Pancartas
De las declaraciones de Torra se deduce que los catalanes no tienen ningún problema al margen del color amarillo
Celebro que Pablo Iglesias haya recuperado su instinto político. La recuperación de Podemos resulta esencial para la formación de un Gobierno progresista, y nunca ha sido tan necesario. Es reconfortante, además, ver a un político español capaz de pedir perdón por sus errores. Siempre habría sido mejor que no los hubiera cometido, la rectificación no supone una garantía de que no se repitan pero, así y todo, ese gesto de humildad preelectoral me parece un acierto. Reivindicar la utilidad, la dignidad de la política, nos hace tanta falta como un Gobierno progresista estable. Para comprobarlo, basta con mirar hacia el laberinto catalán, donde todo parece limitarse a un juego de lazos y pancartas. De las declaraciones de Torra se deduce que los catalanes no tienen ningún problema al margen del color amarillo. Que, al rechazar los Presupuestos, aparte de darle a Sánchez la doble oportunidad de adelantar las elecciones y desbaratar la imagen de súbdito del independentismo que intentaba imponer la derecha —eso sí que fue un acierto, y de los gordos—, los amantes de ese color asumieron que nadie en Cataluña necesitaba el dinero que se perdía. La oposición se queja de que la Generalitat no gobierna, de que el Parlament no se reúne, de que las pancartas y los lazos han suplantado a la política, pero eso no es del todo cierto. Porque Oriol Pujol, de quien no hace falta recordar que cumple condena por corrupción, acaba de estrenar el tercer grado, después de dos meses escasos de cárcel, gracias a una decisión de la Generalitat. Ningún otro Gobierno se habría atrevido a hacer algo así a cuatro semanas de las elecciones, pero no ha pasado nada. ¿Y cómo va a pasar, si estamos todos tan entretenidos con los lazos y las pancartas?
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