El artista que ha 'desabrochado' una fachada histórica en Milán
Alex Chinneck es capaz de partir un edificio en dos para hacer realidad su muestra sorprendente de surrealismo urbano. Entrevistamos al maestro del arte público no apto para elitistas
El arte también puede ser optimista... Pues no, la verdad. Cuando el arte urbano da una posibilidad al optimismo, como sugiere el artista protagonista de este artículo, entonces hablamos más bien de “diseño”, en vez de arte. Recuerden cuando Alex Chinneck usó una vieja fachada de un edificio aparentemente histórico de Milán, para abrirlo en dos con una cremallera gigante. La fachada caía y descubría lo que la arquitectura escondía. Era el modo lúdico del artista británico de plasmar este choque entre la realidad y la ficción, entre lo cotidiano y lo extraño, en donde el arte adquiría una nueva dimensión.
En su entrevista para ICON Design, el artista afirma ver su trabajo como una escultura, posible gracias a la combinación multidisciplinar, por ejemplo, con la arquitectura. “Mi trabajo crea desafíos que resolvemos a través del diseño y la ingeniería: diseñamos obras de arte. Tomamos caminos extremadamente complejos para crear momentos visuales sencillos. La realidad es que una gran cantidad de tiempo y experiencia se lo lleva la concepción y realización de cada proyecto. La escultura, a fin de cuentas, es volver a imaginar el mundo que nos rodea, por lo que creo que es más poderosa cuando se integra en el mundo que nos rodea: nuestros entornos cotidianos”, explica con la misma claridad de uno de sus diseños.
Cerca de la calle, lejos de la academia
Chinneck es, a su manera, un antisistema dicho con cuidado, suavemente. Hace ruido pero sin hacer daño. Porque, como dice él mismo dice, "el arte callejero te asalta de repente, sin pedir permiso, se cuela en la vida de cualquiera". Por eso debe provocar una experiencia “positiva y edificante” y trata que su trabajo sea “cálido”. Algo que consigue gracias a la vieja fórmula de los contrastes: amable y sorprendente, espectacular y familiar, irónico y acogedor.
“Se trata de hacer que el mundo cotidiano se sienta momentáneamente extraordinario. El arte público debe involucrar al espectador y tener una conversación con ellos. Elijo que esa conversación sea lúdica y positiva. Un pedestal puede crear una división entre una obra de arte y su público, pero mi trabajo no fomenta dicha separación. Mi trabajo es accesible de manera intencionada, para ayudar a la mayoría de las personas que lo ven a encontrar una manera de disfrutarlo. No es elitismo, es inclusión”, explica el escultor, al que podríamos definir como académico de la accesibilidad. Un académico pop, un surrealista urbano.
Su objetivo es el efecto, la sorpresa, porque la realidad es demasiado aburrida. Casi como un "Arte de atracciones". Chinneck cree que “definitivamente, el arte es un momento de fantasía en un contexto de familiaridad”. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el espectáculo y el arte? “Hay una delgada línea entre un truco y una escultura. Nos aseguramos de que nuestra práctica se tome en serio, prestando gran atención a la calidad de la ejecución y asegurándonos de que sea una aportación considerable, relevante y dinámica al lugar en el que se encuentra”, responde el escultor de 35 años.
No tiene ambiciones trascendentales, simplemente quiere animar un poco al personal. Uno de sus proyectos más impactantes y famosos es la fachada que se desliza por el edificio, se ha escurrido hacia abajo y el último piso queda a la vista.
Para la Casa-cremallera trabajó con un equipo de más de 100 personas, incluidos carpinteros, fabricantes de acero, pintores, escultores, especialistas en fundición, operadores de grúas, diseñadores de iluminación, ingenieros estructurales “e incluso robots”. Como buen diseñador, Alex Chinneck tiene un buen axioma para toda esta comunidad artística: “La ambición crea una idea, pero la colaboración la hace posible”.
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