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Regreso a la tierra quemada por los devastadores incendios de Canarias

Los fuegos desmesurados son una consecuencia de la nueva era ambiental en España. Regresamos a los enclaves del que arrasó Gran Canaria en agosto

Vídeo: Eduardo Nave
Esther Sánchez

LAS LLAMAS BAJABAN desde la cumbre en ríos de lava, como si se hubieran producido varias erupciones volcánicas a la vez. Se te partía el alma”. Así describe el agricultor Miguel Medina el dantesco momento que vivió el domingo 18 de agosto, hasta que decidió abandonar su parcela a la una de la madrugada con los pinos ardiendo. El devastador incendio, que arrasó 9.800 hectáreas en Gran Canaria (el 84%, espacios naturales protegidos) a finales de agosto, respetó la casa y el pedazo de tierra donde cultiva desde papas hasta mijo, en el municipio de Acusa Verde, en la falda del barranco del Silo, uno de los más recónditos de la isla. Los pinos canarios de la ladera de la montaña, la vegetación de los alrededores y un palmeral autóctono salieron peor parados. El fuego se detuvo a escasos metros de su propiedad. “Quizá por los caminos que abren los guaniles [cabras domésticas asilvestradas] que limpian el terreno”, sonríe.

Todavía con el trauma y el susto a flor de piel, los grancanarios tratan de reponerse, evaluar los daños y entender qué falló. Un conocimiento vital para evitar desastres mayores en un escenario de cambio climático, en el que los expertos prevén que los grandes fuegos, los más devastadores e incontrolables, se intensifiquen. No ocurre lo mismo con los incendios en general en España, que presentan una curva descendente, tanto en su número como en la superficie quemada. Es la conocida como la paradoja del fuego: los dispositivos de extinción, cada vez mejor preparados, consiguen que no pasen de la fase de conato, pero no pueden con los incendios que se escapan en condiciones meteorológicas adversas. En Gran Canaria, entre 2000 y 2019 se han producido 949 incendios forestales en 32.060 hectáreas. De ellos, 946 se quedaron en conato (menos de una hectárea) o quemaron entre 1 y 500 hectáreas. Solo tres alcanzaron la categoría de gran incendio (más de 500 hectáreas) y fueron más que suficiente: son los responsables de abrasar el 95% del total.

El agricultor Miguel Medina observa el efecto del fuego en Altavista.
El agricultor Miguel Medina observa el efecto del fuego en Altavista.Eduardo Nave

El problema tiene dos patas. Por un lado, la gestión del territorio, con el abandono de zonas agrícolas y ganaderas ahora pobladas por monte lleno de biomasa (España ha ganado un 33% de masa forestal desde 1990) que han perdido su capacidad para actuar como terreno de transición y cortafuegos improvisados. Y por otro, el cambio climático, con un aumento de las temperaturas y de las olas de calor procedentes del norte de África hacia la Península, que reducen la humedad de la atmósfera, agudizan las sequías y la desertificación, aceleran el deshielo de los glaciares o intensifican fenómenos meteorológicos adversos. Y todo confluye en una gran pérdida de biodiversidad.

Fernando Valladares, investigador del departamento de biogeografía y cambio global del CSIC, apunta a que el calentamiento ha elevado un par de meses el periodo en el que hay mayor probabilidad de que se originen fuegos. “El riesgo en toda la Península ha pasado de tres meses (junio a agosto) a cinco (mayo a septiembre), casi se ha duplicado”, afirma. Galicia tuvo que ampliar el año pasado por primera vez la temporada de alto riesgo de incendios hasta octubre debido a las altas temperaturas y para prevenir una eventual oleada de fuegos como la que asoló a esta comunidad en octubre de 2017, la peor de esta última década, que arrasó 50.000 hectáreas y dejó cuatro muertos.

Área afectada de Artenara.
Área afectada de Artenara.Eduardo Nave

En este cóctel ambiental se originan los llamados fuegos de sexta generación, que tienen fuerza para producir cambios en el viento, crear remolinos y tormentas de fuego debido a la gran densidad de combustible acumulado y en condiciones meteorológicas favorables. El infierno para las brigadas de extinción. En Gran Canaria se rozó la hecatombe con un incendio que provocó vientos propios con llamas de 50 metros de altura. Las brigadas sentían el calor a 200 o 300 metros. Imposible acercarse.

