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Tribuna
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Una estrategia industrial

La lucha contra el cambio climático es una oportunidad que debemos observar con interés estratégico y ambición

Emisiones de un motor diésel en Essen, Alemania.
Emisiones de un motor diésel en Essen, Alemania. MARTIN MEISSNER (AP)

Como señaló recientemente la Comisión Europea en su visión a 2050, el proceso hacia una economía europea descarbonizada tendrá un efecto positivo para el crecimiento, incluso sin computar los daños por el cambio climático evitados y la reducción de muertes prematuras causadas por la contaminación. Dado que en España somos más dependientes de los combustibles fósiles importados que nuestros competidores europeos, estamos mejor dotados que ellos de recursos renovables, particularmente solar, y somos más vulnerables a los impactos negativos del cambio climático, ser ambiciosos en los objetivos se corresponde con nuestros intereses estratégicos y económicos.

El borrador de la futura ley de cambio climático y transición energética ha abierto un debate sobre sus consecuencias a largo plazo para la economía española, y en particular para nuestro tejido industrial. Un sistema energético descarbonizado va a requerir mucha más inversión que gasto de funcionamiento, y por ello son tan importantes una visión de largo plazo y unas señales económicas y regulatorias que orienten el esfuerzo tecnológico y las decisiones económicas para que el cambio se produzca. Pero también necesitamos flexibilidad para encontrar la senda más eficiente, adaptada a nuestra posición tecnológica, estructura industrial y recursos, que estimule la innovación y aproveche la maduración de las tecnologías.

Hoy por hoy tenemos ya buenas soluciones tecnológicas para la generación eólica y solar, la digitalización, la eficiencia energética o las baterías. Pero no son tan satisfactorias para la descarbonización del transporte terrestre pesado, marítimo o aéreo, el almacenamiento masivo de la generación renovable, muchos procesos industriales de alta temperatura, o la captura y el confinamiento del CO2. Por tanto, aunque las tecnologías actuales nos alumbran ya una parte del recorrido, debemos aceptar que la senda concreta y el ritmo al que debe recorrerse deben ser flexibles y pragmáticos. Lo acelerado del cambio tecnológico nos va a ir ayudando, pero debemos debatir sobre una estrategia industrial que asegure que nuestras empresas afrontan la transición competitivamente y aprovechan todo su potencial.

Hay que buscar un consenso que permita fortalecer el tejido industrial y tecnológico y cuyos beneficios sean socialmente compartidos

Sirva como ejemplo la industria del automóvil, que está abocada a una profunda transformación en las próximas tres décadas. ¿No es posible trabajar con el sector en una hoja de ruta que compagine la estrategia hacia la descarbonización con la renovación del parque convencional? Además de impulsar el posicionamiento de nuestra industria automovilística en la electrificación, teniendo un parque de ocho millones de vehículos de más de 15 años, ¿no es razonable desde el punto de vista industrial y ambiental incentivar transitoriamente su renovación por vehículos de combustión interna más eficientes y limpios? ¿O creemos que sus propietarios deben esperar a que se abaraten los coches eléctricos?

Si miramos a la industria básica electrointensiva, nuestro recurso renovable hará previsiblemente que a largo plazo los costes de electricidad sean más bajos que los de sus competidores europeos. Pero hasta que esa realidad se imponga, hay que desarrollar instrumentos transitorios de apoyo, homologables a nivel europeo, como puente para asegurar su competitividad, porque sabemos lo difícil que resulta recuperar el tejido industrial perdido. La aprobación por el Gobierno hace unas semanas del Estatuto del Consumidor Electrointensivo apunta en esta dirección.

La transición energética implica una profunda transformación de nuestra forma de producir y consumir energía, de la movilidad, de los sistemas de climatización, de la forma de construir y rehabilitar edificios, de los procesos industriales. Es crítico que nuestro tejido de pequeñas y medianas empresas, y no sólo las grandes empresas energéticas, las plantas de automóviles o los grandes consumidores de energía, se implique en ese proceso y aproveche las nuevas oportunidades para el crecimiento, la innovación y la internacionalización.

En los próximos meses debiéramos debatir, además de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética y el Plan Integrado de Energía y Clima, una Estrategia Industrial para la Transición Energética, en búsqueda del consenso sobre una senda que permita alcanzar los objetivos de descarbonización, fortalecer el tejido industrial y tecnológico y que sus beneficios sean socialmente compartidos. Una senda ambiciosa, pero flexible y pragmática, en cuyo recorrido nadie se quede atrás.

Luis Atienza Serna ha sido miembro de la Comisión de Expertos para la Transición Energética.

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