Pensar la ciudad
Cuidarla implica imaginarla de nuevo: tres retos para el futuro
A día de hoy nadie puede negar que el estado es la unidad de poder sobre el que pivota el orden mundial establecido. Asumimos su papel central tanto en la organización territorial interna como en su función fronteriza. Es, además, la fuente competencial de las principales funciones públicas, así como el actor privilegiado en el marco de las relaciones internacionales. Pero una mirada retrospectiva revela que la primacía del Estado en la historia es casi anecdótica. Las formas organizativas y el modo en el que la soberanía de los pueblos es expresada territorialmente evoluciona con el paso del tiempo: del nomadismo primitivo a las primeras comunidades agrarias, pasando por las ciudades-estado o los asentamientos feudales alrededor de un castillo como núcleo protector e integrador de la comunidad de vasallaje.
Las ciudades acumulan día a día un mayor porcentaje de la población mundial, mientras que su interdependencia e híper-conectividad crece de manera exponencial. Con todo ello, un nuevo foco de soberanía local emerge en paralelo a una tensión creciente entre niveles de gobierno en temas como la gentrificación, la acogida o el cambio climático. Nueva York, Barcelona, Hong Kong y Londres son más líderes en las respuestas a los retos actuales y dependientes entre ellas por la variedad de flujos que se generan (comerciales, financieros, culturales etc.) y por su especialización en la cadena productiva que de sus respectivos gobiernos nacionales. Sin embargo, sus competencias son a veces insuficientes para desempeñar responsabilidades y no se corresponden ya con su papel en el desarrollo económico, así como su responsabilidad respecto al calentamiento global, la congestión (movilidad) o desigualdad rampante.
Las ciudades son un lugar de ebullición de nuevas ideas y prácticas por la acumulación de los factores humano, trabajo y capital. Son el motor de la riqueza cultural, social y económica de las naciones. Pero son también el lugar donde se generan las peores experiencias de pobreza extrema, contaminación y desigualdad que el capitalismo, la globalización y los cambios de paradigma económico generan.
Las ciudades son un lugar de ebullición de nuevas ideas y prácticas por la acumulación de los factores humano, trabajo y capital. Son el motor de la riqueza cultural, social y económica de las naciones. Pero son también el lugar donde se generan las peores experiencias de pobreza extrema, contaminación y desigualdad que el capitalismo, la globalización y los cambios de paradigma económico generan. Debemos redefinir sus competencias para que tengan la autonomía (también fiscal) suficiente para potenciar el intercambio de ideas y la experimentación, así como para frenar las externalidades negativas de la ciudad motor como paradigma del capitalismo global. Para aquellas ciudades amenazadas de morir de éxito, ello pasará necesariamente por acomodar la dimensión interna que hace de la ciudad un lugar atractivo para ser habitada y vivida, con la dimensión externa que la sitúa como un lugar de alto valor añadido, atractiva para la generación de riqueza e inversión para competir a nivel global, adaptándola al cambio demográfico, la revolución tecnológica de los datos y la inteligencia artificial.
En este sentido, marcamos tres ejes que deben constituir e impregnar los programas electorales:
El coche a motor, que colonizó el espacio urbano durante la segunda mitad del siglo XX, debe de dejar espacio a modos de transporte no contaminantes antes de llegar a la segunda mitad del XXI
- el primero, se trata de dotar a la ciudad en todas sus dimensiones de un enfoque ecológico y energético integral que impregne desde la política en infraestructuras hasta la planificación en movilidad y las inversiones. En otras palabras, como apunta la firma Skidmore, Owings & Merrill LLP (SOM) para el número especial de National Geographic de abril 2019 (que recomendamos vivamente), el diseño de ciudad del futuro debe ser biomórfico. Más concretamente, una visión en la que el desarrollo y las infraestructuras se complementan, pero sobre todo en la que la ecología es su elemento de concepción central, permitiendo que la naturaleza se regenere, mientras se protege y apoya a la población urbana en rápido crecimiento. Para ello, necesitamos un Green New Deal o Nuevo Acuerdo Ecológico metropolitano que incluya a la sociedad civil, los consistorios, la academia y el sector privado para situar a la ciudad como actor central de una economía circular, que permita ahorrar costes y generar economías de escala. La contaminación es una losa tanto para los pulmones de los habitantes como para las arcas públicas, si tenemos en cuenta la inversión pública sanitaria en la trata de cardiopatías y enfermedades respiratorias. El coche a motor, que colonizó el espacio urbano durante la segunda mitad del siglo XX, debe de dejar espacio a modos de transporte no contaminantes antes de llegar a la segunda mitad del XXI.
- El segundo, tomarse seriamente la curva demográfica. Sufrimos de un envejecimiento poblacional sin precedentes, lo que significa que debemos poner los cuidados y el diseño urbano amigable con los mayores como eje transversal de cualquier programa de ciudad de futuro. Debe fomentarse, también, una arquitectura que piense y apueste por la cohabitación en edades avanzadas: eso pasa por incentivar la construcción de células habitaciones acordes con los tiempos que vienen, espacios híbridos dónde la gente mayor disponga de la mayor autonomía posible y de espacios comunes donde combatir una de las peores lacras que asola las ciudades: la soledad. Las ciudades deberán incorporar una visión clara sobre como fomentar un envejecimiento activo (en su dimensión social, de diseño urbano, de movilidad, etc.) como parte fundamental de sus competencias y ambiciones. Durante demasiado se ha pensado exclusivamente en la necesidad de añadir lo verde en las ciudades. Urge pensar también en los cuidados como eje central de la ciudad futura.
- El tercer y último eje es el de la lucha por una mejor redistribución de la riqueza, que debe ir de la mano de un incremento en los mecanismos de gobernanza (competencial, fiscal, etc.) que permita establecer estrategias en esa dirección. La clave está en anticiparse al mundo que viene, experimentando en aquello que creemos que puede generar ventajas comparativas, para generar riqueza en el sentido amplio (económica, educativa, tecnológica, cultural, científica) junto con mecanismos que permitan redistribuirla mejor. En otras palabras, afrontar la desigualdad con la creación de mecanismos específicos como por ejemplo, diseñar una Renta Mínima Universal (RMU) a través de impuestos por el uso de nuestros datos y o el avance de la robotización por parte de grandes tecnológicas que cada vez más concentran mayores segmentos del mercado, para asegurar la competencia y contribuir a construir ciudades más equilibradas.
Urge pensar también en los cuidados como eje central de la ciudad futura.
Hace falta valentía, pero la línea de actuación para proteger la relación interna-externa ya está marcada: abrazar el desarrollo mientras se garantiza el derecho a la ciudad, actuando sobre las fuerzas del mercado (vivienda, tecnologías, turismo, etc.) cuando éste no sea capaz de ofrecer soluciones equilibradas (como en el ámbito de la vivienda) o aliándonos con esas mismas fuerzas cuando nos permitan conseguir mejor nuestros objetivos.
El modo en que pensemos la ciudad está en nuestras manos. Será determinante para construirla.
Guillem Pujol es politólogo y doctorando en filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona y co-autor del libro Cartha on Making Heimat, Ed. Park Books
Carlos Mascarell es politólogo y asesor en gobierno y ciudadanía del Consejo Europeo de Municipios y Regiones en Bruselas.
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