_
_
_
_
MANERAS DE VIVIR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mentir está de moda

Rosa Montero

Nixon cayó por el Watergate y Clinton las pasó canutas por sus embustes sexuales. Ahora, Donald Trump vocifera infundios sin que suceda nada

HAY DOS CLASES de personas que me dan mucho miedo, las crueles y las dogmáticas (para peor, suelen darse a la vez), pero después los que más me asquean son los mentirosos, que a menudo también suman crueldad y fanatismo, alcanzando así el premio cum laude de mi repugnancia. Me refiero a la mentira rastrera e interesada, al engaño que se aprovecha de la necesidad de sus víctimas para sacar provecho, al desparpajo cínico.

Porque, por otra parte, mentir, lo que se dice mentir, lo hacemos todos. En primer lugar, sin darnos cuenta: nuestra memoria, lo he dicho mil veces, es un relato, un cuento que nos contamos a nosotros mismos y que vamos variando cada día sin siquiera advertirlo para adaptarlo a nuestras necesidades. Y menos mal que disponemos de esa imaginación tan hacendosa que va cosiendo los agujeros del pasado y bordando bonitas flores sobre los zurcidos, porque, sin ese relato que va dotando de orden y sentido al caos de nuestros días, la existencia resultaría invivible. Ya lo decía Epicteto: lo que nos afecta a los humanos no es lo que nos sucede, sino lo que nos decimos de lo que nos sucede. Somos palabras en busca de sentido y podríamos decir que la mentira es nuestro esqueleto. Una mentira ignorada por la consciencia, una mentira necesaria e inocente, tan sólida y tan blanca como un hueso.

En segundo lugar, también mentimos de manera social, por cortesía, o incluso podríamos decir que por empatía. Detesto a esos necios que alardean de sinceridad y que en realidad van atizando sopapos por doquier, espetando a sus víctimas lo feos que están, lo mucho que han engordado o lo insípida y pasada que está la paella que llevan toda la mañana preparando. ¡Menudos energúmenos! Mentir para hacer que el otro se sienta mejor también es amar. Son mentiras amables, mantecosas y rosadas, como la cubierta de azúcar de un pastel.

Por último, todos mentimos a veces malamente. ¿Quién no ha dicho en algún momento de debilidad una falsedad de la que se arrepiente? Porque lo hizo por cobardía, o por sacar un provecho egoísta, o por dar la coba a un poderoso. Nadie es perfecto, como decían en la genial Con faldas y a lo loco. Son mentiras escamosas, rojizas e irritantes, anomalías purulentas como granos de acné.

Y luego está la mentira sin más, la mentira asquerosa contra la que nos educaban de niños, mentiras negras y viscosas como sanguijuelas, armas de guerra para manipular al prójimo. Creo haber dejado claro que todos los humanos mentimos de diversas maneras (recomiendo la maravillosa novela Mentira, de Enrique de Hériz, para darse cuenta de hasta qué punto es así), pero también creo que todos sabemos perfectamente cuándo se cruza la línea de la mentira criminal. Es el tipo de embuste condenado por los Diez Mandamientos, por el imperativo categórico kantiano y por el sentido común. Pues bien, me parece que esa condena se ha acabado. Tengo la inquietante sensación de que la mentira venenosa incluso se está poniendo de moda, de la misma manera que hace unos años, en los tiempos de gloria de los brókeres y los Marios Conde, se puso de moda la ferocidad de los tiburones competitivos, con las consecuencias que todos sabemos. Veamos: Cohen, el abogado de Trump, ha reconocido que mintió en una declaración al Senado sobre un proyecto de la compañía del presidente para construir un rascacielos en Moscú, proyecto que es uno de los puntos esenciales en la investigación sobre la supuesta conspiración entre Trump y el Kremlin para ganar las elecciones. Las sombras, más bien las tinieblas de las mentiras, llueven sobre Trump, que además utiliza personalmente su Twitter para vociferar infundios sin que suceda nada. Y sin embargo Nixon cayó por mentir en el Watergate, y Bill Clinton las pasó canutas con sus embustes sexuales. Ahora, en cambio, parece que se admira al mentiroso y al cínico. Tengo amigos (exagero: conocidos) a los que he visto calumniar sabiendo que calumnian sin que se les mueva una pestaña, una desfachatez difamadora que me parece que hace algunos años no existía. Me temo que se excusan diciendo que el fin justifica los medios. Yo creía que esa aberración ya estaba superada, pero se ve que siempre hay que volver a empezar por el principio.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_