Noria solar
Al parecer todas las locuras están permitidas en ese viaje a bordo de un gramo de polvo perdido en el universo
La vida consiste en dar unas cuantas vueltas al sol, una por año, y la muerte solo es el hecho anodino de tener que apearse de esa noria cuando se acaba el tique, que nos regala el misterioso dueño de esta feria, de quien nadie sabe nada. La vida te permite entrar en este parque de atracciones para montar en una nave que viaja a 30 kilómetros por segundo en un vuelo elíptico alrededor de una bomba de hidrógeno y el único milagro estriba en que, pese a una velocidad tan alucinante, a nadie se le vuela el sombrero. Si la vida es lo más parecido a una feria, un breve caos entre dos infinitos silencios, como dice Samuel Becket, ¿qué motivo hay para tomarse en serio este mundo? Al parecer, todas las locuras están permitidas en ese viaje a bordo de un gramo de polvo perdido en el universo, que da vueltas y vueltas transportando un inmenso y absurdo guirigay lleno de violencia, un griterío de monos confundido con el parloteo estúpido de los humanos y también toda clase de sueños. En efecto, cualquier locura tiene cabida en esa singladura excepto la de hacer inhabitable esta nave galáctica. La cosmonáutica nos ha permitido tener una visión extracorpórea de nuestro planeta azul. Desde el sofá nos hemos sentido pasajeros en la oscuridad del firmamento, y esa imagen ha comenzado a inocular en la conciencia colectiva el principio catastrófico de que en esa nave ya no existen pasajeros de primera. Nos salvamos todos o perecemos todos. En el apocalipsis no hay privilegios. Pese a todo, cuando la humanidad desaparezca de la faz de la Tierra, seguirán dando vueltas por el universo, convertidas en polvo de estrellas, la locura de Don Quijote, la duda de Hamlet, los versos de Hölderlin, la Venus de Botticelli y la Flauta mágica de Mozart. Y solo por eso habrá merecido la pena el haber pasado por esta feria. Feliz año nuevo. Feliz viaje en esta nueva vuelta en la noria solar.
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