Los llamados incendios de sexta generación son explosivos e inesperados

“En apenas media hora teníamos una gran columna convectiva en Valleseco [donde el 17 de agosto se inició el fuego más destructivo de los tres que asolaron la isla en dos semanas]”, relató Federico Grillo, jefe de emergencias, en un pleno extraordinario celebrado el jueves 5 de septiembre en el Cabildo de Gran Canaria. El incendio continuó su avance. Fallaron “todas las estrategias” y se convirtió en un fuego “imposible de detener con la tecnología actual”. Las llamas alcanzaron el parque natural de Tamadaba, 7.500 hectáreas de masa arbórea de pino canario consideradas el pulmón verde de la isla. Se temía que el fuego arrasara Tamadaba en 24 horas y se desplazara hacia el sur, a Inagua, otro de los tres pinares emblemáticos de la isla.

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La inquietud se multiplicó al formarse una impresionante nube de cuatro kilómetros de altura encima de Tamadaba. “El fuego generó dos formaciones de ese tipo llamadas pirocúmulos, algo que no habíamos visto nunca aquí”, precisó Grillo. Estas nubes, similares a las de erupciones volcánicas, pueden lanzar cenizas a largas distancias [en Tenerife hay constancia de hasta 20 kilómetros] y provocar otros focos. Si se desploman, el fuego se extiende hacia todos los lados generando vientos en cualquier dirección. Pero hubo suerte: la temperatura, que llegó a pasar de los 40 grados, bajó; el viento cambió y el peligroso frente que se mantenía activo —se habían extinguido otros dos— entró en una zona “de una calma sorprendente”, comenta Grillo, todavía incrédulo. El fuego se ralentizó y quemó un tercio de Tamadaba, el 32% del total, del que solo el 10% está gravemente afectado.

“Todos esos pinos tirarán la pinocha [hoja del pino] quemada, que protegerá el suelo cuando llueva, y luego brotarán porque resisten al fuego”, señala el agente medioambiental Isidro del Rosario en el pinar de Tamadaba, que a principios de septiembre no estaba abierto al público. Su preocupación se centra en el sotobosque calcinado, las plantas que crecían bajo los pinos, protectoras del suelo frente a la erosión. En muchos lugares han quedado reducidas a cenizas de las que emergen pinos que han cambiado su verde brillante por tonos ocres y amarillentos. Sus pinochas, cristalizadas en las ramas, enfocan hacia donde soplaba el viento cuando las llamas las alcanzaron. Como estatuas petrificadas. Otros están completamente chamuscados. “El pinar será el mismo, se regenerará por zonas y nacerán pinos donde antes no podían por la cantidad de pinocha acumulada”, comenta Grillo. En la zona norte y noroeste, el fayal-brezal (monte de los bosques húmedos canarios) también rebrotará.

¿Cuánto tarda en revivir un ecosistema de ese tipo tras un incendio? Actualmente es el fenómeno más importante de degradación de los sistemas forestales españoles, indica el Ministerio de Agricultura. “En 10 años habrá una restauración aparente, pero lo que sufre la biodiversidad, formada por los invertebrados, la avifauna o las plantas, eso nadie lo ha evaluado”, evidencia Manuel Nogales, científico del Instituto de Productos Naturales y Agrobiología del CSIC.

Vista aérea de las copas de los pinos amarillentos tras el paso de las llamas en el pinar de Tamadaba.
Vista aérea de las copas de los pinos amarillentos tras el paso de las llamas en el pinar de Tamadaba.Eduardo Nave

Que cada vez hace más calor en España no es una percepción. El informe Efectos del cambio climático de la Agencia Estatal de Meteorología revela, tomando como periodo de referencia de 1971 a 2000, una tendencia al alza de las temperaturas “tanto en valores promedio como en máximas y mínimas”. Un ascenso que se ha intensificado en la última década y ha provocado que los veranos sean casi cinco semanas más largos que al inicio de los años ochenta. El estío crece a unos nueve días por década.

