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Columna
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El gobierno dietético del mundo

Esa mesa llena de hamburguesas y pizzas en el comedor de la Casa Blanca es un buen emblema del desgobierno en EE UU y en el mundo

Lluís Bassets
Donald Trump, con las hamburguesas pagadas de su bolsillo para un equipo de fútbol americano.
Donald Trump, con las hamburguesas pagadas de su bolsillo para un equipo de fútbol americano.CHRIS KLEPONIS (GTRES)

Esas mesas llenas de pizzas y hamburguesas dan la imagen misma del desastre al que se dirige el mundo bajo la batuta loca de Donald Trump, un político que niega el cambio climático e ignora la trascendencia de nuestra alimentación en el medio ambiente y en la salud. El presidente tuvo que comprar esta pasada semana montones de comida basura, pagada de su bolsillo, para no suspender la invitación al equipo de fútbol americano que ha ganado este año el campeonato universitario. Ese lamentable menú tiene explicación: no hay nadie en las cocinas de la Casa Blanca, debido al cierre de la Administración federal dictado por Trump como forma de presión al Congreso para que apruebe el presupuesto del polémico muro de separación en la frontera con México.

El presidente aprovechó el acontecimiento para fotografiarse ante tan horrendo bufé y declarar su gusto por la “extraordinaria comida americana”. Pura casualidad, apenas unas horas más tarde, la revista científica The Lancet presentaba el trabajo elaborado por un equipo de más de 30 científicos de todo el mundo con severas recomendaciones sobre la producción de alimentos y su consumo.

Con una sola de esas hamburguesas basta y sobra para una semana de dieta sana. Como todos sabemos y los científicos corroboran, la obesidad, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, dolencias típicas de los países ricos, tienen relación directa con el excesivo consumo de carne y de azúcar y con el déficit de frutas y verduras. El estudio no se limita a la dieta sana, sino que extiende la idea de dieta sostenible al conjunto del planeta, es decir, a los sistemas de producción y reciclaje de alimentos, atendiendo al uso de tierras arables, los recursos hídricos y a las emisiones contaminantes de origen agropecuario.

Si queremos vivir decentemente en un planeta con 10.000 millones de habitantes, tal como prevén algunas proyecciones para 2050, toda la cadena alimentaria, desde la producción hasta el reciclaje, exige una auténtica revolución. En caso contrario, el cambio climático, la contaminación, la pérdida de biodiversidad y la proliferación de dolencias vinculadas a la pésima alimentación convertirán la vida sobre la tierra en insoportable, además de insostenible.

El desafío político es desaforado. Si Trump es el mejor ejemplo del desgobierno de la superpotencia, esa comida basura que tanto le gusta y exhibe en la Casa Blanca es el emblema del desgobierno dietético mundial que clama por una urgente y drástica corrección en nuestras formas de alimentarnos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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