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Las abejas de Yucatán resisten ante los monocultivos

La acelerada expansión de la agroindustria en la península mexicana amenaza la producción de miel, el principal sustento para las comunidades maya

El apicultor Feliciano Feliciano Ucan Poot en Hopelchén, en el estado de Campeche (México).
El apicultor Feliciano Feliciano Ucan Poot en Hopelchén, en el estado de Campeche (México). Aitor Sáez
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“Las abejas no atacan, si no las molestas”, asegura Feliciano Ucan Poot mientras saca con cuidado, sin guantes, una de las rejillas tapizada por un enjambre. Recorre despacio su veintena de colmenas, ataviado tan solo con un sombrero de mimbre y una malla que cubre su rostro. Antes de abrir la siguiente caja de madera, avienta un par de fumaradas con su ahumador.

A sus 65 años este apicultor de Hopelchén, en el estado de Campeche, ha perdido 40 colonias en los últimos tiempos —dos tercios de su cosecha—. Un proceso de extinción a escala global que se ha agudizado en la región y que los productores atribuyen, entre otros, a las fumigaciones masivas y uso de herbicidas (glifosato), plaguicidas y otros químicos. “Hemos visto cómo morían nuestras abejas. Antes sacábamos miel por tambores y a partir de 2011 sacamos bidoncitos”, lamenta. La mayor amenaza a la producción de miel, el principal sustento para las comunidades maya desde la época prehispánica, es la acelerada expansión de los monocultivos en la península de Yucatán.

México se sitúa entre los diez países con mayor producción de miel, con un promedio de unas 57.000 toneladas anuales en la última década, según cálculos oficiales, siendo Campeche y Yucatán los principales productores. Sin embargo, el cuarto mayor exportador a nivel mundial ha sufrido una pérdida en el valor de ese producto debido al deterioro de su calidad.

La contaminación con pesticidas en las flores de los cultivos que las abejas pecorean ha disparado la presencia de esos químicos en el polen. La Unión Europea, que consume más del 80% de las exportaciones de miel mexicana, elevó las alertas en el último lustro al detectar esos rastros y países como Alemania —su mayor consumidor— impusieron algunas restricciones. “El precio al que nos compraban era mejor antes de que hubiera la miel contaminada. Después empezaron a ponernos un candadito por allá (Europa) pidiéndonos miel de calidad”, señala Feliciano.

Menonitas, los principales latifundistas

Más de la mitad de los 25.000 pequeños apicultores de la Península de Yucatán se han visto afectados por el crecimiento incontrolado de la agroindustria, desarrollada en el sureste de México por los menonitas. Estos cristianos ortodoxos, de origen germano, llegaron al país azteca en los años veinte del siglo pasado invitados por el propio presidente, Álvaro Obregón, quien además les entregó terrenos.

México se sitúa entre los diez países con mayor producción de miel, con un promedio de unas 57.000 toneladas anuales en la última década. Sin embargo, el cuarto mayor exportador a nivel mundial ha sufrido una pérdida en el valor de ese producto debido al deterioro de su calidad

Se extendieron sobre todo en los vastos estados norteños de Chihuahua, Durango y Tamaulipas. Sin embargo, debido a la inseguridad y las sequías, a comienzos de este siglo se desplazaron hacia el sur especialmente a Campeche, donde suman alrededor de 30.000 miembros. Muchos decidieron abandonar México. “Mi abuelo llegó a Chihuahua desde Canadá. Allá vivimos siempre, pero en 2001 me tuve que venir acá por la violencia. No nos dejaban trabajar. Desde que llegué la población ha aumentado constantemente, ha venido mucha gente de otros estados y ya somos 17 comunidades”, cuenta a este medio Enrique Kauenhofen, encargado de una de las centrales de acopio de semillas.

Los vestidos largos y sombreros de ala ancha de las mujeres, así como sus rasgos nórdicos de ojos azulísimos, contrastan con el semblante de los lugareños de origen indígena que pasean por la plaza central de Hoplechén, municipio donde se concentra mayor presencia. En la radio incluso se escucha una estación en alemán, entre las pocas emisoras que pueden sintonizarse en esa zona rural.

La mayoría de las familias menonitas en la región abandonaron su creencia tradicional de rechazo a la tecnología y emplearon maquinaria pesada para multiplicar sus cultivos de soja, maíz y sorgo. Debido entre otros a esa agricultura extensiva, Campeche fue el estado con mayor deforestación en 2016 al perder 54.700 hectáreas de selva —un 22% del total del país—, según datos de Global Forest Watch (GFW).

“La siembra constante aumenta, en los últimos diez años creo que se ha duplicado o hasta más”, apunta a este medio el menonita Enrique Kauenhofen, encargado de la central de acopio de semillas en Hoplechén. Entre 2005 y 2015, Hopelchén perdió cinco veces más cobertura forestal que el promedio nacional, según un estudio de la Universidad Veracruzana publicado en la revista académica Land Use Policy.

Sin embargo, para el director de Cultivos Anuales de la Secretaría de Desarrollo Rural (SDR), Jesús Manuel Ayala, “la agricultura extensiva no ha salido de la frontera agrícola, es algo pequeño y la afectación es mínima para los apicultores”. Se cultivan 60.000 hectáreas de monocultivos y 100.000 de milpa (cultivo tradicional de maíz combinado con otras plantaciones), agrega.

