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Columna
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Apropiación cultural

El independentismo monopoliza la conversación y el espacio público. También es experto en privatizar valores universales democráticos

Ricardo Dudda
Balcón del edificio de la Generalitat con pancarta con lazo blanco y franja roja.
Balcón del edificio de la Generalitat con pancarta con lazo blanco y franja roja. David Zorrakino (Europa Press)

El independentismo es una vorágine que lo absorbe todo. Ha alterado radicalmente el sistema de partidos en Cataluña, ha conseguido que varias formaciones desaparezcan o las ha fragmentado, ha teatralizado excesivamente la política y monopolizado los debates, que son autorreferenciales, sentimentales y moralistas. El Parlament lleva dos años sin aprobar unos Presupuestos. La política está en suspenso y ha sido sustituida por la gesticulación vacía. La oposición se queja de que Torra se dedica a imitar los procedimientos de la política parlamentaria (como debatir sobre los Presupuestos sin presentarlos) para evitar gobernar realmente.

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Siempre se ha dicho que Cataluña va un paso por delante de la política española, y nunca había sido tan cierto como con el procés. El independentismo es pionero en España en la creación de fake news (desde los medios públicos), el populismo de derechas, la rebeldía vacía y narcisista de algunos políticos y el victimismo de los privilegiados, aspectos que ahora abundan en la política nacional.

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En la lógica procesista, los independentistas no pueden ser nunca opresores, porque su papel es siempre el de oprimidos. Sus acciones son siempre una respuesta a una injusticia estructural e histórica, un gran hombre de paja. En su libro Matar a los normies, la ensayista Angela Nagle habla de una actitud común en los linchadores en redes sociales. Suelen combinar una “vulnerabilidad performativa y una sensación de superioridad moral con el bullying”. Es algo aplicable a los independentistas, que se reúnen alrededor de una sensación de agravio para así justificar su supremacismo. ¡Empezaron ellos!

El independentismo monopoliza la conversación y el espacio público. También es experto en privatizar valores universales democráticos. Se ha apropiado de la rebeldía frente a una autoridad opresora y ha usado a Rosa Parks y Martin Luther King; ha usado a Ana Frank para colocar al independentismo como víctima de los totalitarismos; se apropia de la democracia al inventar el sintagma “derecho a decidir”, que se opone a los antidemócratas que están en contra de un referéndum. Estos días, se ha apropiado del derecho a la libertad de expresión, que entiende de manera unilateral: es el derecho exclusivo de los míos a expresarse.

Tras la prohibición de los lazos amarillos por la Junta Electoral, el Govern los sustituyó por lazos blancos con un brochazo rojo y carteles en defensa de la libertad de expresión. Estaban inspirados en los carteles de apoyo a la compañía teatral Els joglars, que en 1977 estrenó La torna. La obra era muy crítica con el franquismo y sus miembros fueron juzgados en un tribunal militar. Torra instrumentaliza una campaña antifranquista en defensa de la libertad de expresión de una compañía teatral fundada y dirigida durante décadas por Albert Boadella, célebre antindependentista que ha escrito obras contra Pujol y el nacionalismo.

Toda la estrategia de apropiación del independentismo responde a la sinécdoque esencial del nacionalismo, que toma la parte por el todo y construye la ilusión de un sol poble. El nacionalismo es siempre una gran apropiación cultural.

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