Doris Salcedo, la artista colombiana que fundió 37 toneladas de armas entregadas por las Farc
En el cruce de caminos entre la sinrazón de la violencia y su análisis desde el arte, la creadora colombiana firma Fragmentos: un alegato por la paz y la memoria que subraya su vertiente activista. Charlamos con la artista más influyente de América Latina
CON MI MANO QUEMADA escribo sobre la naturaleza del fuego…”. La frase es de Gustave Flaubert. Doris Salcedo conoce la estela de su llama y el alcance de su combustión. Lleva toda la vida alimentando hogueras con su obra para que la atención de los indiferentes fije su mirada en los oprimidos. Sabe que la marca del arte es lenta: una correa de transmisión creada en el presente para alertar al futuro de las nuevas generaciones. Pero todo eso no le inquieta. Lo asimila. Incluso multiplica su rebeldía. No hay más que fijarse en su última obra: Fragmentos. El pasado 10 de diciembre se inauguró en Bogotá. Es un museo cuyo suelo se ha forjado con 37 toneladas de armas entregadas por las Farc. Será un paso firme más en la carrera de esta colombiana de 60 años, la artista latinoamericana más valorada y reconocida en el mundo.
En los acuerdos de paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla quedó prevista la construcción de tres obras de arte. Con ellas, los firmantes querían evitar el olvido de un conflicto que ha detenido el desarrollo y la reconciliación en su país durante siete décadas. La Habana, Nueva York y Bogotá, la capital donde durante años se sangraron sus consecuencias, fueron los lugares elegidos. “Es un antimonumento”, afirma Salcedo acerca de su obra. Y ofrece sus razones a la contra mientras conversamos con ella en Arequipa (Perú), donde participó en el último Hay Festival. “Lo primero que pensé cuando me llamaron para pedirme el encargo fue: ‘No’. No quería trabajar con un material que ha causado tanto dolor. Decidí que no iba a emprender nada, pero cambié de opinión. Entendí que no compartía la forma en que se planteaba. Pensé que las armas no debían ser monumentalizadas. Destruí esa noción. No podía construir una obra jerárquica porque no buscamos una versión única de la historia”.
“Fragmentos conlleva un suelo para construir una nueva Colombia y pisotear ese armamento. Soy consciente de esa doble lectura y la busco”
Por eso decidió escoger planos paralelos y una lectura horizontal. Un suelo donde pisar, sin miedo a afrontar las ambigüedades que deriva. Tanto a la hora de invitar a quienes entren a poner las suelas de los zapatos sobre las armas como a la hora de elevar el drama del país desde lo más bajo hacia la cumbre. “Un suelo para construir una nueva Colombia y pisotear ese armamento. Soy consciente de esa doble lectura y la busco”. Y si el hábito se extiende, bienvenido sea: “Si yo pudiera, fundiría las armas de todo el planeta. Lo que sentí el día en que tiramos toneladas a un horno fue sumamente importante. Debería ocurrir en el mundo entero y que Fragmentos se convierta en un modelo”, explica la artista, que el próximo viernes recibirá el doctorado Honoris Causa de la Universidad Complutense, en Madrid.
Con algunas consecuencias extrañas que ponen en peligro los acuerdos firmados. “Temo muchas cosas respecto a la construcción de la paz”, explica. “Una es que la sociedad colombiana prestó atención a las Farc mientras combatían. Pero desde que entregaron las armas, los maltratan y les incumplen los acuerdos. Me avergüenza ver cómo los políticos permiten eso. Una vez pasan al desarme, deben ser considerados colombianos de primera, no de quinta. Si no, entran en juego el rencor, la venganza y la humillación”.
“La sociedad colombiana prestó atención a las Farc mientras combatían. Pero desde que entregaron las armas, los maltratan y les incumplen los acuerdos. Me avergüenza ver cómo los políticos permiten eso”
Sobre todos esos elementos, Salcedo ha reflexionado a fondo. Con ella, las víctimas. Y dentro de la larga lista de atrocidades, las de violencia sexual. Por eso invitó a 20 mujeres que sufrieron la esclavitud, la desgracia y el trauma de sobrevivir abusos en grupo. “Lo colectivo ha marcado el carácter de la obra. La reacción de estas mujeres resultó lo que esperaba”. Lo que sorprendió a la artista fue la conciencia que cada una adquiría con su acción. “Sintieron que daban forma a la historia colombiana. Lo verbalizaron así. Se trata de mujeres sumamente pobres, excluidas, con necesidades extremas”. Por un lado, según Salcedo, entreveían la claridad de que forjaban esa historia y, por otro, una obra de arte.