Más de la mitad de los 25.000 pequeños apicultores de la Península de Yucatán han sufrido afectaciones por el incontrolado crecimiento de la agroindustria

Los nocivos efectos de los agrotóxicos

Tras un arduo litigio la Suprema Corte de Justicia suspendió el uso de semillas de Monsanto en Campeche a partir de 2016. No obstante, tanto organizaciones campesinas como el nuevo gobierno mexicano denuncian que los latifundistas han incumplido reiteradamente esta prohibición, aunque apenas se ha sancionado a unos pocos. “Sí se ha sembrado soja ilegalmente en Campeche y esto debe ser objeto de persecución”, enfatiza a este medio el subsecretario de Autosuficiencia Alimentaria, Víctor Suárez, recién nombrado con la llegada a la Presidencia del izquierdista Andrés Manuel López Obrador.

Asimismo, el fallo de la Justicia mexicana excluyó el daño ambiental causado por la explotación de megaproyectos agrícolas. “Semilla ya hace algún tiempo que (Monsanto) no vende más, pero de químicos creo que sí”, afirma otro menonita, Johan Harder, en un castellano titubeante. Su familia guarda en un hangar dos avionetas que utilizan para la aspersión de pesticidas al menos una vez por semana y con mayor frecuencia en época de lluvias, lo que incrementa la contaminación de aguas. “Manual casi no (fumigamos), es mayormente con tractor y por aire”, reconoce Harder.

Algunos estudios indican que esos agrotóxicos han incrementado el riesgo para la salud de la población local. “Se han encontrado residuos de glifosato en la sangre y la orina de los niños que rebasan con mucho las normas de salud, afectando y propiciando un conjunto de enfermedades que están generando sufrimiento humano”, apunta Suárez, quien se compromete a suspender las fumigaciones, frenar los cambios de uso del suelo y prohibir los plaguicidas altamente contaminantes; algunas de las medidas que han exigido por años los apicultores.

México y la promoción de la agroindustria

“Durante los anteriores gobiernos se ha favorecido el desarrollo de la agroindustria en detrimento de los pequeños campesinos —reclama el subsecretario—, lo que ha provocado un proceso de depredación de la biodiversidad y una situación de extrema emergencia para los apicultores de la región”. El Estado mexicano entregó cerca de un millón de dólares a Monsanto en 2009 (padrón de beneficiarios) para un programa de mejoramiento genético del maíz y para el desarrollo de variedades híbridas de sorgo, según boletines oficiales. Además, en 2012 concedió autorización a la transnacional para sembrar soja genéticamente modificada en 253.500 hectáreas de seis estados del país.

Por otro lado, varios documentos muestran que la entrega de ayudas federales en Campeche ha beneficiado, en proporción, a los terratenientes menonitas. Como ejemplo reciente, para el incentivo agrícola ‘Recuperación de suelos con degradación agroquímica principalmente perdida de fertilidad’ en 2017, en el quinto listado de avance, Agroservicios La Trinidad —empresa menonita— recibió 3,75 millones de pesos (unos 170.000 euros); mientras que las otras cinco cooperativas sumaron en total poco más de cuatro millones de pesos. En el séptimo listado del mismo año, a dos familias menonitas se les asignaron 240.000 pesos (unos 11.000 euros); mientras que otros seis particulares alcanzan apenas 22.381 pesos en total.

No obstante, Ayala niega que se haya favorecido a la agroindustria, sino que simplemente no se han puesto impedimentos. “Las medidas se han encaminado a reducir los costos a los productores. No impulsamos, ni limitamos. Campeche se ha beneficiado por el consumo de granos y para evitar ser dependientes de las importaciones. Más bien nos ha perjudicado no tener suficiente producción de soja y tener que comprar fuera”, asegura el representante estatal.

Para los campesinos maya se trata de una repartición de recursos dispar teniendo en cuenta que la población menonita en el estado tan solo representa alrededor del 3% del total; aunque estas comunidades usufructúan alrededor del 80% de las 180.000 hectáreas que se aprovechan en el campo campechano, según datos de la administración estatal.

La apicultura, más que una fuente de ingresos

Ante esa vulnerabilidad decenas de apicultores de la Península de Yucatán se han unido entorno a la Alianza Maya por Las Abejas. Su portavoz, Leydy Pech, se queja que para este año el sector apícola todavía no cuenta con presupuesto, pese a tratarse de la mayor fuente de ingresos para las comunidades maya.

“El tema económico es importante, porque además el daño ambiental tiene un impacto para todos los recursos que usamos. La apicultura no es sólo una actividad para producir miel, sino un sistema de preservación, pues ayuda a conservar la milpa que a su vez es una barrera contra la deforestación”, describe Pech, quien por ello considera que la agricultura extensiva promovida por Monsanto en connivencia con el gobierno mexicano amenazan “toda una forma ancestral de vida”.

Esa economía de subsistencia permitió a Feliciano vivir apaciblemente hasta hace unos años. “Ni siquiera nunca necesité un tractor”, afirma satisfecho el apicultor, que cada mañana se adentra en el bosque a pie para cuidar sus colmenas. En su patio trasero se amontonan ahora decenas de colmenas destartaladas. Sus diminutos ojos se empañan al repasar los recortes de prensa donde aparece él en los atriles y juzgados donde ha hablado para reclamar sus derechos. ‘Kaab’ en maya significa abeja, miel y también Tierra o mundo. “Porque no entendemos este mundo sin nuestras abejas y nuestra miel”, zanja Feliciano.

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