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Bruno Latour: “El sentimiento de perder el mundo, ahora, es colectivo”

El influyente pensador francés describe en su último libro un planeta en el que el calentamiento global lo trastoca todo

El prestigioso ensayista francés, la semana pasada, en su piso de París.
El prestigioso ensayista francés, la semana pasada, en su piso de París.Eric Hadj
Marc Bassets

Bruno Latour (Beaune, 1947) es uno de los filósofos franceses más influyentes hoy. Acaba de publicar en castellano Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política (Taurus; traducción de Pablo Cuartas). El libro es un diagnóstico sobre un mundo donde el cambio climático lo trastoca todo y permite comprender fenómenos que van desde las desigualdades hasta la globalización, pasando por el ascenso del populismo. También es un llamamiento a la acción y un manifiesto europeísta. Y, finalmente, una síntesis del pensamiento de un precursor en disciplinas como la sociología de la ciencia en la reflexión sobre los hechos y la verdad.

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PREGUNTA. Usted ha contado que una vez, sobrevolando el mar de Baffin en un viaje a Canadá, vivió un momento revelador al ver cómo el hielo retrocedía. ¿Qué ocurrió?

RESPUESTA. Mirando por la ventanilla, me di cuenta de que la placa de hielo, por su forma, resumía el problema que vivimos. Al estar en el avión ya no asistía a un espectáculo, sino que estaba modificando el espectáculo puesto que el CO2 que emite el avión influye en la placa de hielo. Antes, este espectáculo, el de la placa de hielo vista desde el avión, habría tenido un carácter sublime. Ahora es complicado sentirlo así. Si a usted le dicen que es responsable de lo que ve, el sentimiento es distinto, es una forma de angustia.

P. ¿El vértigo del que habla en el libro?

R. Antes, la angustia que nos causaba la naturaleza venía de que éramos demasiado pequeños y la naturaleza inmensa. Ahora tenemos la misma talla, influimos en cómo la tierra se comporta. Y es desorientador, por ejemplo, para los jóvenes que se manifiestan [contra el cambio climático]. De la extrema izquierda a la extrema derecha, todas las posiciones políticas están marcadas por esta angustia.

P. En el caso de los chalecos amarillos o los votantes de Trump, la angustia es más económica que medioambiental, ¿no?

“Todas las posiciones políticas están marcadas por la angustia que nos causa la naturaleza”

R. Es como si el suelo o el país en el que estoy ya no me fuese favorable. No es ecológico en el sentido de la naturaleza, pero sí del territorio. El problema es este sentimiento de perder el mundo. Ya existía antes, pero eran los artistas, los poetas quienes lo sentían. Ahora es un sentimiento colectivo.

P. Según usted, una élite, ante esta situación, ha dicho: “Nos vamos”. Abandonan el barco.

R. Comparémoslo con las reacciones fascistas de los años treinta. Hay parecidos, una especie de repliegue nacional, étnico. Pero entonces eran proyectos de desarrollo.

P. Desarrollo, ¿en qué sentido?

R. Era una locura, pero era un proyecto de civilización. Ahora estamos ante un proyecto para deshacer los vínculos, abandonar las construcciones. La reacción más extraordinaria de Donald Trump consiste en decir: “Nosotros no tenemos problemas de cambio climático; es algo que ocurre en vuestra casa, no en la nuestra”. Considera que el continente americano no está sujeto a los mismos problemas climáticos que Europa o China. Esto es una novedad.

P. Pero Trump es una excepción, ¿no? El Acuerdo de París para combatir el cambio climático fue suscrito por los Gobiernos de todo el mundo, lo que podríamos llamar las élites.

R. Esta idea de abandonar las obligaciones la comparte ahora también Brasil, y consiste en decir: “Nos vamos”. Esa es la versión Trump, pero existe otra variante high tech que dice: “Nosotros también nos vamos, pero hacia un futuro tecnófilo extremo”. Es el proyecto californiano, poshumano, Marte, la inteligencia artificial, los robots. Lo interesante es que ahora hay gente que vive en planetas diferentes.

P. Y otros, dice usted, huyen hacia lo local.

R. Sí, la reacción de los que se sienten abandonados por quienes se marchan a Marte es regresar al Estado-nación tal como lo imaginan, un Estado-nación imaginado, una ficción. El ejemplo es el Brexit. A diferencia de los fascismos, no hay un retorno a una conquista territorial, sino a un Estado-nación vacío de todo sentido práctico. Así que algunos se van a Marte, otros regresan al planeta nacional, que también es abstracto, y en medio estamos los infelices que pensamos que, en un momento u otro, habrá que aterrizar: reconciliar la economía, el derecho, la identidad con el mundo real del que dependemos.

P. ¿Dónde regresar exactamente?

R. A lo terrestre. Puede parecer extraño: ¿por qué aterrizar si ya estamos en tierra? Pero los europeos, los occidentales, hemos vivido en una tierra muy utópica. Se suponía que se desarrollaría ad infinitum, sin límites. Pero el sueño de que el planeta se modernizaría indefinidamente nunca fue verificado, no tenía fundamento material. Desde el siglo XIX, con el carbón y el petróleo, la economía se había vuelto infinita. Y hay una angustia general por este desajuste.

P. Ante esto, ¿puede haber una idea compartida de la verdad?

R. La gente se queja de las fake news y de la posverdad, pero esto no significa que seamos menos capaces de razonar. Para lograr mantener un respeto por los medios, la ciencia, las instituciones, la autoridad, debe haber un mundo compartido. Es un tema que estudié en el pasado. Para que los hechos científicos sean aceptados hace falta un mundo de instituciones respetadas. Por ejemplo, con las vacunas se dice: “Estos se han vuelto locos, están en contra de las vacunas”. Pero no es un problema cognitivo, de información. Quienes están en contra no serán convencidos con un nuevo artículo en The Lancet. Esta gente dice: “Es este mundo contra este otro mundo, y todo lo que se dice en el mundo de usted es falso”.

P. ¿Los hechos no existen independientemente de estos mundos?

R. Los hechos hay que sostenerlos, no viven solos. Un hecho solo es un cordero frente a los lobos.

P. ¿Quiénes son los lobos?

R. Los que devoran los hechos. Un hecho debe estar instalado en un paisaje, sostenido por costumbres de pensamiento, hacen falta instrumentos e instituciones. Las vacunas son un ejemplo de un hecho que necesita una vida pública. Si voy por la calle con una jeringa intentando vacunar a la gente, me tomarán por un criminal. Si la vida pública está desgarrada por gente que considera que, diga lo que diga usted, este no es su mundo, los hechos no sirven para nada.

P. Pero en este caso hay un hecho: las vacunas son útiles, independientemente de si otros creen o no en ello.

R. En mi mundo y en el de los lectores de EL PAÍS, sí. Pero no todo el mundo lee su diario, ni tiene un doctorado, ni confía en las instituciones médicas, ni vive en un país en el que el Ministerio de Sanidad apoya las vacunas. Se necesitan muchas cosas para sostener los hechos.

P. ¿Ambos mundos valen igual?

R. No, pero están en guerra. Es un problema geopolítico. Antes eran problemas de valores o ideología, pero en un tablero estable. Ahora ya no. El mapa está en discusión. “En América no hay problema climático, es falso”, dice Trump.

P. ¿Cuál es la solución?

R. Si aterrizásemos en lo terrestre, podríamos empezar a definir un mundo común. Entonces ya no podríamos permitirnos decir que no hay transformación climática, que los problemas de salud no nos conciernen, que la reproducción de las abejas no es nuestro problema. Volveríamos a discutir entre civilizados.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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