Victoria Camps: “España nunca ha sido un país feliz”
Catedrática de Ética en la Universidad de Barcelona y desde octubre miembro del Consejo de Estado, Victoria Camps alerta sobre el significado de algunos sucesos recientes en España: “Se abre paso de nuevo una mentalidad reaccionaria, literalmente: volver al pasado para eludir los problemas que tenemos hoy”. El título de su último libro, La búsqueda de la felicidad, encierra un consejo: “La felicidad habría que borrarla como concepto. Yo insisto mucho en su búsqueda”
HAY ALGO PARTICULAR en la cara de Victoria Camps, catedrática de Ética en la Universidad de Barcelona, ciudad en la que nació en 1941. Da la impresión de que, pase lo que pase, ese rostro siempre guardará cierto optimismo, una sonrisa para los tiempos oscuros, una esquina de felicidad. La encontramos en su casa de Sant Cugat, cerca de la Autónoma, donde enseña. Es una casa como de piedra que recibe a los visitantes con una flecha muy conveniente: este es el camino de la puerta. Acostumbrada a aclarar las cosas, y a hablar claro, es probable que la flecha haya sido más ocurrencia suya que de su marido, el académico Francisco Rico, más dedicado a las artes literarias del Renacimiento. Él está en la casa cuando llegamos y (como en las novelas de Javier Marías en las que ha sido personaje) tiene una fugaz aparición en la propia conversación, primero porque salió al pasillo a saludar en plena tarea de su afeitado, con el torso desnudo y su sonrisa conocida, y luego para entregar un libro de su producción. En la cara de Victoria Camps ambas presencias fueron respondidas por la facilidad que tiene su rostro para permanecer siempre con ciertas esquinas felices. Y de la felicidad van su último libro, La búsqueda de la felicidad (Arpa), y esta entrevista, a la que atiende, naturalmente, como filósofa, autora de otros tratados sobre la ética y la política, y no como recién nombrada miembro del Consejo de Estado. Aunque en este último puesto, ella, que fue senadora socialista en un tiempo, está obligada a buscar cierta felicidad para los ciudadanos, su investigación va en el libro en busca de materiales clásicos sobre el más difícil y perseguido de los logros humanos, el bienestar también llamado felicidad.
A Doris Lessing le horrorizaba que le preguntaran por declaraciones anteriores… Me pasa lo mismo, pero no soy Doris Lessing…
Pero para esta entrevista estuve mirando algunas cosas que dijo antes. Qué horror.
Por ejemplo, sobre el franquismo. Decía que esa mentalidad ya no existía. ¡¿Ves?! Fíjate cómo estamos.
¿Qué ha pasado para que haya otra vez ese pozo? No sé si es exactamente la vuelta del franquismo, pero sí es cierto que se abre paso de nuevo una mentalidad reaccionaria, literalmente: volver al pasado para eludir los problemas que tenemos hoy. Por ejemplo: ¿se empieza a hablar de violencia de género? Pues la borramos y decimos que no es violencia de género. ¿Molestan las autonomías? Pues regresamos a lo anterior. Típicamente reaccionario, un pensamiento de vuelta al pasado, decir: “Ya estábamos bien antes”.
¿Cómo se arregla? La política tiene que arreglar muchas cosas, tiene que examinarse a sí misma. La democracia representativa está en crisis, la gente no se siente representada, pierde expectativas de vida. Ha habido una fuerte crisis y las propuestas no han cuajado bien. Partidos como Podemos vuelven a ser los partidos de siempre. Los populismos de derechas representan esta vuelta al pasado. No hay una renovación que nos ayude a entender qué debe ser la democracia hoy y a afrontar una democracia que no es perfecta. Ni puede serlo porque nada lo es. A veces idealizamos y pensamos que todo hay que destruirlo porque nada llega a lo ideal. Pero lo ideal no existe.
Reiteradamente advierte que la izquierda ha de espabilar… Y lo sigo diciendo. La socialdemocracia todavía tiene un potencial fuerte que no se aprovecha. Me parece que hay falta de coraje, y en política la valentía es una virtud fundamental; es además la primera virtud griega. La izquierda no se atreve a hacer propuestas, a tomar decisiones que no son populares, contra los paraísos fiscales, las reformas tributarias, todo aquello que permita mantener el Estado de bienestar por encima de todo. No se atreve, y la socialdemocracia se está difuminando, desvaneciendo.
