Sillas vacías al otro lado de las mesas
¿Nadie en el Gobierno tuvo la idea de hacer algo mucho antes del 1-O para desactivar el malestar creciente de un amplio sector de la sociedad catalana?
Sinopsis de lo publicado el pasado viernes: “Que Pérez de los Cobos y el major Trapero no se entendieron era cosa sabida”.
Ayer supimos que el diálogo entre ellos nunca existió. Como ciudadano que cree en las instituciones, el oyente quedó desolado ante el parte de guerra policial y la constatación de que Gobierno y Govern no pensaban lo mismo aunque hablasen de lo mismo. Muchas veces con sillas vacías al otro lado de las mesas, ambas partes hablaron de la necesidad de que la jornada del 1-O no alterase la normal convivencia ciudadana, conscientes de que llegados al punto sin retorno al que habían llegado esa convivencia se había roto.
La memoria personal del oyente recuerda que a las siete de la mañana del 1-O acompañó a Javier del Pino, desplazado a Barcelona para presentar su programa A vivir que son dos días, al colegio de los jesuitas en la calle Caspe. Centenares de personas ya ocupaban la puerta y llenaban el vestíbulo. Estaban decididas a votar. A defender las urnas. Nos explicaron que los mossos habían pasado y se habían marchado. Sabíamos que los cuerpos de seguridad del Estado trataban de impedir el referéndum prohibido por mandato judicial y ayer supimos que los mossos cumplían el extraño mandato de apoyar la votación al tiempo de impedirla. La cuadratura del círculo en versión policial, tema para una novela.
Sobre las 11 del 1-O Del Pino entrevistó por teléfono al ministro Zoido. El ministro se dirigía a Del Pino llamándole don Javier. Muy educado, mientras las cargas policiales seguían emitiéndose por televisión. El juicio nos ha demostrado que el exministro fue un inútil y el Gobierno no fue un prodigio de imaginación. Si las movilizaciones independentistas se venían celebrando pacíficamente desde hacía años apoyadas, según el testigo Enric Millo, por centenares de entidades y asociaciones, ¿nadie en el Gobierno tuvo la idea de hacer algo mucho antes del 1-O para desactivar el malestar creciente de un amplio sector de la sociedad catalana y evitar que ese malestar se extendiese perdiendo su aire festivo, como acabó ocurriendo?
En mayo de 1994 el oyente entrevistó en Oxford al hispanista John Elliott. “¿Cómo debe repensar España su relación con Cataluña?”, le pregunté. “Dejando de ver a los catalanes como gente difícil. Los hay, como en toda sociedad, pero la tirantez aumenta cuando uno de los vecinos tiene más fuerza y más poder que el otro”, me respondió.
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