiqueta que, pese a no ser relevante para el público (como explica Olveira, que la ha obviado en su muestra por discriminatoria), condiciona la vida del artista. Significa dependencia. “Él sabe ir solo a todos los sitios… Pero yo prefiero ir con él porque él es muy bueno, si cualquiera le dice ‘vente’, él va y pueden llevarlo donde quieran”, dice su madre. Así que Fernández se contenta con soñar con el viaje. El motor de ese sueño es la metáfora, un placebo de la aventura: el mapa. “Siempre le han gustado. Tengo la casa llena de ellos. Con ocho años pidió uno de la Comunidad de Madrid para la cabecera de la cama. Tuve que encargarlo a medida en la papelería porque no lo tenían”, recuerda su madre. Sobre la cama donde duerme Fernández, la misma que entonces, sigue colgando aquel inmenso mapa lleno de promesas.
Con los años, algunas de esas promesas se han cumplido. Gracias a Debajo del Sombrero y a la buena acogida de su trabajo, Fernández ha recorrido España y parte de Europa. En su casa siguen sin dar crédito: “Yo nunca creí que él llegara a esto, no esperaba que fuese a gustar a la gente”, confiesa su madre. Por lo pronto, su obra llevará en junio a Fernández a Berlín, donde expondrá en la Bienal. Pequeñas conquistas de una aspiración que sigue ahí, latente en sus cuadernos. “Si pudieses hacer cualquier cosa, ¿qué harías?”. En la libreta del periodista, en mayúsculas y sin puntuación, Fernández deletrea: “Irme de aventuras a recorrer el mundo”.
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