La palabra “bienestar” está bien presente en su libro… Pero vayamos a Cataluña, que forma parte de un gran número de sus intervenciones públicas. Dejó dicho usted que era imposible que se fuera de España… Y se está demostrando. Ramón Jáuregui, eurodiputado socialista, dijo en un buen artículo que publicó en La Vanguardia algo que yo estaba pensando: no se puede empezar por el tejado, que es lo que han hecho los políticos independentistas. No puedes empezar preguntándole a la gente si se quiere independizar sin calcular los costes y las consecuencias de la independencia. Es lo que ha pasado con el Brexit: primero se pregunta, la pregunta sale mal y negociarlo es un caos del que no salen. Los independentistas catalanes, decía Jáuregui, deberían aprender de lo que ha ocurrido con el Brexit. Aquí no hemos llegado tan lejos, pero ha sido porque no ha habido referéndum legal, serio. Pero insistir en el referéndum me parece un disparate: es insistir en unos principios políticos dogmáticos sin pensar en las consecuencias.
Combinemos este país con su libro. Si este país fuera una persona, ¿sería una persona feliz? [Risas] Nunca lo ha sido. La felicidad, y esta es la tesis del libro, es una búsqueda. Lo importante es la expectativa de felicidad, la insatisfacción que, frente a lo que hay, te hace buscar una vida colectivamente mejor. Esto es lo importante, más que pensar si realmente tenemos lo que queremos. Eso es autocomplacencia, algo contraproducente para seguir mejorando. La felicidad habría que borrarla como concepto, yo insisto mucho en la búsqueda.
Leonardo Sciascia dijo en EL PAÍS que la felicidad es un instante… Bueno, también. Hay momentos de plenitud, pero son momentos… Este es un libro de filosofía. A mí lo que me interesaba era vincular la felicidad con la ética. Los filósofos lo han hecho con la idea de buscar una vida mejor. Obrar bien y ser feliz es casi lo mismo, decía Aristóteles. Esa es la base que nos mantiene ante un horizonte de felicidad, un horizonte, no una realidad. “El imposible necesario”, que decía Julián Marías.
Cita a Montaigne, que a pesar de haber sido desgraciado… Sin embargo, fue también un hombre feliz. La filosofía está llena de ejemplos de ese tipo. La realidad es a veces un cúmulo de desgracias que sin embargo se pueden superar. Es algo muy estoico, aunque en ocasiones ese pensamiento se base en la resignación. Séneca llega a decir que ante la muerte de un hijo hay que hacer como si no pasara nada. Y no es eso tampoco. Sí que es verdad que buscar la felicidad no es obviar la desgracia, sino aprender a confrontarla. En la vida hay cosas cuyo cambio depende de nosotros y cosas que no podemos cambiar.
¿Qué depende de nosotros? Casi todo, menos la muerte, el envejecimiento, el ciclo vital…, que también se está intentando cambiar. Todo lo demás lo podemos ir solucionando, sobre todo a nivel individual. A nivel colectivo es mucho más complicado.
El envejecimiento además puede ser un lenitivo, no sólo un dolor, dice en el libro. Sí, podría serlo, pero no me lo creo demasiado [risas]. A mí la vida eterna no me convence en absoluto. Esa fantasía no me convence a mí ni a casi nadie.
Le da hasta cierto repelús eso de conservarse para siempre… ¡Sería horroroso! La crioconservación, que ya se vislumbra como una posibilidad de mantener congeladas a personas clínicamente muertas para resucitarlas cuando se pueda curar su enfermedad, me parece absurda.
De lo inevitable, ¿qué le da miedo? Miedo no. Se trata de aprender, verse capaz de afrontarlo sin que te venza la incapacidad de seguir viviendo.
Y evitar mientras, como decía Montaigne, “los motivos de enojo”… A veces lo hace cuando sus criados no hacen las cosas perfectas; le gusta referirse a la vida cotidiana y a las dolencias como ejemplos de pensamiento. No dar importancia a las cosas que no la tienen es un aprendizaje que todo el mundo tiene que hacer y que no todo el mundo sabe afrontar… Spinoza parte de la idea de perseverar en el ser, dar de sí todo lo que se puede para lograr alegría. Los que nos deprimen impiden la alegría de vivir, que el gozo sostenido de vivir se siga manteniendo.
“Hablamos de fanatismos religiosos, pero hoy podríamos hablar de fanatismos políticos. Uno de ellos, pensar que la independencia trae la felicidad”
En Cabaret, la película que retrata el ascenso del nazismo a partir de la novela de Christopher Isherwood, se ve a unos adolescentes felices de seguir el dogma. ¿El dogma ayuda a la felicidad? Diría que es un agarradero. Por ejemplo, con el dogma religioso de creer en otra vida, la vida feliz se pospone a otro mundo, de modo que así tienes la seguridad de que no depende de ti… Es una forma de resolver el problema a través de una fe en algo. Todos los fanatismos se basan en eso; hablamos de fanatismos religiosos, pero hoy podríamos hablar de fanatismos políticos: hay muchos. Uno de ellos, pensar que la independencia trae la felicidad…
O que es posible resucitar la dictadura porque esta no tenía duda con respecto a lo que era España… Mi libro anterior se llamaba Elogio de la duda. La duda es muy saludable para luchar contra los extremismos. Y los extremismos siempre son muy dogmáticos. A nadie le gusta vivir en la duda, en la incertidumbre. A la gente no le gusta vivir sin saber, sin que le den fórmulas, recetas, seguridades.
