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¿Qué pueden hacer las escuelas contra la obesidad?

Nace una red de países latinoamericanos para fomentar hábitos saludables de alimentación en los colegios

Estudiantes hacen cola para recibir su almuerzo en la escuela Silvia Rivera de García, en Comapa (Jutiapa, Guatemala).
Estudiantes hacen cola para recibir su almuerzo en la escuela Silvia Rivera de García, en Comapa (Jutiapa, Guatemala).PABLO LINDE
Pablo Linde
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Conforme van cumpliendo años, los niños de América Latina van sumando —en promedio— kilos de más. Cuando empiezan el colegio, menos de uno de cada 10 sufre sobrepeso, pero cuando salen de primaria, la cifra se ha multiplicado por dos o por tres, según los países. Las escuelas y sus comedores, que deberían ser una herramienta contra la malnutrición (tanto por exceso como por defecto), no parecen cumplir con su labor. Aunque no se les puede echar la culpa de los aumentos de la obesidad en Latinoamérica, lo que sí parece claro es que no la evitan.

Alrededor de la mitad de los niños y niñas de América Latina y el Caribe (unos 85 millones) desayunan, almuerzan o meriendan en el colegio. En ocasiones, no recibirán otra comida durante el día. Tienen así un importante papel a la hora de paliar los déficits nutricionales de los más pequeños en la región Y, cada vez más, los expertos apuntan que deben ser un referente para luchar contra la creciente epidemia de sobrepeso que sufren los menores, algo que ya padecen casi uno de cada cuatro menores de 19 años.

El papel de los comedores escolares fue uno de los temas que se abordaron en profundidad durante la Semana de la Agricultura, que se clausuró el pasado 23 de noviembre en Buenos Aires. Allí nació una red de 12 países que quieren compartir experiencias sobre alimentación en el colegio. El referente, sin duda, es Brasil, que hace una década comenzó a trabajar en un modelo de escuelas sostenibles cuyo modelo ya se está replicando en otros lugares de la región.

Una de las bases fundamentales de este programa es que, por ley, desde hace 10 años, al menos el 30% de la comida que se sirve en los comedores escolares tiene que provenir de la agricultura familiar cercana a los centros. “Es una forma de promover el desarrollo económico de la comunidad, pero también llevar alimentos de más calidad, no procesados”, explica Gehysa Lago, analista de la Agencia de Cooperación Brasileña. Se complementa con fomento de huertas escolares, actividad física, educación alimentaria en el currículum escolar y capacitación de maestros.

Alrededor de la mitad de los niños y niñas de América Latina y el Caribe (unos 85 millones) desayunan, almuerzan o meriendan en el colegio

El objetivo es que estos programas vayan más allá de analizar qué ingieren los niños, según explica Israel Ríos, de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). “La alimentación escolar es un programa de protección social ampliamente implementado que tiene muchas potencialidades si se cambia el enfoque: en lugar de centrarse en la comida, debemos ver sostenibilidad y desarrollo económico. Puede contribuir a que los niños vayan más a la escuela, contribuyendo al Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 (de educación de calidad)”, asegura.

El problema es que no hay mediciones de hasta qué punto estos programas están dando frutos. Es una de las fallas que algunos expertos señalaron en las jornadas celebradas en Argentina: es complicado sacar estadísticas que analicen este tipo de programas, ya que se deben aplicar a muy largo plazo y es difícil establecer causalidades, ya que los niños no solo se alimentan en el colegio y muchos otros factores tienen que ver en su alimentación.

Por mucho que las escuelas se esfuercen en dar alimentación saludable, los niños están rodeados de productos insanos que muy a menudo se venden en los mismos centros. Una de las intenciones de la FAO es promover regulaciones que prohíban la venta y la publicidad en las escuelas de comidas y bebidas altas en azúcar y en sal.

Pero, muchas veces, ni siquiera las escuelas están dando alimentación equilibrada. Ríos señala que en la mayoría de los programas escolares no están bien definidos los criterios nutricionales de los menús y no están preparados para luchar contra la “doble carga” que soportan, a menudo de forma simultánea, muchos lugares: deficiencia de ciertos nutrientes y obesidad.

Buenas prácticas

Uno de los propósitos de la red que ha nacido en Buenos Aires es compartir experiencias que puedan ser replicadas en otros países. El Comité de Productores Cañadita, en Paraguay, recibió un premio precisamente por implementar un sistema de compras a los productores de la zona que consiguió mejorar la calidad de los menús escolares y la economía de las comunidades. Tuvieron especial protagonismo las mujeres, que eran las encargadas de producir en la huerta y vender a los centros. Adquirieron beneficios que, por lo general, invirtieron en mejoras en sus propios hogares y en las cocinas, lo que a su vez repercutió en beneficios en la nutrición en casa.

Otra iniciativa destacada fue la de un complejo educativo en el Cantón de San Isidro (El Salvador), que creó una tienda escolar saludable. Las 10 personas que la atienden fueron capacitadas en hábitos saludables, lo que logró reducir los desechos plásticos y eliminar la comida basura.

Una decena de prácticas en esta misma línea fueron reconocidas: desde potenciar la comida mapuche en centros de Chile, hasta huertos escolares o concursos al estilo Master Chef son ejemplos que se comenzarán a replicar en otros lugares de la región.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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