Elogio del traidor
Para resolver la irresoluble crisis de nuestra bloqueada democracia, necesitamos otra gran traición como aquella del 78
El flamante líder del PP ha designado en multitud de ocasiones al presidente en ejercicio como traidor oficial del reino. Es verdad que no hay que tomarle demasiado en serio, pues el bisoño señor Casado (más conocido como míster máster), con su reiterada incontinencia verbal, ha demostrado desconocer lo esencial de la comunicación política, cayendo en la más estéril redundancia. En lugar de reservar sus insultos para las ocasiones oportunas en que podía hacer daño, no duda en quemarlos repitiéndolos una y otra vez, con lo que su presunta fuerza se le va por la boca: perro ladrador poco mordedor.
Pero pese a eso, lo cierto es que la imagen del traidor le cuadra como anillo al dedo al actual presidente, como recuerda con unánime insistencia la oposición de derechas y la prensa conservadora. Es verdad que Pedro Sánchez no monopoliza el infamante epíteto, pues también Errejón ha sido acusado de traidor por sus propios correligionarios, con la pareja de Galapagar a la cabeza. Y en Cataluña no digamos, pues ningún líder secesionista se atreve a rectificar o a negociar de verdad con Madrit por temor a ser tachado de botifler. Pero estos otros reos de traición no se reconocen como tales, mientras que con sus hechos Sánchez encarna mejor que nadie la figura del traidor.
En un célebre opúsculo político (Elogio de la traición, Gedisa, 1990), Denis Jeambar e Yves Roucaute compusieron el panegírico del “arte de gobernar por medio de la negación”. Se trata de un panfleto destinado a elogiar la traición de Mitterrand al programa común de la izquierda con que fue elegido presidente en 1981: una traición que salvó a Francia del colapso y sentó las bases de su reestructuración liberal, que es el mismo programa que hoy sigue Macron a quien también se acusa de traidor al pueblo francés. Pero para fundar el panegírico de la traición redentora, Jeambar y Roucaute eligen como modelo a nuestro Adolfo Suárez, que no dudó en traicionar al franquismo y legalizar al comunismo para alumbrar la transición a la democracia. Pues en efecto, nuestro régimen actual se funda en la traición: esa de Suárez pero también la de Carrillo al estalinismo, la de González al marxismo y la de Tarancón al nacional-catolicismo. Por eso ahora, en las arengas de los triunviros de la derecha que re-claman la crucifixión de Sánchez, resuenan los mismos ecos de aquel ¡Tarancón al paredón!
Pues no hay ninguna duda de que ahora, para resolver la irresoluble crisis de nuestra bloqueada democracia, necesitamos otra gran traición como aquella del 78, que se niegue a alinearse en el frentismo guerracivilista y apueste por el diálogo posibilista y refundador. Lo que también habrá de significar una traición al “nosotros primero” del nacional-populismo separatista y españolista, que son las versiones ibéricas del trumpista America First. Ahora bien, sólo con la traición de Sánchez no será posible empezar a resolver nuestros problemas, pues esa es una condición necesaria pero no suficiente, ya que además hará falta que en el campo del secesionismo catalán también surja otro gran traidor: alguien con la inteligencia política suficiente para pensar en el futuro de Cataluña en España y en Europa. Benvingut, botifler.
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