Pese a las conversaciones, a la búsqueda, a la indagación en el dolor, Doris Salcedo confiesa que existe algo que no ha llegado a entender. Cierto fracaso en su capacidad de raciocinio. “No alcanzo a asimilar la violación, el abuso”. Pero dicho agujero no le produce frustración. “El arte es solo una manera de fracasar mejor, si citamos a Samuel Beckett. No existen los triunfos… No más que maneras de plantearse preguntas, ir apartando hilo a hilo para entender la realidad”.
“El arte es solo una manera de fracasar mejor, si citamos a Samuel Beckett. No existen los triunfos… No más que maneras de plantearse preguntas, ir apartando hilo a hilo para entender la realidad”
Ella se rindió por completo al tratar de ponerse en la piel del agresor. Su impulso irracional y perverso, el sinsentido de la vejación: “No podemos darle significado. Por eso resulta tan peligroso”. Sí comprendió que el grado de violencia hacia las víctimas se ejerce de manera cotidiana y muy próxima a todos nosotros. “Que la ignorancia por nuestra parte no es inocente, que elegimos no saber en vez de destapar la olla podrida”. De ahí le nace su determinación para ponerlo en evidencia. “Mostrar de qué manera extraordinaria se rehacen día a día. Para ellas, dormir en la noche es un gran triunfo. Desayunar sin un ataque de pánico, también. Atravesar un día y producir algo, una hazaña. Quise aportar luz a ese punto ciego y oscuro”. De ahí no solo ha partido Fragmentos, también diversas obras anteriores, como Tabula rasa. Una simple mesa reconstruida. “Entendí que debía astillarla y volverla a recomponer. Una metáfora de estas mujeres que han sido asesinadas en vida”, resume.
Salcedo trabaja a fuego lento. Pero esta nueva obra requería otro ritmo. En poco menos de un año escogió el espacio, diseñó el concepto y lo ejecutó. Una calle discreta junto al palacio presidencial con un derruido edificio de adobe acoge hoy el museo con espacios diáfanos en los que se intercalan ciertas ruinas de barro y donde se ha dispuesto el suelo de las armas. El arquitecto Carlos Granada y ella idearon el lugar en el que han trabajado sin descanso los más de 30 miembros de su taller y 20 mujeres víctimas del conflicto. Entre todos ofrecen un certero y profundo diagnóstico de la herida. “Debemos reescribir y ver cuántas versiones nos damos nosotros mismos sobre el pasado reciente”, admite, “manejamos una historia desbalanceada, y ese elemento aumentó y generó más conflicto. Se hizo más largo, más radical y más lleno de odio”. Desde la ceguera resultaba necesario alcanzar la luz. “Colombia cayó en la lógica de la guerra fría y una guerrilla liberal se convirtió en bastión comunista. Se radicalizó; el Ejército, también, y la distancia creció entre las partes hasta no encontrarse”.
En eso influyen muchos factores, según Salcedo: “El clasismo, el racismo y el machismo colombiano. Las luchas que generan marginalidades. Todo se rebela contra el centro. La sociedad crea exclusiones, y siempre esos despojados se van a revolver y atacar de nuevo para vengarse. Dicha lógica nutre el conflicto. No acepta la humanidad del otro”.
Desmenuzadas las causas y el reguero de violencia que acarrearon consigo, Salcedo cree que hay que concentrarse en construir la paz. “Corremos el peligro de que se rompa, pero ya forjamos un precedente. Hemos destruido 37 toneladas de armas mediante el diálogo, no podemos olvidarlo. Somos capaces de hacerlo. No nos tenemos que matar”. Pero el miedo a la incomprensión afecta a todos los frentes: “A las Farc no les ha gustado el concepto de Fragmentos”, confiesa la artista, “no quieren que la gente se pare sobre sus armas, ni que se trate esa relación de violencia sexual. Pero nuestra obra no es un yo acuso, sino un foro que pretende propiciar diálogos”.
