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Gregorio Luri: “Hay que querer a Cataluña. Traicionas a España si ves a una parte de ella como enemiga”

En su último ensayo, el pensador hace una defensa del conservadurismo y, a la vez, una crítica al progresismo al que perteneció en el pasado

Milagros Pérez Oliva
El pensador Gregorio Luri.
El pensador Gregorio Luri.CARLES RIBAS

Gregorio Luri acaba de publicar La imaginación conservadora (Ariel), en cuya portada advierte que quiere hacer “una defensa apasionada de las ideas que han hecho del mundo un lugar mejor”, es decir, una defensa del conservadurismo y, con la misma pasión, una crítica al progresismo al que ha pertenecido en el pasado. Nacido en Azagra (Navarra) en 1955, vive en Cataluña, donde ha desarrollado su vida académica y ha publicado libros sobre pedagogía y filosofía. Sostiene que España no ha sabido dialogar con su tradición conservadora y, aunque dice que no tiene intención de provocar, señala con ironía que forma parte de “un nuevo y curioso fenómeno sociológico”: “La libertad, en España, ha pasado a la tercera edad”. Se refiere a que acaba de jubilarse y ahora se siente con más libertad para decir lo que piensa.

PREGUNTA. Le digo lo mismo que su perplejo editor. ¿De verdad cree que el pensamiento conservador necesita que alguien lo defienda? ¿En España?

RESPUESTA. Pues sí. El gran liberal Varela, hablando sobre los escritos de Menéndez Pelayo, decía: “Antes de él nos desconocíamos”. Yo creo que nos seguimos desconociendo. Hay toda una tradición que está contaminada porque la guardia roja del tiempo ha lanzado sobre ella todo tipo de anatemas. Aquí dialogamos con la tradición conservadora francesa, alemana, británica, pero consideramos que Balmes, Donoso o Menéndez Pelayo no tienen nada que decirnos, entre otras razones por la asociación que se ha hecho entre conservador y reac­cionario. Y por el lastre terrible del franquismo.

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P. ¿Cómo es el conservadurismo que usted defiende?

R. No tiene una herencia sagrada ni unos mandamientos que preservar. Se adapta a los tiempos. Balmes, dirigiéndose a los sectores más retrógrados, lo dijo de forma magnífica: “Hay algo en las ideas que no pueden parar las bayonetas. Si queréis evitar revoluciones, haced evoluciones”. Ese es para mí el modelo que todo conservador tiene en mente.

P. En el libro contrapone el reaccionario con el progresista. Al primero le atribuye que solo mira al pasado, y al segundo que solo mira al futuro. Pero el reaccionario tiene proyectos, por ejemplo, recentralizar España, y el progresista acepta legados, por ejemplo, la lucha contra la injusticia social.

R. El conservador tiene argumentos para defender la presencia activa del progresista en la política. No sé si al revés es lo mismo. En todo caso, el progresista se imagina su acción política como una nave que ha de llegar a un destino. Fernando de los Ríos decía: “El progresista sabe que solo en el futuro puede dar satisfacción a su esperanza”. No dudo de la nobleza de sus intenciones, pero su dogmática y su proyecto son un permanente hollar en las heridas para transformarlas en esperanza y la esperanza en proyecto. El conservador en cambio no tiene dogmática. Si la tiene se convierte en reaccionario. La utopía del conservador es mantener la nave a flote, y para ello sabe que tanto en babor como en estribor ha de haber gente que reme.

P. ¿Cómo ve la crisis territorial que vive España?

R. Cuando llegué a Cataluña, lo que más me fascinó es ver que mientras en España los cenizos de la generación del 98, desde Unamuno a Macías Picavea, están todo el día con que les duele la patria, les duele todo, y son incapaces de proporcionar al país lo que necesita, un mito capaz de unificar, en Cataluña hay gente como Soldevila que no se duele y ofrece un relato optimista. Ángel Ganivet llega a decir algo tan bestia como que hay que arrancarse el corazón, ponerse una piedra en su lugar y sacrificar a un millón de españoles para que el país tenga futuro.

P. ¿La patria es patrimonio de la derecha?

R. La patria es de quien la quiere. Y todos la queremos, aunque a veces con un interés de parte. Vuelvo a Balmes: en un escrito sobre Espartero dijo que España no puede morir, pero podemos condenarla a una vida taciturna, a ser un muerto viviente. Algo de eso hay. El orgullo nacional es tan importante como la autoestima en la psicología personal. Hemos estado más pendientes de profundizar en lo que nos falta que en proclamar de manera satisfecha lo que tenemos. Pero España es uno de los países en los que más merece la pena nacer.

P. ¿Estamos a tiempo de construir una imagen inclusiva de España?

R. No lo sé. Pero creo que hemos de afirmar sin complejos: soy español y tengo en mi tradición motivos para sentirme contento de lo que soy. Hemos de creer en las posibilidades de una convivencia, porque una balcanización de la península Ibérica no traería beneficios para nadie. Lo que hay que ensayar es esa convivencia. El problema es que lo que para unos es sagrado, para otros es ridículo. Si para unos Puigdemont es una figura venerable y para otros un payaso, no queda espacio para el diálogo. Ojalá me equivoque.

P. ¿No están jugando con fuego Casado y Rivera presentando a Cataluña como enemigo interior?

R. Yo creo que fallan en algo esencial: demostrar que se quiere a Cataluña. Más importante que comprender es querer. Hay que querer a Cataluña y quererla con sinceridad, no de forma retórica. Estás traicionando a España si ves a una parte de tu nación como enemiga.

P. ¿Vox y los extremismos de derecha benefician al pensamiento conservador?

R. A quien no le hacen ningún favor es a la socialdemocracia, porque la derecha extrema se nutre de antiguos votantes socialistas. El conservadurismo tiene que buscar sus aliados en el liberalismo y en los partidos de centro. Pero es muy importante no insultar a Vox, y menos a sus electores. Si somos demócratas, deberíamos aceptar que cada elector, cuando vota, sabe lo que hace.

P. Usted sostiene, con el norte­americano Mark Lilla, que el error de la izquierda fue abandonar la defensa de la clase obrera para aplicar políticas de identidad.

R. Así es. Poco después del triunfo de Trump, cuando los demócratas estaban hundidos, Lilla se atrevió a preguntar: “¿Y si tenemos parte de la culpa?”. Si entre un demagogo como Donald Trump y una demagoga como Hillary Clinton, el electorado prefiere a Trump, algo tendrán que ver los demócratas. Solo Trump defendió a los trabajadores industriales. Coincido en que el progresismo se ha rendido a las políticas de identidad, entre ellas al feminismo. Yo, que soy muy antiguo, sigo pensando como Mary Wollstonecraft, que el pensamiento no tiene sexo.

P. Pero la desigualdad sí que tiene sexo.

R. Yo es que vengo de una sociedad muy matriarcal, y creo que el poder que tenía mi madre entre las cazuelas no lo tendrá mi hija liberada. De todo esto, lo que me preocupa es una cierta fruición de la exposición de la herida, la idea de que es más noble la náusea que el apetito. Esa voluntad de presentarse en el espacio público como un herido, lo que yo llamo la razón victimológica, creo que carga a la sociedad de emotivismo y frena las acciones positivas. Y una parte del feminismo cae en ello.

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