Es democracia, señor presidente

Pedro Sánchez acaba de cometer el primer error de la campaña: rehuir el debate ortodoxo. Sus asesores áulicos, esos cabezas de huevo capaces de aplicar el algoritmo de su intuición para calcular la rentabilidad con un análisis clásico de coste-beneficio (cuánto dejas de ganar, cuánto dejas de perder con una decisión), tal vez estén persuadidos de que les renta. De momento solo manejan un temor en Ferraz y es la desmovilización; una amenaza ante la que probablemente vean poco determinante ir o no ir a TVE. El debate, sin embargo, debería ser algo más que una opción discrecional según te sople el viento. Ni siquiera necesitas mirar al cielo, como el pastor Jesse Jackson en sus candidaturas de los ochenta, y pontificar que el alma de la democracia reside en esa liturgia. Bastar con tener asimiladas sus buenas prácticas elementales, y el debate es una de ellas. Pero el presidente ha preferido el tacticismo —el error de no ir siempre será menos grave que el error que podría cometer yendo— con cálculo cortoplacista.

Sánchez ha excluido el formato institucional en TVE por ir a Atresmedia —de nuevo el grupo editor de su polémico libro— con un propósito inocultable: incluir a Vox en el retablo. En definitiva, todas las claves de su estrategia pasan por la derecha ultramontana. Sánchez parece coincidir con Christopher Hitchens, un gran polemista sin fe en Dios pero sí en la mente humana, en que el éxito en un debate pasa por tener un objetivo claro; y Sánchez, como sus rasputines, tienen claro que su objetivo es potenciar a Vox con el marco del miedo a la derecha. El viejo mantra reaparece no ya como argumento sino como leitmotiv de la campaña: “hay un riesgo real”… “no nos confiemos”… “si las derechas suman”… “confrontación territorial”… “la corrupción volverá a las instituciones”… “recortes”... La foto de Colón, el trifachito trifálico, Los Tres Temores, el miedo al Gobierno Francostein antes que Frankenstein, ese es el Plan Sánchez desde la peana presidencial.

Eppur… Sánchez se ha rajado. Aunque sea para poner a Vox bajo los focos, las coartadas no matizan ese hecho obvio: ha huido del debate institucional. También Evo Morales dijo “no debato con mentirosos”, pero nadie creyó que fuese por exquisitez ética sino por ventajismo oportunista. En el caso de España, además, ni siquiera hay que temer que el rival te saque los colores, porque el formato hipercodificado provoca un encorsetamiento que deja poco margen a sorpresas. Como en el ajedrez de élite, sólo un error del contrincante abre claras oportunidades. Y Sánchez sabe que es Casado, muy por detrás en las encuestas, quien tiene que arriesgar. Con todo, ha renunciado a ser paladín del debate con la misma naturalidad que paladín de la militancia. En definitiva, mientras da lecciones de democracia, acaba de fallar en una institución informal de ésta como el debate. Es probable que no le pase factura y esto quede amortizado a beneficio de inventario, pero a veces los errores regresan con efecto boomerang. Un error puede ser útil pero siempre es un error.