Terminada Fragmentos, Doris continúa su misión. Esa constante penetración en el duelo al que ha dedicado toda su carrera con obras memorables. “El duelo solo lo puedo concebir en el conflicto armado. El natural inspira algo bello, se basa en un elemento reconfortante, nos vuelve humanos, invita a no permitir que un ser desaparezca. Sin embargo, el que yo trabajo es el impuesto, el obligado, el de la violencia política en que te destruyen la vida”.
De ahí han surgido piezas que han impactado al mundo por su contundencia, su rabia y su certera capacidad de denuncia. Como la que hace 10 años ocupó la Sala de Turbinas en la Tate Modern de Londres: Shibboleth. Una grieta que invitaba a mirar abismos. Mostró su alegoría del racismo —“el elemento que hoy sigue moviendo al mundo”, dice— en un templo moderno construido sobre esa base. “Pensé aportar lo que yo soy. Cuando llegué allí, al museo de un esclavista que construye su fortuna a partir de plantaciones en Jamaica, vi esa grieta. Se me ocurrió algo perverso y maravilloso que me llevó a plantear cómo ese mismo edificio se elevaba sobre el racismo”. Les costó encajarlo. Los responsables del museo se dividieron. Llegaron a mostrar su negativa y quisieron eliminar el proyecto. Pero salió adelante con todas sus consecuencias. Tanto que hoy día perdura la cicatriz de la grieta en la Sala de Turbinas. “Debía romper el museo, resultaba necesario mostrar esa herida, obligarlos a mirar al suelo porque ahí abajo estamos nosotros, los desclasados, en el corazón cultural de Europa”.
Lo mismo hizo en el verano de 2017 en Madrid. Cuando ganó el Premio Velázquez en 2010, el Museo Reina Sofía le encargó una obra. Para Doris Salcedo, la conexión del lugar en el que se asientan sus creaciones y las propias creaciones es directa. Cuando fue invitada a concebir una pieza para España miró hacia el Estrecho. En esa tumba de agua confluyen todas sus obsesiones: la frontera infranqueable, el racismo, la desigualdad, el abuso, la muerte anónima y, por tanto, su pertinente duelo. Así concibió Palimpsesto, un asombroso homenaje fúnebre a quienes naufragan en el Mediterráneo. Los nombres de cientos de víctimas emergían de una superficie y quedaban dibujados durante un momento con letras de agua. Después se diluían.
Acaba de viajar a Pensilvania para comenzar a darle vueltas a un proyecto sobre los niños despojados de sus padres a la fuerza por atreverse a quedarse en EE UU. “Es lo más terrible que se ha dado en el mundo desde la separación de familias en pleno Holocausto”, asegura. Pese a la materia de desamparo perpetuo con la que trabaja, encuentra un sentido a su labor: “Me siento con una misión. Se nos presenta mucho por hacer de manera responsable, amorosa y descarnada. Hay mucho que contar desde una reflexión poética y filosófica, porque el ser humano es complejo. El arte debe contener otras capas, no solo la información que le da origen. Debe armarse algo elevado a partir de los testimonios para llegar a conectar con quien lo recibe”.
La desolación de su contenido no le conduce al nihilismo: “El arte tiene una capacidad de acción lenta, se demora siglos. Yo no decaigo, al contrario, siento la necesidad de trabajar mucho más”, sostiene. Imbuida en su método de conexiones y descargas, relaciona muchas herramientas, pero afirma que apenas existe rastro de su vida personal. Otra cosa son las emociones que le genera el mundo. “Me siento con una responsabilidad en un país donde la violencia se da con una velocidad inusitada, aunque no la haya sufrido directamente. Los artistas nos debemos implicar en lo que vemos y en las secuencias que lo perpetúan. No puede ser que la experiencia del Holocausto se acabe cuando fallecen los supervivientes. La memoria debe continuar”.
Aun así, el queroseno del dolor afecta. “No existe manera de escudarse. Llevo 30 años inmersa en el duelo, sobreviviéndolo. No se puede salir del túnel, pero encuentras héroes en el camino, aquellos que sufrieron nos arrojan luz. Una reafirmación de la vida, seres importantes, valiosos, que no dejan de aportarnos lecciones. Yo no me puedo quejar porque a mí no me ocurre nada. Me limito a narrar sus peripecias de forma obediente. Escucho y trato de ser fiel a lo que me cuentan. ¿No crees que, más que un inconveniente, es un regalo?”.
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