En España, los veranos son casi cinco semanas más largos que en los años ochenta

El archipiélago canario no es una excepción y sigue la tórrida estela. El aumento de grados se observa en todas las estaciones del año, confirma Víctor Quintero, director del centro meteorológico de Santa Cruz de Tenerife. “Hace 15 años habría respondido que había indicios, ahora son evidencias“, recalca. En cualquiera de los modelos planteados por el IPCC [grupo de expertos sobre cambio climático de la ONU], más optimistas o pesimistas, “todas las proyecciones apuntan a subidas”.

Igual que con la temperatura existe una mayor precisión, con las precipitaciones, otro de los parámetros que pueden controlar la virulencia de los fuegos, se aterriza en el campo de los resultados imprecisos. ¿Llueve más o menos con el cambio climático? “Si miras la cantidad, puede ser la misma, el problema es que el agua cae de forma irregular y, en muchas ocasiones, en episodios torrenciales”, puntualiza Quintero.

Resina brota de un tronco completamente abrasado.
Resina brota de un tronco completamente abrasado.Eduardo Nave

WWF se suma al aviso de que los superincendios están llamando a la puerta empujados por el cambio climático. “En junio de 2017 se produjo en Portugal, por primera vez en nuestras latitudes, una nueva tipología de incendio desconocida hasta la fecha para la comunidad científica: un megaincendio de sexta generación, vincu­lado al calentamiento. Extremo, incontrolable y letal”, señala la organización conservacionista en un informe sobre incendios de 2019. En octubre de ese mismo año, el fenómeno se repitió en Portugal y España, y un año más tarde, en Grecia. “Hemos pasado de no tener este tipo de fuegos a reunir los tres más grandes de Europa en apenas dos años”, asegura Lourdes Hernández, autora del estudio y portavoz de WWF.

Portugal, dice el informe, es el país que más siniestros acumula en los últimos 30 años (el 40% de los que se han producido en la región mediterránea) y en el que más hectáreas se han quemado, con una media anual del 3% de su superficie forestal. “El análisis de la siniestralidad, entendida como el número de incendios por hectárea de superficie forestal, indica que a Portugal le siguen en incendios Grecia, Italia y España”.

Los grandes fuegos dejan tras de sí un reguero de consecuencias sociales muy traumáticas. Tejeda y Artenara, dos de los municipios canarios afectados, con impresionantes vistas al roque Nublo y el Bentayga (lugares de culto de los aborígenes canarios), están sufriendo bajas en el turismo que les visita en busca de la naturaleza isleña descrita por Miguel de Unamuno como “tempestad petrificada”. “Hoy hemos tenido solo dos mesas para comer, no es normal. Yo creo que hay demasiado alarmismo”, relata Fina Suárez, dueña del hotel rural Fonda de la Tea, en Tejeda, y de un restaurante. Ella fue una de las casi 10.000 personas evacuadas por la cercanía de las llamas y hoy, de vuelta, no tiene confianza en cómo va a discurrir esta temporada, que inicia su periodo álgido ahora, en septiembre. “Ya me han cancelado cinco alemanes”, dice.

La hostelera de Tejeda Fina Suárez.
La hostelera de Tejeda Fina Suárez.Eduardo Nave

Para reducir al máximo el riesgo que sigue ahí queda la gestión del territorio. Eugenio Reyes, miembro del colectivo Ben Magec-Ecologistas en Acción, asomado a uno de los barrancos canarios ennegrecido por el paso de las llamas, muestra cómo su efecto fue distinto según el tipo de parcela. En medio de bancales quemados asoma un trozo de tierra preparado para la siembra que las llamas han respetado. “Las parcelas en las que entró el fuego estaban abandonadas y en ellas crecía matorral inmaduro, sensible al fuego, mientras que los suelos agrícolas productivos han soportado mejor las llamas”, explica.

Porque, en su opinión, “el fuego no es tan caprichoso como se dice”. “También ha respetado aquellos pinos”, señala a un rodal verde en medio del incendio. “Son lugares húmedos en los que los árboles cuentan con un mejor sistema radicular y aguantan más. A mayor estrés hídrico [la vegetación demanda más agua de la que dispone], aumenta la sensibilidad al fuego”, explica Reyes, que, además de abrazar el ecologismo, trabaja en el jardín botánico Viera y Clavijo del Cabildo de Canarias, dedicado a la conservación y gestión de la flora.

