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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No tuvieron elección

El entrenamiento de una ballena beluga por la Marina rusa pertenece a la antigua tradición de utilizar los animales en conflictos

Guillermo Altares
La ballena beluga militar que ha aparecido en un fiordo noruego.
La ballena beluga militar que ha aparecido en un fiordo noruego.SOCIAL MEDIA / REUTERS (Jorgen Ree Wiig)

En el centro de Londres, junto a Hyde Park, se erige un sencillo monumento que conmemora a los animales que lucharon en las guerras que combatió el Ejército británico. El conjunto, inaugurado en 2004, muestra las esculturas en bronce de un caballo y dos mulas de carga junto a una pared blanca en la que puede leerse: “Este monumento está dedicado a todos los animales que sirvieron junto a las tropas británicas y aliadas en guerras y campañas a través de los tiempos. Muchos y muy diversos animales fueron empleados a través de los siglos y millones de ellos murieron. Desde las palomas mensajeras hasta los elefantes, jugaron un papel vital en todas las regiones del mundo en defensa de la causa de la libertad humana. Su contribución no debe ser nunca olvidada”. El monumento culmina con la siguiente frase: “No tuvieron elección”.

El descubrimiento la semana pasada de una ballena beluga en un fiordo noruego que parece haber sido entrenada por la Marina rusa ha servido para recordar que los animales han sido muchas veces convertidos en máquinas de guerra a lo largo de la historia. El simpático mamífero marino blanco no resulta especialmente feroz y, además, no ha dudado en desertar a Noruega. Se pasa la vida buscando el contacto de los seres humanos, a los que acude cuando es llamado como un perrillo. Es más, el hecho de que se sospeche de Rusia porque en su equipamiento —una cámara Gopro— ponga Made in San Petersburgo parece más propio de la TIA de Mortadelo y Filemón que del Servicio Federal de Seguridad de Vladímir Putin.

Sin embargo, la docilidad de la beluga no debería hacernos olvidar que sin los animales no se hubiesen podido combatir la mayoría de las guerras de la humanidad, desde los elefantes con los que Aníbal cruzó los Alpes hasta los cientos de miles de caballos utilizados en los dos conflictos mundiales del siglo XX —aunque en el segundo, la caballería estaba prácticamente desaparecida del campo de batalla, los équidos fueron imprescindibles por ejemplo en la invasión de la URSS—. Las tecnologías más modernas no han frenado en el siglo XXI los programas para entrenar animales especialmente inteligentes, como los delfines, con fines militares. Lo que tampoco ha cambiado, desde luego, es que siguen sin tener elección.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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