Y la duda es muy nutritiva… Es el ejercicio de poner en cuestión. No diría que todo, porque esa duda metódica cartesiana no nos sirve, pero sí es un ejercicio que obliga a no aceptar de entrada todo lo que viene dado y todo lo que nos dicen.
Usted escribe sobre el gobierno de los afectos: la envidia, la intransigencia, la negación del otro, la venganza, el miedo. ¿Tienen edad y van y vienen como el tiempo, o siempre están ahí los mismos enemigos? Son las grandes pasiones, y son las mismas desde Aristóteles. La ética consiste en aprender a gobernar la ira, la vergüenza o la indignación porque son emociones buenas para actuar. Si una persona se indigna contra la injusticia, lucha contra ella; si no se indigna, no hace nada.
De nuevo Aristóteles. En su Ética a Nicómaco dice que la política es para hacer el bien. Pero en su ejercicio es evidente que los políticos buscan el mal del otro… Pero las pasiones no deben desaparecer de la política, son buenas para ejercerla. La prueba, por ejemplo, fue el movimiento de los indignados. Aquella ira produjo una serie de cambios en política, afortunados o no, pero hubo cambios. Se habla de la política del miedo. Pues el mismo miedo puede ser bueno. A mí me habría gustado que hubiera más miedo a Vox, por ejemplo, que se ha presentado de una manera que no ha suscitado miedo en la gente. Y la gente debió estar prevenida. El miedo no debe desaparecer nunca. El odio, sí. Spinoza decía: “El odio nunca puede ser bueno”. El odio es un afecto triste en todos los sentidos.
Escribe sobre los malos tiempos. Siempre se habla de los malos tiempos últimamente. ¿Cuánto duran los malos tiempos? Sobre todo, tienen que ver con la economía. Cuando esta va bien, la gente disfruta de un cierto bienestar, la vida funciona. Pero los tiempos no son nunca buenos del todo…
Desde el punto del objeto de su estudio, la felicidad, ¿qué caracterizaría este tiempo en España? Es muy difícil hablar colectivamente de si estamos alegres o tristes. El individualismo ha entrado tanto en la vida de las personas que lo vemos todo uno a uno… Nos entristecen las noticias, pero ¿cuánto dura eso?
¿La tristeza es también un instante? Es un instante sobre todo aquello que no afecta personalmente al individuo. Las noticias son pasajeras, volátiles. Es lo que produce el mundo de la imagen: en cuanto desaparece el objeto de la tristeza, ya no te acuerdas más.
Rescata del pesimista Schopenhauer su lectura del libro El arte de ser feliz y su metáfora de los puercoespines. ¡Y de los elefantes! Cuando los puercoespines pasan frío se juntan, pero si se juntan demasiado se pinchan [risas]. Tienen que mantener una distancia razonable para calentarse mutuamente. Y las personas debemos hacer algo parecido, dice Schopenhauer. Sobre los elefantes dice que nos pasa como a ellos: cuando se les doma, primero se revuelven y no se dejan, y finalmente se agachan y son domados. Aunque el ser domado venga de nosotros mismos, se produce la misma trayectoria.
¿Y qué hace con nosotros la envidia? Es un sentimiento ambivalente. Spinoza diría que es una pasión triste que nos corroe. Pero hay filósofos, como John Rawls, que dicen que es el principio de la justicia: si no lo hubiera entre las personas, no buscaríamos la justicia. El pobre envidia lo que tiene el rico, y esa envidia puede ser sana si hace luchar por un mundo más justo.
¿Cómo se puede luchar contra la maldad de algunos sentimientos, como la envidia o la tristeza? Uf, es la pregunta más difícil. No hay fórmulas. La educación es un instrumento, la disciplina, el esfuerzo, la lucha contra lo que los filósofos han llamado “las pasiones desordenadas”. Si se aprovecha ese convencimiento, puede ser una fuente de aprendizaje.
“Un mundo feliz sería aquel que mantuviera vivas las expectativas de seguir viviendo. Si hubiera condiciones para vivir mejor, eso sería estar cerca de la felicidad”
¿Qué sería para usted un mundo feliz? Mmmmm [risas]. Un mundo que mantuviera vivas las expectativas de seguir viviendo. ¿Qué podría mantenerlas a cualquier edad, en cualquier momento, en cualquier circunstancia? Creo que para eso no hay respuestas ni fórmulas: depende de cada uno. La libertad es importante para apreciar qué es lo que mantiene las expectativas de vida altas. Es importante también tener unas condiciones materiales suficientes para que podamos preocuparnos de algo más que de la mera supervivencia. Si hubiera condiciones para vivir mejor, eso equivaldría a estar cerca de la felicidad.
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