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Columna
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Los mismos perros, el mismo collar

Irán no es Irak. Cualquier ataque tendría consecuencias graves

Ramón Lobo
El comandante Sean Kido, de la Quinta Flota de EEUU, durante la rueda de prensa este miércoles en Emiratos Árabes Unidos.
El comandante Sean Kido, de la Quinta Flota de EEUU, durante la rueda de prensa este miércoles en Emiratos Árabes Unidos. AFP

A quién le interesa una guerra? ¿Atacaron los iraníes dos petroleros la semana pasada? ¿Son creíbles las pruebas presentadas por Estados Unidos? Aún están vivas las mentiras de la invasión de Irak en 2003 sin el permiso del Consejo de Seguridad de la ONU. Los responsables se justifican hoy: hubo una mala interpretación de los datos de los servicios de inteligencia. Son muy generosos con ellos mismos. Fue un montaje. Los Gobiernos de EE UU y Reino Unido inventaron informes, difundieron noticias falsas y exageraron los riesgos. Dieciséis años después quieren repetir el truco. Son los mismos perros que ni siquiera se han molestado en cambiar los collares.

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La rapidez con la que Mike Pompeo señaló a Irán es sospechosa. En el anterior ataque, hace un mes, que afectó a cuatro barcos, una comisión internacional fue incapaz de señalar a un culpable, habló de “un actor estatal dotado de fuertes capacidades de operación”. En el de la semana pasada, EE UU aportó un vídeo de un barco iraní retirando supuestamente minas, pero la empresa propietaria del petrolero dice que la explosión la causó un artefacto volador.

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En la Casa Blanca hay dos bandos. El que comanda el jefe de Seguridad Nacional, John Bolton, que quiere atacar a Irán. Bolton estuvo implicado en las mentiras de Irak que han causado cientos de miles de muertos en ese país y en Siria, además de ayudar a la creación del ISIS. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, está en ese bando. Le interesa la tensión porque se enfrenta en septiembre a unas elecciones repetidas y un más que posible procesamiento por corrupción en octubre. Trump estaría en el bando de los que prefieren negociar con Irán sin dejar de lanzar bravatas.

El ataque de la semana pasada coincidió con la visita a Teherán de Shinzo Abe, la primera de un primer ministro japonés desde la Revolución Islámica de 1979. Abe era portador de un mensaje de Donald Trump invitando al diálogo al presidente iraní Hasan Rohani.

Otro actor es Arabia Saudí, segundo comprador mundial de armas. Es el país suní de referencia que disputa a Irán (chií) la supremacía regional. Riad acusa a Teherán de exportar terrorismo. Arabia Saudí está implicada en la guerra de Yemen contra los Huthi (que son chiíes), en Siria, donde ha favorecido y armado a milicias yihadistas contrarias a los intereses de Occidente, y Libia, donde apoya al mariscal Haftar. Riad exporta wahabismo, una versión rigorista del islam de la que se nutren ideológicamente Al Qaeda y el ISIS. Su príncipe heredero, Mohamed Bin Salmán, es sospechoso de ordenar el descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi. La tensión con los iraníes ayuda a desviar el foco.

Irán no es Irak. Cualquier ataque tendría consecuencias graves. La escalada podría provocar un conflicto más amplio. Estamos sentados sobre un polvorín en el que todos los actores llevan una antorcha encendida. Es un escenario perfecto para los vendedores de armas.

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