_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Antígona en la frontera

Ante los excesos de las políticas migratorias de Salvini o Trump, se imponen los episodios de desobediencia civil. La bravura de Carola Rackete, comandante del ‘Sea Watch’, es solo un ejemplo

María Antonia Sánchez-Vallejo
La capitana alemana, Carola Rackete, tras su audiencia ante un fiscal italiano, el pasado 18 de julio en Agrigento (Italia).
La capitana alemana, Carola Rackete, tras su audiencia ante un fiscal italiano, el pasado 18 de julio en Agrigento (Italia). ANDREAS SOLARO (AFP)

“Hay momentos en que la desobediencia es obligatoria”. La frase podría haberla pronunciado Carola Rackete, comandante del barco de la ONG Sea Watch, al desafiar la orden de Salvini de no desembarcar en Italia a decenas de migrantes rescatados del mar. La capitana podría también suscribir la apelación al “derecho de resistencia en defensa de la democracia”. Pero son palabras textuales –proferidas en otro contexto, el de la conmemoración del atentado contra Hitler en 1944- de una mujer con la que Rackete tal vez solo comparta nacionalidad, y en cuyas antípodas políticas se halle pese al vínculo radical que las conecta: Angela Merkel, la única líder europea que, mal que les pese a muchos de quienes comparten o denigran su cosmovisión conservadora, abrió las puertas a un millón de refugiados en 2015.

Más información
Carola Rackete: “La UE financia a criminales en Libia”
La capitana del ‘Sea Watch 3’ queda en libertad tras comparecer ante la juez

Levantarse contra la tiranía por decencia, por humanidad: desde Antígona ante Creonte por prohibir las exequias de su hermano, a las decenas de curas y monjas detenidos hace unos días en el Capitolio por protestar contra la política migratoria de Trump, o los vecinos de Nashville que impidieron la deportación de un indocumentado y su hijo de 12 años. Defender abiertamente un programa proinmigración –de respeto de los derechos fundamentales del otro, en suma- se paga caro, y eso lo han comprobado personalmente tanto Rackete como la canciller Merkel, esta última con un gran desgaste político e impotente ante el asesinato por un militante neonazi de un correligionario suyo también proclive a la acogida.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pero la apuesta compensa, y no solo en humanidad, ya que la opción de ocultar a los migrantes bajo la alfombra, o en centros con vallas y alambradas, sale aún más cara en las urnas. La equiparación de la presencia de extranjeros con la inseguridad –con la inseguridad, repetimos, no con la seguridad- ha favorecido los discursos más xenófobos: los de la ultraderecha en Francia, o en la Grecia abismada de 2012, con un moribundo Gobierno socialdemócrata que hizo suyos, aumentados, los postulados securitarios de la derecha para gestionar -léase combatir- la inmigración: redadas callejeras, centros cerrados de internamiento (el oprobio de Amygdaleza) y la criminalización pública del extranjero. Esa estrategia no hizo sino engordar el apoyo a los neonazis, que entraron entonces en el Parlamento con 18 diputados.

Con ellos fuera, afortunadamente, pero con más de 80.000 migrantes y refugiados atrapados en el país, el nuevo Gobierno griego plantea algo inquietantemente similar: centros de detención cerrados incluso para los peticionarios de asilo, además de la desaparición del Ministerio de Inmigración que creó Syriza, subsumido ahora como secretaría en el de Orden Público, el encargado de la policía o las instituciones penitenciarias. La inmigración como problema de orden público; el miedo como programa de gobierno. Cuántas Antígonas harían falta para resistir a tan miope ignominia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_