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Tribuna
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El hombre feroz

No existe, pues, razón alguna para olvidar, perdonar ni honrar a quien cometió un genocidio contra su propio pueblo. El enterramiento respetuoso de sus restos es suficiente

Antonio Elorza
Tumba de Francisco Franco en el crucero central de la basílica del Valle de los Caídos.
Tumba de Francisco Franco en el crucero central de la basílica del Valle de los Caídos. SAMUEL SANCHEZ

En una de sus reflexiones políticas de la Gran Guerra, Mussolini revelaba su concepción del poder personal: "Yo exijo hombres feroces. Exijo un hombre feroz que tenga energía, energía para romper, inflexibilidad para castigar, para golpear sin dudarlo, y tanto mejor cuando el culpable está en lo alto".

La descripción del hombre feroz encaja con la propia figura del dictador italiano. También puede ser aplicada sin reservas a nuestro dictador, Francisco Franco y conviene recordarlo cuando es cuestionada su exhumación. Franco no fue un simple golpista que instaura un régimen personal de base militar y que en el curso de la operación provoca cierto número de muertes y violaciones de derechos humanos, ya que en sentido estricto, para él la guerra no fue tal, sino la puesta en práctica de un exterminio. Cumpliendo todos los requisitos enunciados. Su ejercicio de la represión desde el 17 de julio y después del 1 de abril de 1919, reproduce a escala ampliada comportamientos anteriores, como el fusilamiento del legionario que tira la sopa. La "inflexibilidad para castigar" fue su seña de identidad al ordenar y avalar decenas de miles de ejecuciones, sin que contaran el parentesco o la amistad previos. Importaban la ejemplaridad y la responsabilidad del cargo de la víctima, de acuerdo con el criterio mussoliniano de "tanto mejor cuando el culpable está en lo alto".

Para Franco la guerra  fue la puesta en práctica de un exterminio
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En suma, hombre cauteloso antes de arriesgarse, ejemplo los preliminares del levantamiento militar, mostró en cambio sobrada energía en el ejercicio de su mando, pues no otra cosa fue su gobierno dictatorial de España. Y sobre todo usó entonces esa voluntad punitiva para "golpear sin dudarlo" a todo enemigo abierto o implícito de su empresa. En El diario de una bandera destacó ya la importancia del cómo efectuar la agresión: se trata de hacerlo tal y como le enseñaron sus adversarios rifeños, atendiendo a saber manera, esto es, seguir los movimientos del adversario y lanzarse sobre él sin piedad, y por todos los medios. Lo aplicará frente a la oposición republicana en los años 40: que salgan a descubierto para luego "clavarles los dientes hasta el alma".

La guerra de África fue el marco donde Franco, y con él sus colegas de julio del 36, Mola y Queipo en primer plano, pusieron a prueba esa ferocidad que ha de caracterizar su comportamiento apenas inician la sublevación militar. Los legionarios cazando a los habitantes de los poblados en las "operaciones de castigo", su recolección de cabezas o de orejas de moro, son el prólogo del objetivo enunciado por el organizador del golpe, general Mola, a fines de julio del 36: "Quiero aniquilarlos". Lo explicó el 24 de julio su portavoz José María Pemán: "La idea de turno o juego político ha sido sustituida para siempre por la idea de exterminio o expulsión". En noviembre de 1935, Franco había anunciado ya "una operación quirúrgica", cuya extensión definirá Mola: "Eliminar sin escrúpulo ni vacilación a quien no piense como nosotros", "todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser abatido". El republicano Queipo confirma tales propósitos: "El que no se adhiera se le suprime", los enemigos no deben sobrevivir "ni un minuto más". Y las intenciones se transformaron inmediatamente en hechos.

La guerra de África fue el marco donde Franco puso a prueba esa ferocidad

No se trataba de promover un cambio de régimen, sino de lo que el creador del concepto jurídico, Raphaël Lemkin, calificó de genocidio, esto es, el exterminio premeditado de un colectivo, en sus dimensiones políticas, étnica, religiosa y cultural. La justificación ideológica es la idea de anti-España, encarnada no solo por el Frente Popular, sino por quien defendiera la democracia, el laicismo, los valores de la Ilustración. Según explicara Ramiro de Maeztu en Acción española, publicación favorita de Franco, la anti-España era la anti-patria, antítesis del ser de la patria "como el Anticristo lo tiene en Cristo". Franco supo resumirlo: "Nuestra sublevación es una lucha entre el bien y el mal".

El genocidio se prolonga más allá del fin de la guerra, con la Ley de Responsabilidades Políticas, que en febrero del 39 contradice las promesas de Franco, supuestamente "limpio de rencor", al imponer "por voluntad del caudillo" una ampliación en todos los órdenes de las responsabilidades. Solo menores de 14 años exentos; atenuante tener menos de 18. Saber manera y ferocidad en estado puro. No había excepción para "liquidar las culpas". Los fusilamientos siguieron hasta 1963. No existe, pues, razón alguna para olvidar, perdonar ni honrar a quien cometió un genocidio contra su propio pueblo. El enterramiento respetuoso de sus restos es suficiente.

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