La quimera venezolana
La crisis evoluciona en la dirección opuesta a la pretendida por la Casa Blanca
Rebobinando para entender el proceso revolucionario liderado por Hugo Sánchez no fue el resultado de una formulación teórica, sino la emergencia de una realidad que corrigió la ciencia política en la América Latina criolla al establecer una relación directa entre el caudillo y el pueblo sin ideologías ni partidos; en todo caso, apóstoles con escaño en la Asamblea Constituyente. El politólogo argentino Norberto Ceresole (1943-2003) la hubiera deseado sin licuación de poder ni instituciones intermedias para conseguir la transformación integral de las estructuras sociales, económicas y morales. Afortunadamente, fracasó.
Me llamó cuando yo era corresponsal en Buenos Aires para hablarme de la regeneradora eclosión del teniente coronel de paracaidistas, de quien fue Rasputín hasta su expulsión de Venezuela por conspirador. No le presté mucha atención entonces, pero el absolutismo propuesto interesó al oficial nacionalista, presidente en 1998 porque había sido golpista en 1992, como su admirado Juan Velasco Alvarado cuando derrocó en Perú al presidente Fernando Belaúnde y colocó al país andino en la órbita de la Unión Soviética, China y Cuba.
Durante sus giras con Chávez por Argentina, Colombia y Venezuela, Ceresole arremetió contra los credos liberal y neoliberal, y aconsejó a su compañero de viaje pulverizar el sistema político de 1958 y crear un partido cívico militar, con un proyecto subversivo. El caudillo de Barinas optó por las urnas y los partidos sin creer en ellos. Las quimeras fundacionales acabarían demostrándose inalcanzables y el hundimiento de los ingresos petroleros frenó el asistencialismo que financiaba las aspiraciones viables.
Los legatarios del soñador afrontan el mundo real, la embestida de EE UU y de la oposición radical cerrando filas sin el amparo del mesías, a quien citan profusamente porque su recuerdo aún moviliza en las rancherías beneficiadas por los subsidios. Contrariamente a los augurios del agitador que porfió con el peronismo montonero y los carapintadas, el chavismo no ha reventado con la desaparición del caudillo, el desplome económico, la corrupción y el inepto Gobierno. Al igual que Chávez y los militares presos en Yare y San Pedro se dividieron en radicales y moderados tras la fallida asonada de 1992, también en el Ejecutivo y el Ejército conviven halcones, palomas y arribistas, sindicados ahora contra el enemigo que amenaza su estatus.
A vista de pájaro, la crisis evoluciona en la dirección opuesta a la pretendida por la Casa Blanca. Lejos de fracturar el régimen, se observa el reagrupamiento de facciones registrado tras el golpe de 2002 y las insurrecciones callejeras de 2013, 2014 y 2017. Maduro aguanta parapetado en una democracia desvinculada del cesarismo propugnado por el iluminado porteño, pero de ventajista funcionamiento, transgresora de los preceptos que hubieran evitado la polarización y ruina de Venezuela.
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