Tierra llena de ceniza.
Tierra llena de ceniza.Eduardo Nave

Para evitar que el campo se deshidrate, Reyes propone recuperar los acuíferos. “Llevamos 500 años de­sangrándolos con miles de pozos y galerías que se llevan el agua para la costa”, sostiene. El problema de la sobreexplotación de las reservas subterráneas de las que se saca más agua de la que recargan, sobre todo para cultivos de regadío, se extiende por toda España y se exacerba por el cambio climático. Amenaza a entornos tan emblemáticos como el parque nacional de Doñana (Huelva) o el de las Tablas de Daimiel (Ciudad Real).

La situación se complica en un país donde el clima semiárido ha crecido 30.000 kilómetros cuadrados (un 6% del territorio nacional) de 1961 a 2010, reveló la AEMET en marzo. Todo ello en un contexto nacional con amplias áreas “potencialmente afectadas por el proceso de desertificación” y en el que “más de dos terceras partes del territorio son zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas”. Las regiones más afectadas son Castilla-La Mancha, el valle del Ebro y el sureste peninsular.

Árboles quemados en Tamadaba que rebrotarán.
Árboles quemados en Tamadaba que rebrotarán.Eduardo Nave

Otra de las soluciones en Gran Canaria apunta a cambiar la vegetación de los barrancos y “plantar laurisilva [bosque húmedo], eliminando especies invasoras como la caña, que es una mecha en los fuegos”, añade Luis Sánchez, de Ben Magec. La caña se utilizaba en Canarias como un complemento de la vida agrícola, para fabricar cestos o en las plantaciones de tomates. Con el abandono del campo, la caña comenzó a expandirse. Ahora renace de las cenizas, de forma literal. A pocos días del incendio, es la única planta que brota en la tierra ennegrecida. El Gobierno canario está de acuerdo en que la vuelta a la vida rural y la recuperación del bosque de laurisilva “son los escudos antiincendios” que se necesitan.

El monte Bentayga, lugar de culto de los aborígenes canarios, visto desde Tejada, uno de los municipios que sufrieron el fuego y tuvieron que ser evacuados.
El monte Bentayga, lugar de culto de los aborígenes canarios, visto desde Tejada, uno de los municipios que sufrieron el fuego y tuvieron que ser evacuados.Eduardo Nave

Hay voces que plantean la limpieza del bosque. A Nogales, científico del CSIC y canario, “se le ponen los pelos de punta” cuando oye hablar de ello. “El sotobosque y la pinocha tienen que existir para que un bosque sea sano y maduro. Se pueden tomar medidas preventivas en zonas más próximas a carreteras y accesos de personas, en las partes más antropizadas, para evitar riesgos”, concreta.

“Es bastante fatídico que el incendio afectara a Gran Canaria, donde la regresión del bosque del archipiélago ha sido más brutal”, reflexiona. Los conquistadores que llegaron de la Península en el siglo XV aniquilaron el bosque termófilo de origen mediterráneo que existía, y de la laurisilva del bosque de Doramas solo queda un 1%. “Este tipo de vegetación retiene la humedad de los vientos alisios, por eso es tan importante, es como una esponja”, explica. Y el pinar, sometido a un aprovechamiento intensivo, por ejemplo para elaborar carbón, se ha ido reduciendo hasta quedar en un 10% del original. “Mi padre solía decir que la llegada del butano en 1950 salvó los pinares”, rememora.

Vista aérea de una de las partes más afectadas del Tamadaba, pulmón verde y joya de Gran Canaria.
Vista aérea de una de las partes más afectadas del Tamadaba, pulmón verde y joya de Gran Canaria.Eduardo Nave

No hubo víctimas y se perdieron “solo” 15 viviendas de los 3.500 inmuebles de todo tipo que se encontraban dentro del perímetro del incendio. Las 15.000 personas afectadas no quieren volver a verse rodeados por las llamas. Ahora toca prevenir y curar. 

EL PAÍS forma parte de Covering Climate Now, una iniciativa global de más de 220 medios de comunicación enfocada a poner atención en la crisis climática.

Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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