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Tribuna
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Cuando las palabras médicas las carga el diablo

Casi todos los epónimos médicos son neutros e inocuos, pero existen determinados nombres de enfermedades con historias dramáticas y escandalosas detrás

Fotografía del científico nazi Max Clara.
Fotografía del científico nazi Max Clara.

En el ámbito sanitario, son abundantes los nombres propios usados para designar a células, enfermedades, tratamientos, partes del cuerpo humano, técnicas quirúrgicas, signos y multitud de otros elementos. Son lo que denominamos epónimos médicos y constituyen una parte imprescindible del lenguaje y de la cultura histórica de la medicina. De hecho, existen diccionarios de epónimos médicos, algunos de los cuales registran más de 8.000 términos diferentes. La mayoría de ellos son universales, es decir, independientemente del idioma y el país, se utilizan los mismos epónimos médicos para definir a los mismos elementos. Así, por ejemplo, la enfermedad de Alzheimer significará esencialmente lo mismo para los profesionales sanitarios independientemente del rincón del mundo en el que se encuentren.

Detrás de cada epónimo médico suele haber una historia, a menudo ignorada u oculta por el paso del tiempo. En casi todos los casos, los nombres suelen referirse al primer descubridor, inventor o persona que describió con detalle algo, normalmente, publicándolo en una revista médica. Con menos frecuencia, se usa el nombre de varias personas que contribuyeron a tales fines. Como ejemplos tenemos a la enfermedad de Kawasaki, las células de Purkinje, el síndrome de Wolff-Parkinson-White, el linfoma de Hodgkin... Los epónimos suelen ser gestos para honrar y recordar a aquellas personas que contribuyeron al avance de la medicina.

En raras ocasiones, sin embargo, el epónimo médico procede del paciente en el que se describió por primera vez una determinada enfermedad. Es el caso de la enfermedad de Lou Gehrig (también llamada esclerosis lateral amiotrófica) o la enfermedad de Hartnup. Es inevitable asociar estos casos al famoso chiste en el que un paciente entra en la consulta del médico, le pregunta qué tiene y el facultativo le responde: "Me temo que tiene usted la enfermedad de Sánchez". —"¿Y eso es grave doctor?" —"Todavía no lo sabemos Sr. Sánchez". Desgraciadamente, no suelen ser buenas noticias que pongan tu nombre a una enfermedad en el mundo real.

En casos todavía más raros, los epónimos proceden de personajes de ficción, ya sean literarios (como el síndrome de Havisham, por el personaje literario de Dickens) o, incluso, de videojuegos (como el gen erizo Sonic). A veces, el epónimo procede de un lugar de referencia, como es el caso de la enfermedad de Lyme o el virus del Ébola, o de una sociedad, como la enfermedad de los legionarios (también llamada legionela).

Existen diccionarios de epónimos médicos que registran más de 8.000 términos diferentes

Prácticamente todos los epónimos médicos son neutros e inocuos, meros nombres propios que describen elementos en medicina de forma aséptica. Sin embargo, existen determinados epónimos con historias dramáticas y escandalosas detrás. Palabras médicas cargadas por el diablo, hasta tal punto que se decide su eliminación activa del lenguaje de la medicina.

El caso más reciente y polémico fue la propuesta de eliminación del epónimo "células de Clara" para sustituirlo por "células Club" o “células exocrinas bronquiolares". ¿La razón? Max Clara fue, desde luego, el legítimo descubridor de dichas células presentes en los bronquiolos que producen proteínas que forman parte de un líquido llamado surfactante pulmonar para lubricar y proteger a los pulmones. Sin embargo, Clara realizó este avance médico gracias a las muestras tomadas a víctimas ejecutadas por el Tercer Reich en la prisión de Dresde. Clara era un anatomista alemán, además de un nazi activo y declarado. Sus investigaciones se nutrían de las atrocidades cometidas por el partido nazi. No sólo solicitaba la recepción de los cadáveres, sino que exigía que no fueran entregados a sus familiares para que pudiera disponer de ellos sin limitaciones.

Poner, pues, el apellido "Clara" a estas células podía interpretarse como un gesto de honra. Así que los editores de diferentes e importantes revistas médicas especializadas en neumología decidieron establecer una política para eliminar dicho epónimo a partir del año 2013. La fuerza de la costumbre aún promueve que se siga utilizando en múltiples ámbitos, pero su uso está siendo cada vez menor hasta que, quizás, con el tiempo su uso sea prácticamente marginal.

El epónimo asociado a Max Clara no es, ni mucho menos, un caso aislado. Los nazis fueron tan prolíficos en asesinar gente como en realizar crueles estudios sobre seres humanos que horrorizarían a cualquier comité ético del mundo. Durante la época del nazismo, sin las restricciones de la ética y con los grandes recursos que el partido nazi otorgaba a las investigaciones médicas, se realizaron, al mismo tiempo, y paradójicamente, grandes avances para la medicina y gigantescos retrocesos para la humanidad. Como resultado, aún hoy existen múltiples epónimos médicos de nazis declarados o afines al nazismo.

Max Clara fue el legítimo descubridor de las células Clara, pero realizó este avance médico gracias a las muestras tomadas a víctimas ejecutadas por el Tercer Reich en la prisión de Dresde

El síndrome de Asperger, por ejemplo, se debe al nombre de Hans Asperger, médico leal al régimen nazi. Legitimó públicamente las políticas de "higiene" racial del nazismo, incluyendo las esterilizaciones forzadas. Además, cooperó activamente en el programa de "eutanasia" de niños (el eufemismo utilizado para el asesinato organizado de discapacitados físicos y psíquicos). También tenemos el síndrome de Reiter, cuyo nombre procede del médico alemán, miembro del partido nazi, Hans Reiter. Fue un miembro de alto rango del partido, además del líder de crueles experimentos en prisioneros, como aquellos realizados en el campo de concentración de Buchenwald. Entre los múltiples experimentos que Reiter aprobó, había uno que consistía en probar una vacuna. Para ello, infectó deliberadamente a prisioneros de este campo con las bacterias rickettsia. Alrededor de 250 prisioneros murieron como consecuencia de dicha prueba.

Muchos más médicos asociados al nazismo se encuentran presentes como epónimos, como son los casos de la granulomatosis de Wegener, la enfermedad de Seitelberger o la enfermedad de Hallervorden–Spatz. Este último, Hallervorden, admitió que investigó a casi 700 cerebros de víctimas de la "eutanasia" y que estuvo presente en la matanza de más de 60 niños y adolescentes en la Institución Psiquiátrica de Brandeburgo en 1940.

Muchos de estos horrores del nazismo se descubrieron con años y décadas de retraso. Además, este conocimiento no llegó a gran parte de la gente, lo que permitió que los epónimos de estos médicos se popularizaran sin restricciones. Aun así, se han realizado múltiples campañas en diversas partes del mundo para que estas palabras médicas cargadas por el diablo dejen de usarse y se sustituyan por otros términos más adecuados.

Aunque sería inconcebible hoy en día honrar a Mengele con un epónimo médico por cualquiera de sus descubrimientos, lo cierto es que se siguen usando nombres de médicos nazis implicados en actividades horrendas cotidianamente en el lenguaje médico por la sencilla razón de que sus actividades no llegaron a ser tan conocidas como las del ángel de la muerte de Auschwitz. Ya es hora de eliminar los epónimos que honran sus descubrimientos de los libros de medicina y que sus nombres se restrinjan a los libros de historia para retratarlos por sus inhumanas acciones. Pues, como médicos, destrozaron los principios éticos más básicos de la medicina.

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